Oihane LARRETXEA
IRUN
Interview
José Antonio Sistiaga
Pintor y cineasta experimental

«Aquello que pinto cada día tiene que ir más allá que lo anterior»

No es una retrospectiva, más bien un paseo por fragmentos destacados de la obra de José Antonio Sistiaga Mosso. La sala Menchu Gal de Irun acoge, en su décimo aniversario, una exposición sobre el autor donostiarra, y cierra, a su vez, el ciclo de muestras que desde su apertura se le ha dedicado a cada uno de los componentes del grupo Gaur.

A José Antonio Sistiaga Mosso (Donostia, 1932) en casa jamás le cortaron las alas ni intentaron apagarle aquella llama que le ardía en las entrañas por la pintura. Y eso resultó «fundamental» en su trayectoria vital. No conoció impedimentos porque la relación que le unía a su madre, Luisa Mosso, bibliotecaria; y a sus tías, Josefina y Eulalia Mosso, era de «respeto mutuo». Y no solo respeto, también apoyo en las decisiones de un niño que quedó prendado de una copia de “La rendición de Breda” (1634-35), de Diego Velázquez. El doctor Linazasoro, amigo de la familia y dueño de aquel cuadro, acabó regalándole la caja de pinturas de su abuelo, autor de la copia, porque cada vez que lo visitaba le pedía verlo «una vez más». Aquello fue quizá la espita de un fuego que sigue vivo.

La sala Menchu Gal, en la plaza Urdanibia de Irun, acoge hasta el próximo 17 de mayo la exposición “Sistiaga Mosso”, un breve y condensado recorrido por un largo camino que comienza en la sala con una tintas chinas de color negro y acaba con obra reciente. Casi aún húmeda. Acabada hace tan solo un mes. La comisaria de la muestra Helena Elbusto y el propio autor nos ayudan a comprender una obra y una vida que no pueden existir, ni ser, la una sin la otra.

Es casi obligado decir que Sistiaga es un artista autodidacta, huyó de las academias, de métodos tradicionales y cuadriculados; él prefería tener de profesores «a los grandes», a Goya, el Greco o Velázquez. Observar y copiar obras. Ese fue el inicio. «Defiendo tener referentes y copiarlos, sobre todo cuando empiezas. Observar es muy importante, es la forma más clásica y rápida de aprender», defiende.

Su primer contacto con la pintura y los maestros sucedió en el museo San Telmo, en Donostia, donde vivía. Después, al iniciarse en hacer obra propia, cogía el tren y se iba hacia Bilbo, Orio o Durango «en busca de paisajes que me habían inspirado». «No tenía que dar explicaciones a nadie sobre mi pintura, yo era mi propio juez», dice. A sus 88 años así sigue siendo. Íntegro, coherente y fiel a sí mismo. Sin engañarse. Sin dejarse afectar ni impregnar de opiniones ajenas. Una actitud que ha mantenido para defender sin fisuras una pintura no figurativa que quizá no todo el público haya entendido.

En la exposición se puede ver un retrato que le hizo a comienzos de los años 60 a Amable Arias en tinta china. Mostrar “Pintor Amable” no ha sido una decisión inocente. «‘Haces pintura no figurativa porque no sabes hacer realismo…’. Evito discusiones inútiles», resume. El citado retrato comparte espacio y tiempo con obras abstractas. Esa acusación cae por su propio peso: «Son la misma mano, la misma brocha, el mismo papel… es una evolución que un artista tiene que vivir si realmente no es un juego inútil que está haciendo. Porque el arte no es un juego, sino todo lo contrario, algo muy serio. Llevo toda la vida en esto; ¿acaso estoy haciendo tonterías porque no sea figurativo? La pintura figurativa en aquella época tenía más importancia para el público, pero todo eso me trae sin cuidado».

«Lo que Sistiaga tiene bien claro es que la figuración no es lo que más le atrae, aunque fue una escuela de inicio… quizá por demostrarse algo a sí mismo y a los demás», añade Elbisto. El autor asegura que es «más inocente que todo eso».

