Víctor ESQUIROL
CRÍTICA «Kin»

Eli cogió su fusil ultra-sónico

El primer largometraje firmado por Jonathan Baker y Josh Baker es una versión extendida de “Bag Man”, un corto del año 2014 de apenas un cuarto de hora de duración, en el que se presentaba a un niño que rompía bruscamente con la depresión –urbana– que le rodeaba, sacándose literalmente de la chistera un fusil que parecía salido de un futuro muy lejano.

En “Kin” sucede exactamente lo mismo, y de hecho, parece que solo suceda esto; que toda la historia desarrollada a lo largo de más de hora y media de metraje se reduzca al hallazgo y posterior uso de este sofisticado instrumento de destrucción masiva. Tenemos al mismo chico que en aquella primera toma de contacto, solo que ahora este está condicionado por el peso de una familia (de ahí el título) en la que no termina de encajar.

Su hermano mayor acaba de salir de la prisión, y su padre no está dispuesto a tolerar ni el más mínimo desliz de indisciplina. Pero tras un terrible accidente que no estaba previsto en el programa inicial, la función se convierte en una especie de road movie con tintes de ciencia-ficción ochentera, en la que los dos hermanos pondrán a prueba su vínculo sanguíneo y emocional.

Es una aventura donde todas las cartas se juegan en el terreno más superficial. En la estética. No importa que el villano sea un James Franco que lo tenga todo a favor para salirse de madre; mucho menos la intrincada situación familiar planteada por los directores... Lo único que realmente cuenta es el lucimiento técnico, plasmado este en una serie de planos cenitales ciertamente bellos, además de unos efectos especiales que (al César lo que es del César) logran el cometido de impresionar. La lástima (y a la postre, la losa) es que todo este despliegue visual engulle el resto del conjunto. Por consiguiente, todos los diálogos y personajes acaban reducidos a meras ilusiones digitales. A espejismos en total dependencia del departamento de arte.