Maite UBIRIA

PAREJAS ATRAPADAS A AMBOS LADOS DE UNA MUGA QUE SE RESISTE A LA DESESCALADA

«Es cuestión de días» aseguró primero el secretario de Estado galo de Turismo. Y su homóloga hispana puso fecha ayer a la reapertura de la frontera: el 22 de junio. El anuncio caducó a las pocas horas. «Estamos hartas de falsas promesas», se quejan las parejas separadas por la muga.

Son más de 2.000 los miembros de «parejas binacionales» que se han reunido en un grupo de Facebook para dar visibilidad a la situación de «ruptura personal» creada por el cierre de fronteras. Philippe Casenave vive en Baiona, su pareja, Juan, en Gasteiz. Junto a el, Julien Roquebert se resigna a celebrar, dentro de unos días, un aniversario «por primera vez lejos de Héctor», que reside en Lizarra. Son dos, pero hay muchos otros que han dado el paso cara a visibilizar otro más de los «efectos colaterales» del blindaje de fronteras. Se presentan como Belén y Yann, Béatrice y Maxence, Lucía y Jon.

Nos reunimos con Philippe y Julien en la mañana de lunes de Pentecostés, festivo en Ipar Euskal Herria, a unos metros de la denominada «zona de encuentro» donde un cartel explica que Behobia es un barrio bañado por el Bidasoa, dividido administrativamente entre Irun y Hendaia, pero conectado por estrechos lazos de vecindad.

Julien y Philippe avanzan unos pasos en dirección a ese puente, antes abierto, y que desde hace dos meses es un coto cerrado, plagado de verjas y barreras.

Para ambos ese paso bloqueado es «una imagen dolorosa», porque desde que los gobiernos de París y Madrid sellaran la muga, en razón de la crisis sanitaria, no han podido recorrer la distancia que les separa de sus parejas respectivas. Juan, pareja de Philippe desde hace seis años vive en Gasteiz. Héctor, pareja de Julien desde hace casi cuatro, reside en Lizarra.

Austria, Italia, Bélgica, Andorra.. con el arranque de junio varios países han dado el paso o han a anunciado su intención de hacer que sus fronteras se hagan más permeables. Eso sí, para los ciudadanos europeos, ya que, antes como ahora, esos pasos seguirán siendo un obstáculo insuperable para las gentes que proceden de otras latitudes.

Behobia sabe mucho de esa llegada furtiva de migrantes procedentes de países del Sur. También de arrestos a pie de calle, en una parada de autobús o, en la vecina Hendaia, a la salida del Topo. Ese pequeño tren centenario que ya no llega a su estación terminus. Las restricciones adoptadas a principio de la pandemia persisten pese a la desescalada.

Con todo, los imperativos del relanzamiento de la economía pueden acelerar la reapertura de la frontera. «Es cuestión de días», aseguraba la semana pasada el secretario de Estado francés de Turismo, Jean-Baptiste Lemoyne. Ayer, su homóloga hispana, la ministra Reyes Maroto, puso fecha a la reapertura de los pasos con Francia y Portugal. Nuevo tropezón. Desmentido de Moncloa y vuelta a la casilla de salida: Madrid parece retomar la previsión inicial del 1 de julio.

En Euskal Herria, como en otras regiones trasfronterizas europeas, esa liberación de los pasos es una reclamación que llevan haciendo desde muchas semanas tanto autoridades locales como ciudadanos organizados con ayuda de las redes sociales.

París mantiene controles con Italia

Sin embargo, el temor ahora es que el cierre a cal y canto de paso a una transición un tanto desordenada. Este miércoles, mientras los guardias italianos levantaban los controles, sus homólogos franceses seguían aplicando el filtro. El fin de semana precedente en la frontera franco-belga se vivió otro festival de la improvisación.

El primer ministro francés, Edouard Philipe, ratificaba el 28 de mayo su disposición a coordinar con sus socios europeos una reapertura de fronteras internas a partir del 15 de junio. De momento, solo palabras.

«Estamos cansados de las falsas buenas intenciones, de las declaraciones, de los desmentidos, y nuestro miedo es que, al final, sólo se actúe en clave económica, sin tener en cuenta el factor humano», explica Julien Roquebert, uno de nuestros dos interlocutores en esta charla a pie de muga.

«Nos han convertido en espectadores abocados a seguir escuchando declaraciones cruzadas, que son o vagas o contradictorias, y que en cualquier caso no nos dan una perspectiva clara sobre cuándo podremos volver a encontrarnos con las personas a las que queremos», añade Philippe Casenave.

