Víctor ESQUIROL
CRÍTICA «Un hombre fiel»

La fuerza igualadora (y cómica) de los dramas amorosos

Si una imagen vale más que mil palabras, entonces una escena puede equivaler al tomo más extenso. Al más revelador, también. La secuencia que me interesa ahora nos presenta a un hombre joven (Louis Garrel) abandonando, desconsolado, el piso de la que hasta hacía pocos minutos era su novia. Ella (Laetitia Casta) le ha dejado de mala manera. Con una frialdad que helaría a cualquier corazón. Y efectivamente. El de él, está a muchos grados bajo cero... y a punto de resquebrajarse.

El pobre no puede con su alma; mucho menos con su cara: los que antes eran guapos, ahora son adefesios, hasta asentarse, irremediablemente, en una fealdad exageradamente cómica. Y ahí va Louis Garrel: una de las caras predilectas del cine francés actual, se ha desfigurado por completo. Ojos rojos, pelo terriblemente desbocado y mandíbula desencajada por obra y gracia de unos sollozos que más bien parecen convulsiones. Desternillante; glorioso.

El amor, ya se ve, nos iguala. Dentro de su inesquivable radio de influencia, todos somos susceptibles de convertirnos en el mismo despojo en el que ahora mismo se manifiesta el protagonista de la función. «Es gracioso... si no me pasa a mí», claro. Con esta máxima, el más joven del prestigioso clan Garrel coescribe y dirige una historia en la que, como casi todas las que calan en este género, hay por lo menos tres puntos de vista. Los líos amorosos, que tan bien definen la identidad francesa, adquieren aquí todas las propiedades por las que dicha nación quiere hacerse notar en el mundo. He aquí una comedia romántica con aspecto de intriga detectivesca, y a la que le gusta sentirse sexy, fresca y, por supuesto, muy divertida... para aquel que no la está sufriendo en sus propias carnes. La jugada es, por lo menos, redonda.