Isidro Esnaola
LA REFORMA PENDIENTE DEL EURO

EL PLAN DE DRAGHI AFLORA LAS CONTRADICCIONES DE LA UE

La decisión del BCE de volver a los estímulos monetarios para hacer frente a las incertidumbres de la coyuntura económica ha revelado las desavenencias entre sus miembros.

La OCDE ha sido la última institución internacional que ha rebajado sus previsiones económicas esta misma semana. Los datos de recaudación fiscal y de la evolución del precio de la vivienda en Euskal Herria también apuntan hacia una ralentización de la actividad económica. En este contexto de incertidumbre y posible recesión, la semana pasada el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, anunció la vuelta de la institución que preside a una política de expansión monetaria. Justificó la decisión de imprimir más dinero por el empeoramiento de las perspectivas económicas y puso sobre la mesa acciones con todos los resortes de que dispone el emisor del euro: desde la compra de deuda, pasando por las subastas de liquidez hasta la bajada de los tipos para los depósitos de los bancos en el BCE, que hace tiempo que son negativos.

Como suele ocurrir habitualmente, mientras algunos gobiernos del sur de Europa y los portavoces de Bruselas apoyaron las medidas planteadas por Draghi –en la que fue la penúltima reunión del BCE que presidirá–, los representantes de los países del norte, especialmente Alemania, Austria y Países Bajos, se mostraron contrarios con la decisión. Algunos, además, fueron muy duros con el presidente del BCE.

El presidente del banco central neerlandés, Klaas Knot, dijo que el plan es «desproporcionado para las condiciones económicas actuales», añadiendo que existen «serias dudas» sobre su efectividad. Su colega austriaco, Robert Holzmann, a una pregunta de Bloomberg TV sobre si las nuevas medidas son un error, tiró de ironía y señaló que «seguro» que esa idea «cruzó la mente» de algunas personas durante la reunión de política monetaria del BCE. «Y, definitivamente, cruzó la mía», apostilló.

A pesar de las voces contrarias, hasta nueve según algunas fuentes, la decisión no se llegó a votar, lo que indica que hubo una amplia mayoría favorable a la propuesta presentada por el presidente del BCE.

En ese ambiente crítico con la decisión de Mario Draghi, el periódico germano “Bild Zeitung” no tuvo empacho en llamar al presidente del BCE «conde Draghila» en un ataque directo que califica al banquero italiano como un chupasangre para la economía alemana. El presidente del Bundesbank, el banco central alemán, Jens Weidmann, entrevistado por ese mismo periódico, afirmó que «un paquete de tanto alcance por parte del BCE no era necesario». Weidmann añadió que presionará a otros miembros del Consejo de Gobierno del BCE para asegurarse de que la subida de tipos «no será retrasada innecesariamente». Pese a los pronósticos negativos de Weidmann, lo cierto es que el interés de los bonos alemanes cotizó al alza ese mismo viernes.

Desacuerdo patente en el Eurogrupo

Un día más tarde, en la reunión del Eurogrupo en Helsinki, los ministros de Finanzas se mostraron divididos sobre la posibilidad de abrir un debate sobre el cambio de las reglas fiscales de la eurozona, un tema extremadamente sensible, tal y como dejaron traslucir las declaraciones posteriores a la reunión. El vicepresidente de la Comisión y encargado del euro, Valdis Dombrovskis, dijo que la discusión confirmaba que debían «acercarse con cautela» y asumía que tenían que pensar en «cambiar las reglas de manera realista sin cambiar la legislación». Venía a reconocer que a lo máximo que aspira es a cambiar alguna cosa sin modificar el núcleo central de las estrictas reglas actuales.

En esa misma reunión del Eurogrupo se dio a conocer el informe elaborado por el Consejo Fiscal Europeo –otro organismo independiente que asesora a la Comisión– que señalaba que las normas actuales tienen efectos indeseables; entre ellos, que empujan a las economías en dificultades hacia mayores ralentizaciones. En sus conclusiones propone una serie de cambios que amortigüen los efectos indeseados del actual esquema de gasto. Según el periódico “Financial Times” (FT), tanto el Estado español como Italia verían con buenos ojos la sugerencia de este organismo de establecer alguna salvaguarda que proteja la inversión pública en caso de que la economía se ralentice. Otros países, entre los que estarían Alemania o Suecia, según el mismo diario, insistieron en que las reglas se debían cumplir estrictamente y que había que acabar con tantos años de relajación por parte de Bruselas. Para corroborar la laxitud de la Comisión, estos países señalan que las autoridades europeas han abierto expedientes por déficit excesivo a todos los países, excepto a Suecia y a Estonia, pero que nunca han llegado a multar a ninguno de ellos.

Del ambiente existente en las deliberaciones del Eurogrupo dio cumplida cuenta el presidente del Consejo Fiscal Europeo, Niels Thygesen, que en declaraciones a la prensa tras la reunión señaló que los ministros de Finanzas «tienen por delante un periodo complicado. Francamente, no están demasiado de acuerdo».

