EDITORIALA
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La migración destapa la desorientación de la UE

Los flujos migratorios están teniendo un efecto devastador en la política de la Unión Europea. Los intentos de externalizar la frontera con acuerdos con terceros países, como el firmado con Turquía, y la decisión de aumentar la ayuda al desarrollo dirigida principalmente a África en una suerte de nuevo «Plan Marshall» han fracasado. No han conseguido reducir de manera significativamente el flujo de personas que quieren llegar a Europa y este revés está emponzoñando completamente el debate político sobre el emigración.

La apuesta de la Unión Europea por un objetivo a corto plazo –la disminución del número de personas migrantes– con políticas cuyos efectos son a largo plazo –el enfoque hacia el desarrollo– estaba condenada desde el principio. La frustración que provoca este fracaso está alimentando la discusión de ideas cada vez más exóticas. Tanto es así que algunas necesitan el respaldo de personas que hayan acumulado ciertos méritos para que sean tomadas en cuentan. Tal es el caso la última ocurrencia que se está debatiendo en Alemania, las ciudades-lanzadera, una propuesta del premio Nobel de Economía, Paul Romer. El proyecto consistiría en crear ciudades en zonas deshabitadas, gobernadas por uno o varios Estados, donde el mero desarrollo de la ciudad sería suficiente incentivo para la actividad económica y la acogida de las personas que tratan de llegar a Europa. Una idea ingeniosa e interesante como ejercicio teórico pero con escasos efectos prácticos, puesto que no tiene en cuenta ni los condicionantes reales ni los conflictos que generaría un proyecto de esta envergadura en el territorio de cualquier país.

La migración está mostrando la debilidad del proyecto político de la Unión Europea, sin capacidad para dibujar una visión común y plantear objetivos realistas que respondan a los retos actuales. Así, mientras se dedica a elucubrar sobre quimeras, los migrantes continúan muriendo a lo largo de sus fronteras.