EDITORIALA
EDITORIALA

Doble divorcio: el Brexit y la independencia de Escocia

Generalmente, los divorcios demandan mucho tiempo, pueden ser complicados y, a menudo, muy amargos. Debería saberlo Boris Johnson, ahora que se dispone a terminar sin acuerdo una relación de 45 años, que no siempre fue fácil, con la Unión Europea. Y una de las cuestiones más delicadas de atender suele ser la de los hijos. Y tirando de analogía, estos serían Escocia, Gales y el norte de Irlanda, tres naciones que se han mantenido durante tres siglos de «matrimonio» en el seno del Reino Unido, y que en palabras de Johnson, son los «lazos que lo unen».

El nuevo primer ministro británico dice estar dispuesto a un Brexit sin acuerdo antes del primero de octubre. A un divorcio por las bravas, sin convenio regulador, con un «lo hacemos o morimos» como divisa. Y con los bolsillos llenos de millones de libras, ha emprendido una gira por las naciones del Reino, con el objetivo de ganar para sí mismo votos y popularidad y convencerlas de que su plan para el Brexit, si se hace a su manera, «no amenaza nuestra querida Unión». A su llegada a Escocia, que ni votó por el Brexit, ni por el actual gobierno conservador, ni mucho menos por Boris Johnson, se ha topado con otra demanda de divorcio, cada vez más cargada de razones y de apoyo popular: la independencia de Escocia, que ya tiene adelantadas las tareas para un segundo referéndum.

Lo que representa Boris Johnson, un nacionalismo inglés basado en los privilegios de las élites de Londres, y el Brexit han dado otro aire al debate de la independencia de Escocia. Se ha abierto una nueva fase, las movilizaciones y las encuestas por el «sí» a una Escocia independiente –y dentro de la Unión Europea– no dejan de subir. Quizá sea cierto lo que tantos predicen, que Johnson será el último primer ministro del Reino Unido. Lo que está fuera de toda duda es que ese Brexit, con ese primer ministro al timón, es un escenario de pesadilla del que los escoceses necesitan salir cuanto antes. Y ya están en marcha.