Oihane LARRETXEA

Italia sufre desde los cimientos hasta los hogares

Este artículo no es una crónica ni un relato personal, pero permítanme que lo inicie en primera persona. El encargo de escribirlo surge de mi fascinación por un país, Italia, y sus gentes, que brotó antes de ir allá a estudiar. La he visitado tantas veces como he podido y siempre me ha sabido a poco. Nunca dejaré de regresar.

Hace aproximadamente tres semanas escribí a una vieja amiga para preguntarle por la situación y su salud. Vive donde nació hace 32 años, en el norte, cerca del epicentro, en una de las provincias más infectadas por un virus que nos quita el sueño. Entonces, su expansión ya acaparaba los titulares y los primeros municipios como Codogno (Lombardía) comenzaron a confinarse, aunque las medidas anunciadas estaban aún lejos de ser estrictas. De ella recibí un mensaje bastante tranquilizador aunque muy prudente. Estaba expectante y no ocultaba su incertidumbre. Toda su confianza la depositaba en la sanidad pública. Pero en este tiempo ha pasado un mundo e Italia ya no es la que era. El martes me comunicó la muerte de su padre. No lo ha matado el COVID-19, sino un sistema sanitario absolutamente colapsado. Un escenario letal.

Sin embargo, lo verdaderamente doloroso no es la propia muerte. Es lo que viene justo después. Es no poder decir adiós. A nadie nos preparan para ello. «Estoy sola en casa, mi madre en la suya. Ni siquiera la puedo abrazar. Ni siquiera me he podido despedir». No supe qué responder.

Italia es el país europeo más castigado por la pandemia, hasta ahora. Las medidas han ido adquiriendo cada vez un carácter más restrictivo y punitivo, pero hay voces que señalan que han llegado demasiado tarde. Desde el pasado lunes, y por decreto del Gobierno, se cierra toda actividad productiva no esencial en todo el país, se prohíben los desplazamientos a otros municipios, se prevén multas para los incumplimientos, así como inspecciones y la utilización de drones para controlar a la población. Se trata de vigilar que nadie, absolutamente nadie, sale de sus hogares. También se estipulan hasta cinco años de cárcel al positivo que viole la cuarentena y se han fijado sanciones de hasta tres mil euros. Y a pesar de las muertes, parece que aún hay gente que no se lo toma en serio: solo el martes 8.000 personas fueron denunciadas por saltarse las prohibiciones.

La vida de las calles

La gravedad ha obligado a meter en casa a un país que vive la calle, dejándonos imágenes inéditas; también dolorosas. Nos han enmudecido. Como el Coliseo romano o la Fontana di Trevi desiertas. Ciudades y pueblos fantasma. Es como si Italia se mirara en un espejo y no se reconociera; es en la calle donde sus gentes conversan, comparten y habitan. Es ahí donde se respira. La vida, en Italia, sucede fuera. Calles adoquinadas, escalinatas, fontanas y piazzette. Cafés donde el espresso cabe en medio sorbo y mercados efervescentes con lo mejor de la tierra y el mar. Aperitivi a base de spritz que se toman siempre en grupo a partir de las 18.00 y pizza que sabe a pizza. No son tópicos. Italia es eso y mucho más.

Funerales y religión

Las medidas pasan por otra arteria de la cultura italiana: el catolicismo. Desde hace un tiempo no se ofician ceremonias civiles ni religiosas… y eso incluye los funerales (por supuesto, también las bodas).

Más del 80% de la población se declara creyente y un 35% creyente practicante, según los datos de 2019, aunque las cifras van decayendo poco a poco como en muchas otras sociedades vecinas. En cualquier caso, y al margen de todo eso, creyentes o no, practicantes o no, un acto de despedida (de cualquier naturaleza) resulta esencial para afrontar lo que viene después. Un paso no puede darse sin el anterior. Los funerales han llegado a los hogares vía streaming, no hay abrazos ni reuniones. Los saludos y los besos se dan por whatsapp con emoticonos. Resulta aterrador. Entierros exprés, fríos y en soledad, así está enterrando Italia a sus muertos.

También en muchos casos la religión será el refugio, el clavo ardiendo al que aferrarse. Italia, un país devoto, con iglesias que logran emocionar al más escéptico. De una belleza casi ofensiva. Pueblos del sur donde pequeñas madonnas protegen las calles y la siguiente aguarda al paseante nada más doblar la esquina. En estos pequeños altares callejeros nunca faltan velas, ni fotografías de personas a las que sus familias piden proteger más allá.

Agotada y extenuada, el país transalpino cuenta a sus fallecidos por miles. Ayer contabilizaron 662 víctimas mortales en las últimas 24 horas, y aunque suponen 21 menos que el día anterior, implican un repunte con respecto a los 651 muertos del domingo y los 602 registrados del lunes. En total 8.165 personas han perdido la vida.