Arte y política

Era cuestión de tiempo que saliera a colación el grupo Gaur. «Estas tintas chinas fueron la semilla de aquello que fundaron Amable y José Antonio», dice Elbusto. «Bueno, más bien José Antonio y Amable», corrige el pintor. «Y me explico –agrega rápidamente–. Yo duermo muy bien, pero una noche de insomnio se me ocurrió organizar una exposición de pintores no figurativos en oposición al premio de cultura que daba el Centro de Atracción y Turismo (CAT) de Donostia. Todo el mundo quería participar, y eso a mí no me gustaba. En aquel entonces no había casi certámenes y parecía que todo tenía cabida», opina. Lo demás ya se conoce. Amable Arias se sumó y juntos visitaron a Oteiza, quien tampoco dudó. Chillida puso como condición entrar si lo hacía Balerdi. Pero a este último tuvieron que esperarle para la exposición que habían preparado porque él si participó en el concurso del CAT… «Pretendíamos que el público pudiera ver lo que hacía una administración [con el arte] y lo que hacían unos artistas, lo más moderno, lo más contemporáneo. Era cuestión de principios». Sigue en sus trece. El arte y la política no pueden comulgar. «¿Qué pinta lo uno con lo otro?», exclama, casi airado.

Gran formato

La muestra, que celebra los diez años de la sala y cierra las dedicadas desde su apertura a los integrantes de Gaur, continúa con obra de los años 60, un tiempo en el que «se movía mucho entre Donostia y París (residió en la capital francesa entre 1954 y 1961), y viajaba a lugares como Madrid e Ibiza, donde vivió casi un año», cuenta Elbusto. Frente a un gran lienzo titulado “Plissement” (2000), de vivos y agitados brochazos, sostiene: «Esto es muy de Sistiaga. La fuerza de la obra reside en la sensación de que no hay límite. Se ha cortado la tela porque no tiene otro remedio, pero es evidente que el movimiento se sale de ella. Parece que son partes de algo que es mucho más grande, él entonces estaba buscando ese gesto que luego llamaron ‘pintura ilimitada’», describe Elbusto.

Para pintar obras de tal envergadura, de varios metros de largo, Sistiaga incluso ideó sus propios utensilios, como aquel diseñado con brochas de distintos grosores para impregnarlas de diferentes colores a la vez. «Trabaja en horizontal, estirando la lona en el suelo y hace su acción. Porque su pintura es acción», dice la comisaria.

Uno de los proyectos emblemáticos, en parte por su dimensión (17,5 metros), fue la pared cóncava y convexa que pintó en el interior del edificio Torres Blancas de Madrid a propuesta de Juan Uharte, su mecenas y productor de la película pintada “…ere erera baleibu izik subua aruaren…” (1968-70). Pintar en formato grande nunca le ha asustado. La clave es saber cómo enfrentarse a tanto espacio en blanco. «Yo no tenía que juzgar lo que estaba pintando, sino pintar sin más. No debía juzgar ni volver atrás para poner más color o cambiar algo. Era como una danza delante del papel; es decir, no puedes repetirlo ni corregirlo. Yo sabía que no me había mentido a mí mismo y con eso me bastaba. Al día siguiente, cuando volví, me interesó lo que vi».

Ser atrevido y arriesgar

La figura de su padre, Rafael Sistiaga, al que un cura afín al régimen franquista denunció y le hizo la vida imposible, aparece a mitad de la exposición, en forma de un bellísimo óleo que el artista le dedicó en 1972. “Llamarada. Homenaje a mi padre. 1896-1944. Víctima de la intolerancia y del fanatismo”. Ahí es nada. Líneas verticales en colores violeta, azulón e intensos morados. ¿La rejas de las cárceles de Ondarreta y Bilbo que sufrió en sus carnes, quizás? Y en el centro una ardiente mancha amarilla. Como un golpe seco en el estómago. Como el tiro que recibió en la nuca estando en el bar Aurrera de la calle Urbieta de Donostia, aunque aquella bala no lo mató. «Le llaman el fallo del conejo», cuenta. A pesar de todo, Sistiaga Mosso quedó huérfano de padre demasiado pronto, a los 11 años.

«Hay una acción clarísima en la trayectoria de José Antonio, donde la necesidad de contar algo distinto, ser atrevido y arriesgar responde a un poso vital, a una trayectoria humana. Se respira esa sensación de querer huir y gritar. Insiste mucho en la historia de su familia, pero es que en este caso, lo paralelo a su obra es muy necesario», considera Elbusto.