El borrador de una posible reforma

En esas condiciones, cualquier discusión sobre el futuro del euro y sobre las reglas que lo rigen parece imposible. Así lo constata el “Financial Times”, que reveló el pasado mes de agosto que la Comisión estaba considerando la posibilidad de reescribir las reglas del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, un acuerdo que ha sido criticado tanto por ser imposible de aplicar como por ser demasiado flexible con los incumplimientos.

El “FT” señala que el plan conocido informalmente como SGP 2.1 (por las siglas en inglés del Pacto de Estabilidad y Crecimiento) estaba diseñado para restaurar la confianza en el Ejecutivo de la UE para que pueda aplicar las actuales reglas. Según el documento interno elaborado por funcionarios de la UE consultado por ese diario, el objetivo sería «una simplificación sustancial de las reglas»: las actuales necesitan un manual de instrucciones de 108 páginas y, además, según ese documento habrían llevado a «posiciones fiscales imprudentes» y a «políticas fiscales procíclicas» que imponen límites excesivamente restrictivos a los gobiernos en dificultades. Esto es, los funcionarios de la Unión Europea reconocen en privado que las normas actuales no solo no permiten gestionar las crisis económicas, sino que además agudizan sus efectos.

Los impulsores de esta reforma estarían convencidos de que es el momento de encarar las restricciones de la política monetaria y clarificar las reglas de manera que ayuden a ampliar el papel de la política fiscal, en lugar de impedirlo, como ocurre ahora. Aunque también hay quien piensa que las incertidumbres, más que ayudar, impiden cualquier debate. El documento también recogería la idea de que el debate se debe tratar con cuidado dado «el alto nivel de polarización y desconfianza entre los defensores de una aplicación automática y estricta de las reglas y aquellos que plantean un enfoque más basado en el discernimiento». Vista la reacción a las medidas propuestas por Mario Draghi, todo parece indicar que esa reescritura de las reglas fiscales de la eurozona va a quedar pospuesta.

¿Dónde está la clave?

El euro va a morir de éxito. Los alemanes diseñaron una moneda que estuviera a salvo de la inflación. La principal causa de ese afán es que su tejido productivo mira al mercado mundial, del que el mercado europeo es solamente una parte, importante pero una parte. Por esa razón, el hecho de que la economía europea se desenvuelva mejor o peor no les preocupa demasiado, siempre que puedan mantener a buen recaudo los ahorros que acumulan vendiendo sus mercancías en el resto del mundo. Y para proteger sus ahorros necesitan tener bajo control la inflación.

Pero han apretado tanto que han conseguido ahogar al resto de economías europeas que no exportan tanto y dependen más del mercado interno. La necesidad de mantener el déficit público cerca de cero, la obligación de amortizar deuda pública y la estricta regla de gasto han terminado estrangulando la actividad económica. Esta debilidad interna ha obligado al Banco Central Europeo a bajar los tipo de interés para intentar estimular la actividad. Al final han caído tanto los tipos que ya llevan tiempo siendo negativos, pero ni aun así consiguen mover la economía. Con tanto apretar han conseguido un resultado paradójico: sus ahorros están a salvo de la inflación, no pierden valor, pero no producen ningún tipo de interés; y, de seguir las cosas igual, a lo mejor tienen que empezar a pagar por mantenerlos. De ahí que el representante alemán en el BCE, Weidmann, dijera que presionará para asegurarse de que la subida de tipos «no será retrasada innecesariamente».

Los ahorradores alemanes quieren volver a cobrar intereses, pero para eso la economía debe carburar; porque sin actividad tampoco hay de dónde sacar para pagar intereses. La Europa que ha diseñado Alemania, además de ser conservadora, pretende convertirse en rentista.

Consciente de este imposible escenario, el ahora criticado Mario Draghi lleva pidiendo en todas sus comparecencias públicas desde 2014 cambios en la política fiscal, esto es, en las reglas que rigen el euro, de modo que se permita a los Estados una mayor inversión pública. De hecho, tras dar cuenta de las decisiones tomadas por el regulador, la cuenta de Twitter del BCE publicó un tuit con la siguiente frase de Draghi: «No perdamos de vista que dar dinero a la gente en cualquiera de sus formas es una tarea de la política fiscal, no de la monetaria». Volvía a señalar la impotencia de la política monetaria sin una actuación complementaria de la política fiscal y presupuestaria. Pero no parece que estas apelaciones vayan a hacer mella.

En Bruselas alguien señaló acertadamente que la actual construcción del euro ha llevado a que la población de los países del sur de Europa consideren que están siendo limitados por un proceso inexplicable y hasta cierto punto absurdo, al tiempo que los habitantes de los países del norte consideran que con intereses negativos los deudores del sur están siendo liberados de sus obligaciones, mientras que a ellos se les castiga. Un galimatías cada vez más difícil de resolver y que paraliza cualquier reforma de las reglas del euro, por mucho que la coyuntura económica exija actuaciones públicas enérgicas.