EDITORIALA
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El hambre, la otra pandemia que se agudiza

El confinamiento para contener la covid-19 detuvo también las movilizaciones en Chile. Sin embargo, esta semana han vuelto las caceroladas y los enfrentamientos con la Policía para protestar contra el hambre y la miseria que afecta a un número creciente de personas. La Cepal estima que la pobreza crecerá en América Latina y el Caribe hasta afectar a más de un tercio de la población de la región. Movilizaciones similares se han producido también en otros países como Argentina y Uganda. Y aunque en otros territorios no ha habido manifestaciones de protesta, en casi todos los países del mundo son enormes las colas frente a los comedores sociales y a los bancos de alimentos, señal inequívoca de que la cuarentena está extendiendo los márgenes del hambre en el mundo mucho más allá de los límites a los que habitualmente se circunscribe.

Naciones Unidas señalaba el año pasado que el hambre ha crecido durante los últimos tres años y cifraba en más de 820 millones las personas que la padecen en todo el mundo. Como suele ocurrir con las enfermedades que afectan a los que menos recursos tienen nunca se encuentra un solución para ellas: se convierten en crónicas, siempre están ahí. Las cuarentenas, con sus enormes colas, también han dejado en evidencia lo debilitadas que están las estructuras sociales y asistenciales del estado de bienestar y en aquellos casos en los que la asistencia del Estado brilla por su ausencia, como EE UU o Chile –paradigmas del modelo neoliberal–, muestran el terrible golpe que supone para miles de familias perder sus precarios trabajos.

Los pobres no suelen tener poder político para poner la pobreza y sus consecuencias en el centro del debate. Prácticamente solo les queda la fuerza de la movilización, como en Chile o en Uganda. Pero el hambre también debería ser un aviso para aquellos que quieren volver cuanto antes a la normalidad, sin considerar siquiera esas otras pandemias que son fruto de la creciente injusticia social.