Koldo LANDALUZE
CRÍTICA «Gloria Mundi»

Ante un doloroso espejo

Enclavado en ese grupo de cineastas que apuestan por la temática social y que está integrado, entre otros, por los hermanos Dardenne y Ken Loach, Robert Guédiguian sigue atrincherado en su Marsellla natal para seguir indagando en la trastienda de una sociedad machacada de manera constante. Resulta cuanto menos curioso que muchas voces que tildan a este tipo de cineastas de maniqueísmo a la hora de colocar al espectador ante un espejo en el que, en la mayoría de los casos, se resulta reconocible ante lo que le ofrece el reflejo, saludan propuestas tan obscenamente calibradas en su radiografía del dolor como, por ejemplo, “Cafarnaúm” de Nadine Labaki. El autor de películas tan renombradas como “Marius y Jeannette” vuelve a la carga en su cruzada personal contra quienes simbolizan el poder y su fiel aliado, el dinero, con un drama doloroso y que en su plasmación en la pantalla se revela como fiera e implacable. El cineasta marsellés no oculta una rabia que a ratos le ciega en su descarnada descripción de una crónica familiar en la que la precariedad sirve como detonante de una situación llevada a un extremo realmente demoledor. La irrupción en el ciclo vital de un bebé se revela como la llave maestra que podría satisfacer las necesidades económicas de una familia obrera que se encuentra ante la espada y la pared.

Siempre fiel a sus tres mosqueteros (Ariane Ascaride, Jean-Pierre Darroussin y Gérard Meylan), el director capta con precisión cada uno de los detalles de una situación tensa y condenada al dolor, en la que destaca el cuidado perfil de unos personajes que describen con precisión las diversas conductas y roles que son asumidos en cuanto la desesperación hace acto de presencia. En “Gloria Mundi” no hay espacio para la esperanza y en su constante subrayado tan solo se pone de manifiesto las consecuencias y constatación de lo que ocurre cuando se cruzan ciertas líneas.