«Italia no aprendió de China, y si España no aprende de Italia ni de China…», me decía desde el otro lado del teléfono. Y los números lo corroboran: doce días de confinamiento todavía no se perciben en la curva de infectados y fallecidos en el Estado español. Ayer la cifra de muertos era de 4.089, lo que supone superar a China (3.287), que empieza a desperezarse de un confinamiento que ha prolongado dos meses.

A las autoridades italianas les preocupan los decesos y también los contagios. Los contagios reales. Según las cifras que manejó el lunes el jefe de la Protección Civil de Italia, Angelo Borrelli, hay algo más de 63.000 personas afectadas por el COVID-19, pero pueden ser muchas más. Advirtió que los infectados no contabilizados pueden ser diez veces más que los actuales. Llevándolo a cifras significa que hasta 600.000 italianos de los 60 millones de habitantes pueden tener actualmente el virus. Eso supone el 1% de la masa poblacional total.

Según algunas voces, se atisba una tímida luz al final del túnel. El martes, por tercer día consecutivo, descendieron el número de nuevos contagios respecto al día anterior (pero no de muertes). Raniero Guerra, asistente de la OMS, sostiene que la disminución de la velocidad en la expansión es un factor «muy positivo» a tener en cuenta. En una entrevista radiofónica, expresaba este miércoles que «en algunas regiones estamos cerca del punto de caída de la curva y, por lo tanto, probablemente el pico podría alcanzarse esta semana y luego caer. Creo que esta semana y los primeros días de la próxima serán decisivos, porque estos son los momentos en que las medidas gubernamentales de hace 15-20 días deberían surtir efecto». Según añadía el experto, se espera que la curva comience a decaer de manera más pronunciada en los próximos cinco o seis días.

La familia y sus mayores

La cultura italiana no puede entenderse, ni se concibe, sin otra institución: la familia. Sagrada, respetada y venerada. A estas alturas sabemos que la pandemia se ceba con las personas mayores, la base del árbol genealógico, la punta de la pirámide generacional. Experiencia y sabiduría. La importancia de los lazos de sangre y el peso de la familia ha quedado en evidencia incluso en una intervención reciente del presidente de la República, Sergio Mattarella, que llegó a hablar de «ancianos diezmados». Conmovido por la cantidad de muertes en esta parte de la población, quiso humanizar las cifras, recordando que tras ellas hay personas de carne y hueso «que constituyen un punto de referencia para los jóvenes», no solo «afectivamente», sino también «en la vida diaria», declaró. El respeto por sus mayores es un valor incuestionable.

El renacer

No cabe duda de que en Italia, al igual que en otros lugares, costará volver a la nueva normalidad y retomar la que será la rutina «post-pandemia». Han cambiado muchas cosas. Probablemente también las personas. Será costoso y requerirá esfuerzo anímico y moral. El propio presidente de la República ha hablado en esos términos, sin ocultar que los cimientos han quedado seriamente dañados. En un mensaje televisado dirigido al pueblo italiano, Mattarella hablaba de «renacer». Cuando termine la emergencia del coronavirus, dijo que Italia necesitará la «misma unidad» que «permitió el renacimiento moral, civil, económico y social de nuestra nación» después de los «años terribles» marcados por la dictadura y la guerra.

Italia, cuna de una cultura inabarcable, con un patrimonio arquitectónico y pictórico incalculable. Es la propia leyenda de Roma que habla de un renacer tras la peste que asoló a su población en el año 590. El papa de entonces, Gregorio I, pidió ayuda divina con misas y plegarias. Cuenta el mito que estas fueron escuchadas y que tiempo después el Arcángel San Miguel se le apareció con la espada envainada, señal de que la ciudad quedaba a salvo. Desde aquel milagro, un gran ángel esculpido en bronce remacha la cima del Castillo de Sant’Angelo, cerca del Vaticano. Y nos recuerda que aquello también terminó.

 

 

La pandemia, en cifras

8.165

muertos

se ha cobrado el coronavirus. El martes, en un solo día, se registraron 743 decesos.

62.013

positivos

son los actuales, pero desde que comenzó la pandemia se han contagiado 80.539 personas.

41

médicos

han fallecido desde el inicio de la epidemia. Los datos revelan que la mitad ejercían la medicina general.

10.361

curados

han logrado vencer al COVID-19. El martes 894 personas recibieron el alta.

34.889

personas

de Lombardía han dado positivo desde el inicio. La región más afectada tiene hoy 22.189 positivos.

5.000

sanitarios

se han infectado por coronavirus mientras trabajaban, según el sindicato Anaao Assomed.