EDITORIALA
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Solidaridad que se puede coger con las manos

El objetivo de acabar con la pobreza es difícil de alcanzar, y los comprometidos en esa labor oscilan a menudo entre el vértigo y la desesperación, entre la emoción de la última cura milagrosa y las acusaciones de fracaso. Los críticos nunca dejan de denunciarlos, se gasta dinero pero los pobres aún siguen ahí. La lucha contra la pobreza no es una cruzada, con un enemigo bien identificado y específico, ya sea un capitalismo desenfrenado, un gobierno deshonesto, el hambre o la enfermedad. Probablemente todo tiene algo que ver, pero ninguno es fácil de solucionar.

La implacable promoción del mercado ha ayudado a fragmentar las sociedades, a romper comunidades desgarrando sus lazos sociales, al surgimiento de una cultura nihilista, creando cada vez más una nación de individuos aislados. La izquierda habla mucho sobre el impacto social y económico de las políticas neoliberales. Pero poco sobre su impacto moral. Esa ceguera voluntaria es peligrosa. La moral es tan importante para la izquierda como lo es para la derecha, aunque por diferentes razones. No puede existir la posibilidad de una visión política o económica de una sociedad diferente sin una visión moral también.

Luchar contra la pobreza es combatir, con paciencia y deliberación, los muchos problemas que dificultan la vida de las personas pobres: falta de educación y de habilidades, mala alimentación, enfermedades, baches de la vida, etc. Son problemas concretos, posibles de resolver, pero a menudo no tienen una solución conocida. A veces, se debe renunciar a objetivos elevados y a promesas vacías, y centrar las energías en pasos concretos que se pueden tomar aquí y ahora para mejorar las vidas de los pobres, al menos aportando un consuelo verdadero a las vidas de muchos de nuestros conciudadanos. El comedor social París 365 de Iruñea es un buen ejemplo de ello y la ola de solidaridad que ha permitido salvarlo, la mejor de las noticias. Habla muy bien del país y de sus lazos comunitarios.