Agustín GOIKOETXEA
ANTE LA IGLESIA DE SAN ANTON

SEIS CLAVELES POR LOS MÁRTIRES DE LA MATXINADA DE LA SAL

UN PUñADO DE PERSONAS VOLVIÓ AYER AL MEDIODÍA A CONCENTRARSE ANTE LA BILBAINA IGLESIA DE SAN ANTON PARA HONRAR A LOS «SEIS HEROICOS BIZKAITARRAS» EJECUTADOS UN DÍA COMO AYER DE 1634 POR HABER LIDERADO LA REBELIÓN POPULAR CONTRA EL IMPUESTO SOBRE LA SAL IMPUESTO POR EL REY ESPAñOL FELIPE IV.

No son pocos los turistas que, a diario, se acercan hasta el templo gótico que se representa en el escudo de Bilbo para, si hay fortuna, visitarlo o, en la mayoría de las ocasiones, saber de la historia de la villa. Uno de esos vestigios, no el único por el simbolismo del lugar, es una placa de piedra recolocada hace cerca de cuatro décadas en su fachada. Sirve de recuerdo a los seis ajusticiados por defender con las armas los fueros que vulneró Felipe IV al imponer un impuesto sobre la sal para financiar sus guerras en el norte de Europa.

El monarca español decretó el 3 de enero de 1631 extender a Bizkaia el estanco de la sal que había establecido en Castilla, incurriendo en flagrante contrafuero con la libertad de comercio y la exención fiscal de que disfrutaba el señorío. La medida supuso el incremento del precio de la sal, fundamental para la conservación de los alimentos en aquella época, hasta un 44%, al tiempo que se ordenó la requisa de las reservas para establecer un monopolio real. La miseria era absoluta.

El pueblo llano se levantó inicialmente contra esa medida que le empobrecía aún más, que quedó en un segundo plano al enfrentarse los menos favorecidos contra los privilegios de los jauntxos y las tropelías de la Corona española. Aquella matxinada se inició por el precio y el embargo de la sal para transformarse en una insurrección armada en toda regla contra los ultrajes cometidos por el monarca absolutista y la clase dominante en Bizkaia.

Los mártires de aquel motín en que las clases populares se enfrentaron con los caciques locales fueron Martin Otxoa de Aiorabide, Licenciado Morga y Sarabia, el escribano Juan de Larrabazter, los hermanos Juan y Domingo de Bizkaigana, y Juan de la Puente Urtusaustegui. Unos fueron ajusticiados a garrote en la cárcel y otros ahorcados en la plaza pública, justo al lado de la iglesia, a cuya fachada estaba adosada la casa consistorial, también sede del Consulado de Bilbo.

A ellos homenajearon, como todos los últimos años, un puñado de bilbainos, a los que se sumaron varias turistas gallegas. A las visitantes les sorprendió el acto cuando escuchaban en compañía de un guía pasajes de la historia del Botxo, puntualizados por los reunidos. «No se le puede llamar guerra, el único que tenía un ejército era el rey español. Ellos solo defendieron los derechos y libertades de Bizkaia», les explicaron a estos forasteros, sorprendidos mientras el guía se mostraba un tanto molesto por las precisiones.

Jota a los héroes

Atraídas por el gesto, las gallegas no pusieron objeción alguna a sumarse a la ofrenda de los seis claveles ante la placa y la jota en honor «a los bravos bizkaitarras». No fueron los únicos. Antes, otros turistas alemanes supieron de las razones de este gesto anual protagonizado por hombres y mujeres bregados en numerosas luchas a lo largo de su dilatada existencia. «Estos héroes se lo merecen», repitieron.

Dos días antes del sencillo acto de ayer, EH Bildu hizo lo propio en ese mismo escenario. Una efeméride olvidada por unos y ocultada por otros, que los reunidos ante San Anton se empeñan enmantener a pesar de que se vayan produciendo bajas entre sus promotores.

Otro de los homenajes señalados a los seis ajusticiados se produjo en 1936, cuando se denominó Rebelión de la Sal a uno de los batallones de gudaris que lucharon contra los fascistas.

El primer homenaje oficial del que hay constancia se produjo el 27 de mayo de 1931, cuando ediles de PNV y ANV propusieron al Pleno del Consistorio bilbaino la colocación de una placa «en memoria de los mártires de la República de Bizkaya y de su Libertad». Ese acuerdo se materializó en 1932, al instalar una placa de bronce, obra del pintor y escultor Félix de Torre, que permaneció hasta la entrada de las tropas fascistas en la capital.

Bajo la presidencia de José María de Areilza, el Ayuntamiento franquista acordó que se eliminase la primigenia placa al entender que la revuelta que se prolongó de 1631 a 1634 «significa un acto de rebelión contra el Poder Central». Hubo que esperar hasta 1979 para que otra Coporación elegida democráticamente aprobase reinstalar una placa conmemorativa.