Koldo LANDALUZE
CRÍTICA «La espía roja»

La espía que se enamoró

Tanto en su temática como la época en la que transcurre, el principal referente que topamos en “La espía roja” es en el material literatio que John Le Carré dedicó a aquellos memorables espías-funcionarios que tan bien supo describir durante la Guerra Fría. No obstante, lo que se revela tanto en el argumento como en lo que se asoma en la pantalla no es más que un producto de buena factura pero que jamás pretende profundizar en el meollo de la cuestión. Las desaprovechadas interpretaciones que llevan a cabo tanto Sophie Cookson como Judi Dench en su intento por dotar de forma y sentido a la protagonista, inspirada en Melita Norwood, se difuniman por culpa de un Trevon Nun que tan solo se preocupa de mostrarnos a una afable abuelita cuya sorprendende doble vida ocultaba un rol de espía a favor del ideario soviético. En esta torpe reinvención de Norwood –rebautizada para la ocasión como Joan Stanley–, lo que se nos plantea con total descaro es que la protagonista no dudó en vender información a Stalin motivada por un amor juvenil que nació en su época universitaria. Teniendo siempre presente lo que aconteció en la realidad, esta poco creíble premisa lastra sobremanera un argumento acaramelado en el que el ideario político jamás es tomado en serio y todo se concreta alrededor de una doble vida descrita sin riesgo alguno y recreada mediante clichés de folletín rosa. La serenidad que Dench y el entusiamo que Cookson imprimen en dos etapas diferentes a la “abuelita espía”, unido todo ello a la siempre correcta recreación de época que los británicos ejecutan en sus producciones, figura entre lo más interesante de un producto nacido para no molestar y que se conforma con pasar a hurtadillas entre los renglones torcidos de la Historia para narrar una crónica sentimental cuyo endeble armazón dramático se compone de arquetipos ya visionados en multitud de ocasiones.