Koldo LANDALUZE
CRÍTICA «Ema»

El pulso generacional

La fuerza evocadora de la abstracción se descubre como el oportuno pincel del que se ha servido Pablo Larraín para crear un colorido y explosivo fresco generacional. Una herramienta que podría haber derivado hacia el más absoluto de los desastres pero que en manos tan hábiles como las del autor de películas como “No” pasa por ser un ejercicio fílmico profundamente insurgente y electrizante.

El cineasta chileno también consigue que su película sea difícilmente catalogable, ya que aborda diversos temas que inevitablemente derivan hacia una brecha generacional que a ratos se asemeja a una trinchera en llamas.

Larraín nunca pierde el rumbo a la hora de guiar un filme que podría ser tomado como una mecha prendida que deriva hacia una explosión constante de insurgencia social y en constante ruptura con los códigos tradicionales de la familia. Todo parece condenado a estallar en los paisajes urbanos y conductas que otorgan sentido a esta fascinante crónica urbana espoleada por un reggaetón que ejerce con acierto su labor de pulso íntimo dentro la declaración de intenciones que abandera el personaje encarnado por una magnética Mariana Di Girolamo.

Sus palabras, su rabia y sus movimientos de cadera quedan subrayados por el fogonazo de un lanzallamas que se descubre como herramienta perfecta para erradicar los demonios de una sociedad encorsetada.

Larraín elude la moralina a golpe de calle, amor y odio en una conjunción de extraños astros condenados a chocar estrepitosamente. Sorprende la valentía del director a la hora de alternar lo íntimo, la poesía y el macarrismo más arrogante y afilado dentro de un cóctel vitriólico muy extremo pero que ha permitido a su autor encontrar una vía para abordar un retrato que incide en las heridas abiertas de una generación que no pretende ser ni comprendida, ni juzgada.