Agencia France-Presse (AFP)

¿Volverá a zancadillear Trump a sus aliados?

¿Deben esperar sus mejores aliados lo peor una vez más? Donald Trump podría hacer de aguafiestas de nuevo este fin de semana en la cumbre del G7 en Biarritz, ya que los temas de discordia se multiplican.

Los jefes de Estado y de Gobierno de los que hasta hace no mucho eran los siete países más industrializados del mundo estaban acostumbrados a placenteras reuniones anuales entre amigos en el seno de lo que, en ocasiones, ellos mismos denominan el «club de los demócratas» –especialmente desde que la Rusia de Vladimir Putin dejó de ser invitada–.

Pero esto era antes de Donald Trump y su interpretación muy personal de las relaciones internacionales.

Tras la constatación del desacuerdo en torno al calentamiento global en 2017 en la cumbre de Italia, el G7 de Quebec en el verano del pasado año fue escenario de rupturas inéditas. El presidente de EEUU puso patas arriba la escenografía, generalmente cuidada al milímetro, de estas grandes citas internacionales al acusar al primer ministro canadiense, Justin Trudeau, de «deshonesto» en el contexto de las tensiones comerciales y se negó a firmar la declaración conjunta de la cumbre.

Ahora, de nuevo corre el riesgo de actuar «como un elefante en una cacharrería», previene Robert Guttman, de la Universidad Johns Hopkins (EEUU). «Trump no viaja como hombre de Estado, sino como político que lucha por ser reelegido» en noviembre de 2020 y que solo se dirige a «su base» electoral, añade.

Y puede que su eslogan, “America First” (EEUU Primero), no encaje bien con el tema elegido por el presidente francés, Emmanuel Macron, para este G7: la lucha contra las desigualdades en el mundo. Sin hablar del cambio climático, que también está en el orden del día pero sobre el que el resto de socios ya ha tomado nota de la brecha insuperable que los separa del multimillonario conservador.

Por lo demás, se ha hecho todo lo posible por evitar otro choque. Una fuente diplomática francesa consultada por AFP incidió en el carácter informal que París quiere dar a los debates, abandonando cualquier ambición de consensuar un comunicado final exhaustivo.

Pese a ello, los temas susceptibles de provocar chispas son numerosos. Sin esperar a llegar a la estación balnearia vasca, Trump ya ha puesto los pies sobre la porcelana reafirmando el martes que es favorable a la vuelta al G8 con la reintegración de Rusia, que fue excluida en 2014 tras la anexión de Crimea.

Son numerosos los diferendos que oponen al anfitrión de la cumbre y al inquilino de la Casa Blanca, que al principio gustaban de airear sus acuerdos.

A finales de julio, Trump denunció la «estupidez de Macron» a cuenta del impuesto francés a los gigantes digitales estadounidenses y, como represalia, amenazó con atacar uno de los tesoros tricolores, el vino, con una subida de aranceles. El presidente francés espera desactivar este conflicto.

Macron también quiere obtener un gesto del presidente estadounidense hacia Irán. Como resume una fuente diplomática francesa, si Trump quiere lograr un nuevo acuerdo con Teherán, como afirma, la presión no es suficiente; hace falta que EEUU dé un margen de maniobra para poder ofrecer algo a los iraníes a cambio de una negociación.

Pero aquí también, las tentativas de mediación francesas han recibido una ducha fría de antemano a través de un tweet directo: «Nadie habla en nombre de EEUU aparte de los propios EEUU», advirtió Trump, acusando a su homólogo francés de contribuir a debilitar el mensaje estadounidense hacia Irán.

Trump debería encontrar en la mesa al menos un aliado en la persona del nuevo primer ministro británico, Boris Johnson, que necesita el apoyo estadounidense en la perspectiva de una salida sin acuerdo de la UE.

En cuanto al resto, están obligados a cohabitar con Trump pese a todo si quieren hacer frente a Rusia y China en la competición estratégica entre potencias. La UE «no ha llegado a convertirse en una superpotencia y todavía debe contar con EEUU», subraya James Roberts, de la Fundación Heritage (entidad de perfil conservador de EEUU). «No les gusta el estilo del presidente Trump, pero no pueden cambiar los hechos solo porque no les guste el mensajero», comenta.

Y el efervescente presidente seguirá siendo inevitable por un tiempo: en 2020, él será el anfitrión del G7. ¿O será el G8?