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LA MERCED, UN CAMPO DE CONCENTRACIÓN FRANQUISTA EN PLENO CENTRO DE IRUÑEA

El antiguo convento de La Merced de Iruñea, que estaba situado frente al actual Arzobispado, se convirtió entre 1937 y 1939 en un campo de concentración franquista en el que estuvieron hacinadas miles de personas. Así lo recoge Carlos Hernández de Miguel en su libro «Los campos de concentración de Franco».

La red de campos de concentración creada durante la guerra por los militares sublevados en el Estado, integrada por unas 300 instalaciones, buscaba mantener encerradas tanto a las personas «desafectas» al nuevo Régimen por sus ideas políticas como a los prisioneros que iban cayendo en poder de las tropas franquistas en los diferentes frentes.

En el caso concreto de Iruñea, varios espacios fueron destinados a concentrar a los presos. Además del conocido penal en el que fue convertido el fuerte de Ezkaba, en la misma ciudad se habilitaron con esa función la Ciudadela, el Seminario Viejo y el antiguo convento de La Merced.

Este último era un edificio construido en el siglo XVI en la zona que había ocupado la antigua Judería. Había sido desacralizado durante la Desamortización del siglo XIX y reutilizado como cuartel militar, hasta convertirse en campo de presos en el verano de 1937.

En ese lugar se llegaron a concentrar a miles de presos. En un informe de la Inspección de Campos de Concentración de Prisioneros, organismo que se encargaba de esta tarea en la zona franquista, se señalaba que era «un buen campo para 1.200 prisioneros» y que en el momento de redactarlo albergaba «dos mil ochocientos prisioneros», es decir, se había duplicado ampliamente su capacidad.

Sobre el edificio se indicaba que se trataba de un antiguo convento «de tipo cuadrangular con dos patios y claustros naves dormitorios y locales para las distintas dependencias». También se destacaba que contaba con «abundante» agua de bebida, que los retretes estaban «en buenas condiciones» y disponía de una enfermería «bien instalada», según se recoge en la obra de Carlos Hernández de Miguel.

Como se ha indicado, en ese espacio fueron hacinadas miles de personas, a las que posteriormente se clasificaba de acuerdo con su nivel de «peligrosidad» de cara a las nuevas autoridades franquistas. Así, se intentaba localizar a los oficiales del Ejército republicano para ejecutarlos y con el resto, se establecían grados de acuerdo con su postura contraria hacia los franquistas.

Los que no eran pasados por las armas, eran sometidos a una «reeducación» para hacerlos más adecuados a los ojos de los sublevados. No faltaban las misas y los cánticos diarios de corte fascista, como el «Cara al sol», ante la bandera rojigualda que debían realizar los presos, a los que se impartían charlas de adoctrinamiento de diversos contenidos, en las que no faltaban curas para «llevar por el buen camino» a los encerrados. Pero lo más importante para los presos era sobrevivir en estos campos de concentración, ya que las condiciones higiénicas y la alimentación solían ser muy deficientes. Además, estaban tan hacinados que, por ejemplo, en el Seminario Viejo de Iruñea, el espacio para dormir era tan reducido que los presos se tenían que amontonar de manera que los pies de un prisionero coincidiesen con la cabeza del siguiente en la fila.

A esta situación dantesca se sumaban otros factores que contribuían a incrementar el sufrimiento de los encerrados, como el frío en el caso del campo de La Merced.

En 1939, con la guerra ya en su recta final, el número de prisioneros que habían hecho las tropas sublevadas era tan importante que incluso la plaza de toros de Iruñea fue utilizada como campo de concentración.

Una vez finalizada la contienda con la victoria franquista, los campos situados en Iruñea se fueron cerrando y su historia se fue perdiendo, salvo en el caso más destacado de Ezkaba, hasta que ha sido rescatada por investigadores como Hernández de Miguel.