Beñat ZALDUA

RAJOY: DE OSLO A CATALUNYA, HACIENDO DE LA INTRANSIGENCIA UN VALOR

En sus memorias, Mariano Rajoy ofrece una versión benévola de su mandato, presentándose como el campeón de la intransigencia e ignorando o negando realidades incómodas. Deja, sin embargo, apuntes interesantes, como cuando señala que el PNV apoyó la moción de censura para que no se visualizase en la CAV la mayoría alternativa formada por EH Bildu, PSE y Podemos.

El libro de memorias de Mariano Rajoy, presentado el pasado martes, bajo el título ‘‘Una España mejor’’ (Plaza y Janés), recoge los principales episodios de las dos legislaturas del dirigente del PP como presidente del Gobierno español, desde la crisis económica hasta la moción de censura, pasando por la abdicación de Juan Carlos de Borbón, la emergencia de nuevas formaciones como Podemos, el Brexit, la corrupción –«nuestro talón de Aquiles», dice– o la inmigración.

Además de la moción de censura, en la que también nos fijamos, cuentan con capítulo propio el proceso soberanista catalán, sobre todo, y el final de ETA, sobre los que Rajoy da su versión de los hechos. Un relato que ensalza la intransigencia con la que el expresidente abordó ambas carpetas.

Contra ETA, y contra Noruega y el TEDH

Sobre ETA, Rajoy eleva al altar de sus logros la reiterada negativa a entablar una negociación acerca del desarme y las consecuencias del conflicto. Lo hace aunque ello requiera un ejercicio de revisionismo histórico, como cuando insiste en que «el único diálogo posible con ETA, como reiteramos hasta la saciedad cuando en 1999 el Gobierno del que yo formaba parte se reunió con ETA, era ‘para constatar su voluntad de dejar las armas y disolverse’». Rajoy no ignora, evidentemente, que el Gobierno de Aznar acercó a 120 presos vascos en plena negociación.

Pero no importa. El libro muestra a un Rajoy obsesionado por el relato –dedica varias líneas a glorificar la novela “Patria”– y al que no incomoda el calificativo de «impasible». «Para mí ese adjetivo no tiene tal carga peyorativa y menos en esta cuestión del terrorismo, donde ser impasible significa no ceder ante las continuas presiones para avanzar hacia un sitio donde nunca he querido ir», escribe.

El expresidente carga contra Zapatero por la negociación iniciada en 2005 –«No olvide que llegada la hora de la verdad, y si las cosas se ponen feas, yo seré su único aliado fiable», asegura que le dijo– y añade que, al llegar al gobierno, dos meses después del anuncio de cese definitivo de la actividad armada en 2011, «tenía muy claro que mi política en la lucha contra el terrorismo iba a ser la misma de siempre: con ETA no se dialoga». Y eso pese a que él mismo reconoce, sobre el mencionado cese definitivo, que «no estábamos ante otro anuncio más de tregua o alto el fuego temporal».

En aquellas fechas se encontraba en Noruega una delegación de ETA dispuesta a entablar negociaciones con el Gobierno español. Pero Rajoy no se mueve un milímetro: «A través de diferentes vías, el Gobierno de Noruega pretendió que hubiera una reunión, a lo que siempre me negué. Según nos dijeron, su postura se sustentaba en una solicitud del anterior Ejecutivo socialista para que actuaran como mediadores en sus contactos con la banda terrorista».

Rajoy deja entrever, además, que el papel jugado por Noruega sentó especialmente mal en el Estado español, añadiendo un suceso desconocido hasta la fecha: «Cuando desde Oslo se solicitó el plácet como embajador para un diplomático cuya tarjeta de visita había sido hallada en poder de uno de los terroristas, esta petición quedó sin respuesta durante varios meses, algo muy excepcional entre países amigos».

Aunque se vanagloria de que durante su mandato, con ETA sin actividad armada, se practicaron más de 150 detenciones, reconoce que también tuvieron «algunos reveses». «Sin duda el mayor de ellos fue la anulación de la doctrina Parot», añade, echándole la culpa al PSOE: «Siempre he pensado que esa polémica sentencia tiene su inspirador principal en Luis López Guerra, de conocida filiación socialista, que llegó al Tribunal de Estrasburgo durante la negociación con ETA y que desde allí se ha caracterizado por votar en contra de la justicia española».

No es de extrañar, por lo tanto, que se enorgullezca también de no haber cambiado la política penitenciaria «por más que me llegaran todo tipo de peticiones», entre las que destaca las de Patxi López e Iñigo Urkullu. El resumen lo da el propio Rajoy, orgulloso de no poner ninguna facilidad a la paz en Euskal Herria: «Puedo decir con absoluta certeza que el Gobierno que yo presidí jamás se reunió con nadie de la organización terrorista ETA, ni con ningún intermediario. Ni pactamos, ni dialogamos, ni nos reunimos, ni nos tomamos la temperatura ni ningún otro tipo de eufemismo equivalente».

