Santiago ALBA RICO
Filósofo y arabista
COMICIOS PRESIDENCIALES EN TÚNEZ

Populismo y volatilidad electoral

En medio del caos regional, que sin duda fragiliza su «excepción», Túnez es un país cada vez más «europeo». Lo es, sin duda, en su condición de nación más democrática del Magreb y del mundo árabe, pero lo es también por la velocidad y tenor de su degradación democrática. Mañana celebra sus segundas elecciones presidenciales de su historia.

En pocos meses Túnez pasó de una revolución triunfante (2011) a una transición a la española, con una «acuerdo de élites» (2013) que integró al partido islamista Ennahda –hoy posislamista– y evitó un golpe de Estado a la egipcia. Desde entonces, los atentados terroristas, la crisis económica, la corrupción, la suspensión de facto de la Constitución liberal de 2014, desmentida por estados de emergencia, leyes de seguridad y abandono de la justicia transicional, así como los conflictos políticos y económicos entre las élites y dentro de sus partidos políticos, han llevado al pequeño país del norte de África a una situación de desencanto, angustia y volatilidad muy semejante a la de nuestras democracias europeas. Eso incluye el giro reaccionario y populista y la tentación autoritaria.

Pues bien, en estas condiciones celebra Túnez mañana las segundas elecciones presidenciales de su historia. Previstas para el 17 de noviembre, a continuación de las legislativas, la muerte el 25 de julio del presidente de la república, Beji Caid Essebsi, ha obligado o al menos justificado su adelanto. Como explica el periodista Thierry Brésillon, este adelanto no es anecdótico. Todo lo contrario. Obliga a cambios de estrategia de los partidos en un contexto en el que no se descartan sorpresas y en un país cuyo imaginario, a pesar del peso que la Constitución otorga al Parlamento y al primer ministro, sigue siendo «presidencialista». De pronto, la elección del presidente, cuyo papel el bourguibista Essebsi siempre quiso revalorizar, cobra una importancia logística decisiva.

A estas elecciones se presentan 26 candidatos (después de que la Junta Electoral desestimara otros setenta nombres), sin un favorito claro y en medio de un desconcierto sin precedentes por parte de los partidos gestores de la transición: notablemente el posislamista Ennahda y el posliberal Nidé Tunis, el partido que el presidente difunto bricoló a toda prisa en 2012 –con restos del antiguo régimen y liberales islamófobos– para dar la batalla al islamismo. Hace unos meses, cuando la ventaja del joven primer ministro, el tecnócrata Yossef Chahed (distanciado de Essebsi y fundador de una nueva fuerza, Tahya Tunis) parecía incuestionable, saltaron todas las alarmas. Numerosas encuestas –todas inverificables– anunciaron el desplome de su popularidad, desgastada por la crisis económica, y la irrupción de figuras inesperadas al margen de los partidos establecidos. Sobre todo dos: Nabil Karaoui, un Berlusconi tunecino, dueño del canal de televisión Nisma –que empezó a emitir bajo Ben Alí y que jugó un papel fundamental en la victoria electoral de Essebsi en 2015 – y Abir Moussi, que reivindica abiertamente el legado de la dictadura a rebufo de la nostalgia de seguridad de las clases medias urbanas.

Karaoui, un neoliberal populista, ha utilizado la televisión para lanzar su candidatura, difundiendo sus campañas de entrega de alimentos en las regiones más desfavorecidas, y su ventaja en los sondeos llevó al primer ministro Chahed (y a sus aliados de Ennahda) a proponer una enmienda de la ley electoral que el presidente Essebsi, enfrentado a los dos, se negó a firmar antes de morir. Desde el 26 de agosto Nabil Karaoui está en prisión por un delito fiscal.

En esta situación, el posislamista Ennahda ha decidido frente a su estrategia de los últimos años concurrir también a la contienda presidencial y presentar como candidato a uno de sus hombres más prestigiosos, Abdelfatah Mourou, abogado cofundador del partido, hombre heterodoxo, dialogante y popular, que tendrá que disputar en todo caso la misma franja electoral al exsecretario de Ennahda y ex primer ministro Hamadi Jbali, al expresidente de la república Moncef Marzouki y al jurista conservador Qais Said. Por su parte, el partido Nidé Tunis, fundado por el difunto Essebsi y ahora encabezado por su hijo Hafedh, apoyará al candidato «independiente» Abdelkrim Zbidi, ministro de defensa y heredero declarado del bourguibismo resucitado en los últimos años desde el palacio de Cartago.

En cuanto a la izquierda, tras la reciente escisión del Frente Popular y con una visión fosilizada de la política, concurre dividida y sin ninguna posibilidad para su candidato más conocido, Hamma Hamami, antiguo preso político y líder del Partido de los Trabajadores.

En estas condiciones y a la espera de conocer la suerte judicial de Karaoui, es difícil hacer pronósticos y más difícil, cualquiera que sea el resultado, contemplar el futuro con esperanza. El desencanto, el destropopulismo y la tentación autoritaria, como en Europa, decidirán –en segunda vuelta– un resultado en el que no se reconocerá probablemente la mitad abstencionista del electorado. Si gana Mourou, se reactivará frente a él la islamofobia desestabilizadora; si gana Karaoui –lo que podría no disgustar a Europa–, se agravará la crisis económica e institucional. Cualquiera de los otros que puede ganar –cualquiera– hará difícil mantener el precario equilibrio actual. Síntoma de la fragilidad de la transición, umbral de una recomposición de las alianzas elitistas posrevolucionarias, estas elecciones, antes de las legislativas de octubre, conducirán también probablemente a la revisión de una Constitución que, en realidad, aún no ha entrado en vigor.