Pablo L. OROSA
Maputo
RELACIÓN ENTRE CHINA Y ÁFRICA

DE LA «DEUDA TRAMPA» AL EXPANSIONISMO MILITAR CHINO

En el nuevo escenario multipolar, África ha encontrado en China a un socio prioritario. Entrega inyecciones millonarias y apoyo militar sin exigir una retórica de democracia o derechos humanos. Una propuesta irrechazable que esconde en la deuda externa el objetivo real del gigante asiático: garantizar la seguridad de sus rutas de abastecimiento..

La carta Sunlight, quizá el más lujoso de los restaurantes sobre la playa misma de Beira, la segunda ciudad más poblada de Mozambique, tiene anotaciones en mandarín y una oferta especial con raciones de shaguo dofu, haidaisi fría, dofu como ovo y hongshao galinha. Un eclecticismo culinario que refleja lo que es hoy el país y buena parte del continente. Desde 2005, la inversión China en África supera los 66.400 millones de dólares y hace ya una década que es el mayor socio comercial del continente: importa mayoritariamente minerales, petróleo y madera y exporta maquinaria y vehículos. Una estrategia geopolítica «blanda» basada en relaciones bilaterales, apoyo diplomático y ayudas económico-militares a cambio de recursos naturales, que se ha revelado tremendamente eficaz.

Aunque la UE y EEUU siguen siendo los principales inversores internacionales en África, la influencia de Pekín es ya sustancialmente más importante: es capaz de maniobrar para lograr un alto al fuego en Sudán del Sur o de silenciar periodistas críticos en Sudáfrica. China es ya el nuevo marco de referencia para muchos países africanos. Tanto que Kenia o Uganda tienen previsto incorporar el idioma mandarín a su currículum escolar antes de 2020. En Sudáfrica lo está ya de 2014.

Y hay más de una docena de países estudiando la posibilidad de empezar a usar el yuan como moneda de cambio en sus transacciones internacionales.

Constatado el fracaso de ‘El fin de la historia’ augurado por Francis Fukuyama, los gobiernos africanos han encontrado en China al socio más adecuado para el escenario multipolar actual. Su propuesta, 52.000 millones de euros para los próximos tres años, no exige obediencia ciega, solamente ofrece las condiciones más ventajosas: líneas de crédito accesibles, fondos para el desarrollo o inversiones directas de empresas chinas en el continente. Un modelo que además de afianzar las infraestructuras necesarias para facilitar las transacciones comerciales hacia su territorio, suple la ralentización de la demanda interna con la expansión comercial exterior de las compañías chinas.

Yjibuti, un país diminuto pero fundamental para el control del canal de Suez a través del golfo de Adén, resume el nuevo modelo geopolítico instaurado en el continente: pese a contar ya con bases militares de Francia, Italia, EEUU, Japón, a finales de 2017, China desplegó aquí su primera instalación militar permanente fuera de su territorio nacional. Solo dos años después y tras una inversión de 4.000 millones de dólares, fue inaugurada la conexión ferroviaria financiada por capital chino entre Etiopía y Yibuti que reduce a menos de 12 horas los tres días que requiere el transporte por carretera.

«China usa sobornos, acuerdos opacos y la deuda para mantener a los estados africanos cautivos de sus deseos y demandas», denunció el pasado diciembre el asesor de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, John Bolton. En Kenia, donde la ayuda financiera china permitió la renovación de la línea férrea entre Nairobi y el puerto de Mombassa, clave para las exportaciones hacia el continente asiático, más de un 20% de la deuda externa del país está en manos de China. En Yibuti, esta cifra supera el 80%, lo que ha llevado a Washington a alertar del peligro de esta diplomacia de la «deuda trampa» que podría obligar a ceder el control de los muelles a una empresa pública china como ya ocurrió en Sri Lanka, donde el gobierno tuvo que realizar una concesión por 99 años de uno de sus puertos estratégicos al no poder saldar la deuda contraída con el gigante asiático.

«Los préstamos de China son irresistibles porque vienen con menos condicionantes en temas como la buena gobernanza, democracia o derechos humanos. Sin embargo, son como un caballo de Troya (…) El 40% de los países del África subsahariana tienen ya un alto riesgo de endeudamiento. Al tener tanta deuda concentrada en las manos de un solo acreedor dependen peligrosamente del proveedor», escribió recientemente el analista nigeriano Inwalomhe Donald.