Sistiaga no sabe «desde dónde» pinta, si es desde el estómago, la razón o es su corazón el que maneja las brochas. «Hablar de su trabajo no es nada fácil, por la sencilla razón de que todavía no lo hemos historiado, está aún latente. El análisis es mucho más sencillo cuando el autor ha fallecido, porque la obra se disecciona de principio a fin –justifica la comisaria–. Lo demás, con Sistiaga, es arriesgarse».

Ha roto, destrozado y tirado obra. No lo dice como si fuera una confesión. Lo hace dando a entender que ese es el único camino posible en esa búsqueda como artista. Lo que sí revela es que pinta con la mano izquierda porque tiene «más fuerza». «Destruí obra porque sobre la marcha hay cuadros que dejan de tener ningún interés. Son cosas que suceden en el tiempo, yo no reflexiono mucho. Pequeño o grande, es algo que hago sin dudas ni historias. Decido si me interesa o no después», remacha.

Es en su taller de la capital guipuzcoana donde este artista, de conversación chisposa, sigue trabajando. «Voy allí y luego decido si pinto. A veces me pongo en ello sobre los cuadros que están en la mesa. Todo es consecuencia de una acción, sin pretensiones de hacer nada en concreto. Son pinceladas que en un momento determinado crean una estructura equilibrada. Y ese equilibrio es, justamente, la consecuencia de los cuadros que he destruido previamente. Me quedo con el que avanza. Se trata de que lo que pinte hoy vaya más lejos de aquello que pinté ayer».

 

Aquella película pintada de la que se habla 50 años después

Es en la pintura donde el talento de José Antonio Sistiaga ha quedado probado, pero sería una torpeza dejar sin citar la aportación que ha hecho al cine desde esa primera disciplina artística. Y preguntado si es cine o es pintura, responde que sus cintas son «películas pintadas». La más conocida, y de la que cincuenta años después se sigue hablando, es “…ere erera baleibu izik subua aruaren”, un largometraje mudo de 75 minutos producido entre 1968 y 1970.

El proyecto fue posible gracias al apoyo de Juan Uharte. «¿Cuánto necesitas para llevarlo a cabo?», le preguntó. Dos años después había terminado el que es considerado un clásico del cine de vanguardia. Pintó con gotitas de pintura 2.000 metros de cinta transparente de 35 mm de ancho. Carecía de principio y final; se podría haber prolongado hasta el infinito, cosa que, obviamente, no ocurrió. Y al igual que en sus enormes cuadros, hubo que cortarlo.

La exposición trae a la actualidad aquel trabajo, mostrando a contraluz fragmentos de film pintado y dejando al descubierto hermosos juegos de luz.

Este trabajo «que nadie se atreve a definir», en palabras de Elbusto, se ha proyectado en Nueva York, Los Ángeles, San Francisco y Barcelona, entre otros muchos lugares, y es ahora que regresa «a casa», puesto que el próximo 2 de abril, en la sala de la biblioteca municipal de Irun (CBA), se ha programado un pase, a las 18.00. La entrada es libre hasta completar aforo.

Como pura curiosidad, el título de la película no significa nada, solo buscaba un sonido que pareciera euskara. Le llamó desde una cabina telefónica a Rafael Ruiz Balerdi. Él lo improvisó. O.L.

 

Para entonces, París iba varios pasos por delante

La capital francesa jugó un papel determinante en la vida y obra de Sistiaga, donde se instaló en los años 50. Con un ambiente artístico efervescente y de vanguardia, forjó allí su formación, con la ayuda y compañía del pintor Manuel Duque (1919-1998), figura clave.

París, en cierta forma, más que los ojos, le abrió todo un mundo. «Lo que él necesitaba ver con sus propios ojos se lo encuentra por fin en París. Estamos en los 50 y han pasado muchas cosas: el arte abstracto, el dadaísmo, el surrealismo, el cubismo… Allí puede ver revistas que en otros lugares resultaba impensable, galerías, museos… pero es que, además, se encuentra con compañeros que, como él, quieren investigar», explica la comisaria Helena Elbusto.

«Resultó que aquello que quería hacer cuando llegué de París allí lo habían hecho hacía años –cuenta Sistiaga–. Lo único que hice durante un año fue ver museos y galerías». También fue allí donde se empapó del pensamiento oriental. O.L.