Antonio Álvarez-Solís
Periodista
GAURKOA

Los cuervos también se cansan

Ahora no aciertan cómo devolverles a la calle. Señor Llarena: pasará usted a la historia como paradójico creador del laberinto que al final no sabe cómo retener a sus víctimas, a las que Teseo ha facilitado el hilo de la libertad, que es la razón. El laberinto enlabertinado. Siempre hay un griego que sabe más que un juez. Usted creyó oír el mensaje: «Enciérralos hasta que mueran. Luego los cuervos devorarán los restos en el banquete patriótico». Uno de ellos ha adelantado el picotazo: «Quim Torra ha muerto». Pero Quim está vivo. Los apresados en el laberinto afilan el hacha que han encontrado en él. Sí, señor Llarena, las «labrys» que dieron nombre al invento arquitectónico de Dédalo.

Las libertades solo mueren a manos de otras libertades. Funciona la dialéctica de la razón. O la metafísica de Dios. No lo sé. A mis años –me han salido todos bisiestos– he olvidado el miedo a los cuervos que están hartos de tanta muerte en el cuadrante histórico de hogaño.

Creo en la libertad para batirme en libertad sobre su pequeño escudo: «Yo soy un hombre sincero/ de los que cortan la palma./ Y antes de morirme quiero/ echar mis versos del alma». Y es así, Quim. Porque me ha pasado lo mismo que a José Martí, él en su grandeza, en mi pequeñez yo: «Yo he visto el águila herida/ volar al azul sereno/ y morir en su guarida/ la víbora del veneno». Europa, la fatigada Europa, no nos soporta. No acudamos a Mariana, que ya tiene bastante con todos esos pícaros que han hecho de la tricolor un envoltorio de restos para la triste merienda de los cuervos que ahora eructan fascismo. Solamente faltaban los galeotes españoles encadenados por la Inquisición. Recordemos: preguntó el Caballero, majestuoso sobre el cerro, a su fiel Sancho acomodado en el rucio, que quiénes eran los encadenados «Son forzados del rey, que van a galeras». Alzose el Caballero sobre los estribos y dijo repleto de ira: «¿Es posible que el rey haga fuerza a ninguna gente?». Pues si no la hace, lo parece. Y no vale hacer de la Constitución llave de las celdas, pues esa Constitución fue cortada a medida de la monarquía nueva, lo que confiere al monarca un significativo poder moderador para negar su firma a los papeles que le pongan sobre la mesa. Tengo para mí, además, y aunque no lo quieran dueñas, que si se está conducido por el espíritu no se está contra la libertad. Y menos contra la libertad por la que se bate todo un pueblo que tiene el alma en los condenados.

Hasta el pequeño y cordial pueblo en que descanso de tanta muerte como voy juntando me han llegado rumores de que en diversos planos políticos españoles se está dando vueltas a la situación penal de los catalanes presos para convertir las figuras de rebelión y sedición, que hoy impiden un acercamiento liberal al problema catalán, en figuras más manejables como son acusaciones por uso indebido de fondos públicos. De conseguirse esta derivación de las penas a un nivel menos bélico quizá podría habilitarse un cauce para encarrilar la represión hacia el diálogo. Un partido como «Unidas Podemos» tal vez volvería a resituarse en el horizonte electoral para encuadrar masas ciudadanas ahora desarboladas. Ahora bien, para abrir esa vía deberían observarse fielmente algunas condiciones inapelables: desalojar a los togados que han viciado de política a la justicia, suprimir el resol militar que invalida secularmente la democracia española, control centralizado de la banca, saneamiento del mundo de la información y comportamiento prudente de la Corona. Es decir, invento de una España nueva, pues la otra no ha calzado nunca una mínima modernidad.

Un gobierno fuerte debiera tener esos perfiles. Yo dudo, sin embargo, que España pueda alcanzar ese nivel de sensatez e inteligencia. Tuvo su ocasión con la llegada de los Borbones a Madrid –de Felipe V a Carlos IV, todos del siglo XVIII–, pero la modernización quedó reducida a una centralización de instituciones y medios, mas no alcanzó mínimamente a la calle. Escribe la historia de aquella época: «Campomanes –el regeneracionista– exaltaba el poder real y justificaba la autoridad despótica de los reyes». España creció materialmente bajo una Corona regalista, pero la frontera seguía vigilada para conservar las «esencias». París no pudo superar el resguardo de un Motín de Esquilache o, antes, la Carta de los Persas que remitió a Fernando VII la mayoría de los «patriotas» de las Cortes de Cádiz para recordarle su obligación de salvar la fe contra los protagonistas de la maldita francesada. Los españoles solamente vivieron la libertad en dos repúblicas destrozadas a cañonazos. Primero fue Pavía, luego Cánovas, a continuación Primo de Rivera, por fin Franco. Dudo que la víbora haya muerto. El señor Sánchez va a la cama de espalda al altar; pero le vela la Guardia Civil. Costa perdió la batalla cuando le enterraron bajo la tapia del cementerio de Zaragoza: los pies en lo civil y la cabeza en la creencia. Luego intoxicaron el grito: «¡España, banca, Talgo y siete llaves al sepulcro del Cid!».