En Mozambique, donde el Gobierno de la Frelimo mantiene desde hace más de cuatro décadas una provechosa relación con los camaradas chinos, están acostumbrados a su presencia. «Pero es que ahora están por todas partes», bromea –que es como se dicen aquí las cosas serias– Gabriel, un excombatiente de la guerra civil ahora convertido en conductor para una organización humanitaria. En plena Costa del Sol de Maputo, junto al Radisson Blu, han levantado recientemente un complejo hotelero chino con 6 restaurantes y capacidad para 2.000 personas, mientras que en Pemba, donde hace diez años se descubrió una importante reserva de 2,6 trillones de metros cúbicos de gas natural que se comenzarán a comercializar en 2023, las empresas chinas gestionan una zona económica especial con importantes tráficos de madera y marfil.

Una exposición excesiva que ya no siempre es bien vista. Según los datos de la Iniciativa para los estudios China-África de la Universidad Johns Hopkins, a finales de 2016 había en el continente más de 227.000 trabajadores chinos, la inmensa mayoría con puestos altamente calificados y buenos salarios. Una burbuja bon vivant que los rodea de jóvenes locales, como las que acuden al Sunlight o al Naútico de Beira, que se esmeran por aprender mandarín y por aprender a cocinar rollitos de primavera o hongshao galinha.

Pese a los esfuerzos del Gobierno chino de mejorar la imagen de sus ciudadanos en el extranjero, son cada vez más frecuentes las protestas contra la presencia de trabajadores chinos en el continente. Ocurrió en Darfur, en Libia o recientemente en Kenia, donde se han sucedido las huelgas por los abusos de los patrones chinos o el levantamiento ecologista contra una mina de carbón en Lamu. A ojos de los africanos, China es ya una potencia imperialista.

Desde los últimos años del mandato de Hu Jintao, la protección de los intereses chinos en el extranjero ha pasado a ser una prioridad de su política exterior. La seguridad de las líneas de abastecimiento incluidas en la ‘Nueva Ruta de la Seda’ y que en África incorpora refinerías y oleoductos en Chad, Kenia o Sudán del Sur, 6.000 kilómetros de ferrocarril en Angola, Etiopía, Nigeria, Sudán y Djibuti y, sobre todo, una conexión marítima a través del Índico ha obligado al Gobierno chino a modificar su política militar de no intervención.

El expansionismo militar

El conflicto armado desatado en Sudán del Sur en 2013 supuso un cambio de rumbo: por primera vez, China lideró las negociaciones diplomáticas para pactar un alto al fuego y participó en el despliegue de tropas en el continente. Ni siquiera la muerte de dos soldados rebajó el compromiso con la misión de paz.

De hecho, mientras Europa y Estados Unidos insisten en su política aislacionista, China ha multiplicado por 25 el número de efectivos en las operaciones de paz, el 75% de las cuales están en África, y es ya el miembro permanente del Consejo de seguridad que más cascos azules aporta y el décimo segundo entre todos los países del mundo. Sin sus tropas, misiones como las de Malí o Sudán del Sur serían insostenibles.

Un parapeto humanitario que permite justificar sus actuaciones en el continente. A las operaciones clandestinas, apoyando movimientos insurgentes en Chad a principios de los 2000 o regímenes amigos en Uganda o Zimbabue, se ha sumado en los últimos años su papel como suministrador de armamento. Desde 2016, China es ya el principal exportador de material bélico en África Subsahariana, con el 27% de las exportaciones: según el Instituto Español de Estudios Estratégicos, 35 países africanos, el 68%, emplean equipamiento militar chino, que cuenta con tres plantas de producción de armas ligeras en Sudán, y fábricas de munición en Zimbabue y Malí.

«Inicialmente, las ventas estaban centradas en versiones chinas de equipos terrestres diseñados en la era soviética. Sin embargo, este legado de copias chinas de los sistemas soviéticos ha ido, poco a poco, cediendo paso a otros más modernos y capaces de diseño chino, algunos fabricados exclusivamente para la exportación», apunta en su informe para el citado instituto el investigador Juan Alberto Mora. Entre ellos sobresale el drone CH-3 empleado en la batalla contra Boko Haram en Nigeria.

En su papel como potencia en el nuevo equilibrio geopolítico, China está utilizando su influencia en el continente para proteger sus intereses por encima de todo. Por ejemplo en Sudán del Sur, apunta la investigadora de la Universidad de Pretoria Emmaculate Asige, donde por un lado «bloquea el embargo de armas promovido por Estados Unidos, como ya hizo en Congo o en Somalia» y por el otro mantiene acuerdos bilaterales con las principales milicias para proteger las infraestructuras petrolíferas.

Una estrategia con un doble componente económico-militar: China aspira a fortalecer su contingente internacional con la creación de bases militares en ultramar –18 según algunas filtraciones, siete de ellas en África: Namibia, Kenia, Tanzania, Mozambique, Seychelles, Madagascar y el propio Yibuti–, y para lograr estas concesiones tanto sirve prometer protección internacional y ayuda contra cualquier insurgente como atrapar al país en una deuda de desarrollo inasumible.