Iñaki Egaña
Historiador
GAURKOA

Víctimas del terrorismo

España es diferente al resto del mundo mundial. El pasado 27 de junio celebró el Día de las Víctimas del Terrorismo, instaurado en 2010 en la fecha en que una bomba incendiaria del DRIL mató en Donostia a la niña Begoña Urroz. Con una desfachatez supina, durante dos décadas, la caverna hispana ha mantenido que aquel atentado fue obra de ETA. A pesar de las evidencias, en un país donde son válidas las pruebas obtenidas bajo torturas, qué se podía esperar.

El 21 de agosto, España evocará el Día Internacional de Conmemoración y Homenaje a las Víctimas del Terrorismo, instaurado por Naciones Unidas. El 11 de marzo pasado, y a instancia del Parlamento Europeo, España celebró el Día Europeo en Memoria de las Víctimas del Terrorismo. En la Comunidad Autónoma Vasca se celebrará el 10 de noviembre el rebautizado Día de la Memoria, instaurado Día de las Víctimas del Terrorismo.

Es decir que alguien que viva en Bilbao, en Tolosa o en Agurain tendrá de los 365 días anuales, cuatro dedicados a las víctimas del terrorismo. Hoy, sabemos que la mayoría de las víctimas del terrorismo se producen en cinco escenarios: Afganistán, Somalia, Siria, Irak y Nigeria. También que las víctimas del terrorismo que se homenajean no son los centenares de miles de víctimas mortales y otras tantas colaterales causadas por el terrorismo de Estado en el planeta, sino las originadas por organizaciones guerrilleras en el siglo XX o del terrorismo yihadista en el XXI. Todas en el mismo saco.

En la proporción vasco-hispana, Afganistán debería tener más de 40 días dedicados a las víctimas del terrorismo. Y si en verdad el terrorismo de Estado fuera reconocido como lo que fue, los vascos deberíamos tener al menos una semana de homenajes a la víctimas de los 1.700 atentados paramilitares o los 7.000 torturados. En el exterior, Vietnam debería dedicar un par de meses a llorar violaciones y muertes de los soldados norteamericanos y Argelia otro tanto para recordar a las decenas de miles de víctimas torturadas, guillotinadas o desaparecidas por la exquisita París.

Y España es diferente porque a pesar de su construcción identitaria sobre un pedestal de bulos y relatos literarios en sustitución de los históricos, sigue sorprendiendo porque siempre quiere más. Cada vez el listón más alto. La gestión de la muerte de Begoña Urroz ha sido paradigma. El Memorial ha justificado la mentira mantenida de manera soez, con falsos silogismos que podrían aplicarse al propio Estado o a sus agentes. Si lo que buscaban era la equidistancia, podían reconocer y pedir al menos disculpas por esos 18 menores de edad que fallecieron en acciones paramilitares de guerra sucia.

Y en ese ir más allá, el Memorial niega que la infiltración policial en el DRIL fuera cierta, al contrario de lo que confirman los archivos, en especial el de la Emigración Gallega. Y para avalar esta tesis forjada en algún despacho no de Gasteiz, sino de Madrid, un diario que históricamente ha hecho de correveidile del CNI entrevista al hijo del señalado como infiltrado policial que niega la implicación de su padre y señala al «verdadero» policía, Santiago Carrillo, el habitual saco de las ostias de la extrema derecha. No cita Paracuellos pero poco le faltaba. Y por cierto, o es mucha casualidad o este hijo del infiltrado policial tiene el mismo nombre y dos apellidos, bastante raros por cierto, que un candidato de Vox en las elecciones autonómicas extremeñas de 2015. A estas alturas no hay casualidades.

El «error» de Begoña Urroz y la autoría de ETA se ha subsanado con el apelativo de «primera víctima del terrorismo», evitando la alusión a la organización armada vasca. Pero también es mentira. Las víctimas del terrorismo, entre ellas Carrero Blanco y Melitón Manzanas, tuvieron reconocimiento y resarcimiento si su fallecimiento había ocurrido desde 1968 en adelante. Para que el montaje de Begoña Urroz fuera creíble, la ley fue modificada y atrasada hasta 1960, año de la muerte de la bebé. Pero resultó que en enero de 1960, un chivatazo alertó a la Guardia Civil del escondite de un grupo de maquis catalanes. Los agentes asaltaron la vivienda en Palol de Revardit y se produjeron cuatro muertos, tres guerrilleros y un teniente de la Guardia Civil, Francisco de Fuentes-Fuentes. Desde 2015, y atendiendo a la ley, el guardia se convirtió oficialmente en la «primera víctima del terrorismo».

Según la propia Guardia Civil, el maquis español mató a 953 personas (un tercio guardias civiles), ejecutó 845 secuestros, 538 atentados (sabotajes) y 5.963 atracos. Pero en mayo de 2001, siglo XXI, el Congreso de los Diputados español, por unanimidad, reconoció a los maquis como «luchadores por la libertad» y negó que fueran malhechores, bandoleros o terroristas. Es decir, una primera víctima del terrorismo (De Fuentes-Fuentes) muerto por una organización no terrorista, que luchaba por la libertad. No es de recibo.

Pero lo más sorprendente llega ahora. A raíz de la declaración del Memorial con respecto a Begoña Urroz, la misma que el presentador de TVE que entrevistó a Arnaldo Otegi dijo que debería contrastar su veracidad, los sectores cavernícolas avanzan. El más difícil todavía. Que no es otro que viajar en el tiempo y encontrar a la «verdadera» primera «víctima del terrorismo».

Ya lo han hecho. Se trataría del guardia civil Jaime Tous Cirés que murió en atentado anarquista contra el general Arsenio Martínez Campos. Martínez Campos fue un carnicero (militar) que dejó un reguero de sangre en África, México, Cuba, Cataluña, Navarra… Y también golpista, restaurador borbónico. Sufrió el atentado citado, del que salió ileso, en setiembre de 1893.

¿Por qué reivindicar ahora a esta primera supuesta víctima del terrorismo? Ya lo habrán adivinado. Porque el atentado que costó la vida al agente Tous tuvo lugar en la Gran Vía de Barcelona. Y ya sabemos que, en 2019, el relato literario de Madrid pasa por apuntar que los soberanistas catalanes son violentos. Desde siempre.