Nueva versión sobre el 155

Los capítulos sobre Catalunya y, en particular, sobre la aplicación del 155 son los que más interés han despertado. No en vano, el propio Rajoy explica que aquella decisión «fue la más trascendente, la principal, la de mayor consideración de entre todas las que tomé a lo largo de mi etapa como Presidente del Gobierno».

Y lo que explica al respecto resulta novedoso, pues ofrece una versión incompatible con aquella que se ha impuesto, en buena medida, a través de las declaraciones del PNV y, en especial, del lehendakari Iñigo Urkullu. Esta versión dice que Puigdemont tuvo en su mano evitar la aplicación del 155 convocando elecciones autonómicas. Sin embargo, Rajoy asegura en su libro que rechazaron «con rotundidad otra enmienda planteada por el PSOE, que abogaba por suspender la aplicación del 155 en el caso de que Puigdemont convocara elecciones». Quién es el que miente es otro debate.

«No veía ninguna razón para dejar en suspenso una decisión que no era fruto de ningún arrebato, sino consecuencia de semanas de estudio y de muy sólidos argumentos jurídicos y políticos. Antes de llegar a aplicar aquel precepto constitucional nos habíamos cargado de razones y estas no desaparecían por el hecho de que Puigdemont convocara elecciones; la independencia seguía declarada y el requerimiento sin responder», añade.

De hecho, Rajoy insiste en que contestó «a todos los enviados que no había ni negociación, ni garantía ni acuerdo». Resta importancia al papel del PNV y se centra en el debate con el PSOE: «En un momento determinado, en mi despacho en La Moncloa estábamos la Vicepresidenta, mi Jefe de Gabinete y yo mismo discutiendo a la vez el asunto por teléfono con Carmen Calvo, Miquel Iceta y Pedro Sánchez».

Rajoy, que evidentemente da su versión interesada –a ratos manifiestamente falsa– de los hechos, hace una y otra vez de la intransigencia un valor político: «Escuché a muchas personas y tuve muchas ofertas de mediación que siempre decliné cortésmente. No hubo, pues, mediador alguno, ni persona autorizada para hablar en mi nombre. Las cosas estaban lo suficientemente claras».

Para Rajoy, lo de Urkullu no fue una mediación, sino una intervención para tratar de frenar a Puigdemont, pero sin contrapartida alguna: «También hablamos bastante con los nacionalistas vascos. Incluso Andoni Ortuzar y Aitor Esteban vinieron un día a almorzar con Soraya y conmigo en La Moncloa. En ese caso, el objetivo no era lograr un apoyo que ni teníamos ni íbamos a tener jamás [para aplicar el 155]. Solo les pedimos que intentaran hacer entrar en razón a Puigdemont para evitar una situación límite. Tampoco ellos lo consiguieron».

Sobre el 1-O apenas hay sorpresas. Rajoy obvia el hecho de que no encontrasen ni una sola urna y defiende que «la Policía y la Guardia Civil cumplieron con su obligación». «Actuaron con profesionalidad y de manera proporcionada», añade, antes de dar rienda suelta a un relato falseado que previene contra las fake news: quien las denuncia acostumbra a ser contumaz autor. Rajoy dice lo siguiente: «Creo que ahora, pasado un tiempo razonable, podemos convenir que la escandalera organizada por la actuación policial fue exagerada e injusta. Respondía a un clima de opinión creado artificialmente por algún caso real, pero sobre todo por una auténtica catarata de imágenes falsas y manipuladas».

La moción y las razones del PNV

Rajoy ventila la moción de censura que le sacó de La Moncloa en diez páginas, en las que lanza sus dardos contra el PSOE, al que le acusa de oportunista y de utilizar la sentencia del caso Gurtel como excusa, y contra el PNV. «En todo momento tuve muy clara la fragilidad de nuestra situación y que el destino político de aquel Gobierno estaba en manos de los nacionalistas vascos», explica Rajoy, que añade, tras recordar que los jeltzales acababan de aprobarle los presupuestos, que «les faltó la personalidad y el coraje necesarios para defender su posición».

Lo más interesante, sin embargo, llega cuando Rajoy explica los motivos según los cuales cree que el PNV cambió en el último momento su voto. Más bien el motivo, en singular: evitar la visualización de otra mayoría posible en la CAV: «Siempre pensé que en su decisión influyó más la situación política en el País Vasco que el debate sobre la moción de censura. El PNV no quería aparecer como el único socio del Partido Popular frente a la mayoría que significaba en el País Vasco la suma de PSOE, Podemos y Bildu, apoyados en este asunto por todas las organizaciones sindicales».

De hecho, el expresidente añade que le «consta» que el líder de los jeltzales en Madrid, Aitor Esteban, «estaba en contra de la moción». «No puedo decir que no me decepcionara la actitud del PNV», sigue Rajoy, que aunque se vanagloria de no haber accedido a ninguna de las demandas de Urkullu ni en materia penitenciaria ni en las competencias –«En siete años no les traspasé ninguna»–, considera que tenía «una relación de lealtad y confianza». «Por eso me costó entender su decisión: no puedes apoyar a un Gobierno una semana y dejarlo caer la semana siguiente», zanja.