Y remarca desde el principio la desconfianza que se ha asentado entre quienes se sienten cansados de vivir al pairo de lo que decidan dos lejanas administraciones: «Aunque abrieran la frontera para las vacaciones, para que pasen los turistas en julio y agosto, ¿quién nos puede asegurar que en otoño, a la mínima alerta sanitaria, o por otra razón, no volverán a dejarnos atrapados a ambos lados de la frontera?», pregunta.

«Nuestras reivindicaciones han ido evolucionando, adaptándose a la situación, porque siempre hemos tenido claro que la prioridad absoluta era ayudar a protegernos de la pandemia, y hemos respetado, antes los protocolos más firmes y ahora las reglas de prevención que es imprescindible que mantengamos en el desconfinamiento, pero hoy por hoy nadie va a convencernos de que nuestra situación obedece a una decisión sanitaria, porque es fruto más bien de los imperativos de los estados, de su voluntad de priorizar intereses y enfoques que no tienen en cuenta la escala humana, tampoco la identidad europea, y todavía menos la vivencia trasfronteriza», asevera Roquebert.

«No somos mercancías, tampoco turistas»

«No somos mercancías, tampoco somos turistas, somos parejas que se han construido en la distancia, y pedimos respeto para nuestra opción, porque cumplimos con nuestras obligaciones en todos los órdenes, ya que todos somos ciudadanos europeos», remarca Casenave.

Trabajador del área social, y veterano de «muchas luchas contra la discriminación», ha enviado por dos veces correos a la Comisión Europea, que le ha remitido al defensor del pueblo. Las cartas han salido ya hacia su destino. La suya a París, la de su pareja al defensor del pueblo en Madrid.

«Desde el momento en que se abren las fronteras para algunas actividades, no para otras, para este colectivo sí para el otro no, estamos en una situación de falta de garantías, de total incertidumbre, y eso a pesar de que los tratados europeos o el propio Acuerdo de Schengen son muy claros y, aunque contemplan excepcionalmente la restitución de fronteras internas, exigen con claridad que las decisiones se adopten de forma justificada y proporcional», expone.

«Han pasado dos meses y medio y hemos acumulado legitimidad suficiente para exigir que alguien nos explique con claridad en qué ayuda nuestra separación a la lucha contra la epidemia», completa Roquebert, para ya, en tono exclamativo, aseverar: «si aplico las normas y cuido a los clientes en la peluquería en la que trabajo, no creo que nadie pueda dudar de que actuaré con la misma responsabilidad para poder estar con la persona a la que amo».

«Esto no va de papeles, sino de libertad»

La Administración francesa, y hasta algunos representantes políticos, se han enredado en proponer algún parche, siempre con papel y matasellos, para solventar el escollo de estas parejas «con distinta nacionalidad».

«Nosotros somos dos, con nuestras vidas y nuestras experiencias, pero queremos que se entienda que hablamos para dar a conocer lo que ocurre a miles de personas, a gentes a las que se ha causado un daño, a las que se ha despreciado o ignorado, y a las que ahora se dice que esto se resolvería con un papel», se queja Roquebert, para hacer hincapié en que «las situaciones son múltiples, porque hay matrimonios y parejas de hecho, pero también uniones sin papeles, que se quedarían fuera de ese eventual salvoconducto, cuando, a estas alturas, lo que se impone es que se abran ya las fronteras, sin excusas, y sin que se aboque a algunos ciudadanos a camuflarse de turistas para cruzar en nuestro caso el Bidasoa».

«Arrancamos con el grupo de Facebook hacia el 15 de abril y ya hablamos de 2.000 seguidores activos, y claro está esto solo es una pequeña muestra de lo que viven muchas más personas, en distintos lugares, en la frontera con Bélgica, con Italia, con Alemania.. hablamos de personas que están atrapadas, que no logran encontrar salidas, y que a la impotencia inicial por vivir un momento tan difícil como el de la pandemia lejos de sus parejas añaden hoy ese sentimiento de tristeza y de rabia que produce ver cómo los medios de comunicación se llenan de titulares sobre el final del encierro y la libertad recobrada, cuando ellas sienten que siguen en confinamiento, porque no pueden estar con las personas con las que quieren reconstruir sus vidas tras la crisis sanitaria», resume Casenave.

«Personalmente he pasado de ser un ciudadano disciplinado, que respeta las normas, que comparte la dimensión social de la lucha contra la pandemia, a ser todo eso pero también un ciudadano profundamente herido, y también descontento, que solo tiene ganas de gritar: ¡Yo he cumplido y cumpliré con mis deberes, pero restitúyanme mis derechos!», completa Roquebert.

«Más allá de nuestras vivencias personales, estamos satisfechos por haber aportado a un foro al que han podido acudir muchas personas en momentos límites de sus vidas, gentes que han roto el aislamiento y han encontrado a alguien dispuesto a escuchar» apunta Casenave. Ambos coinciden en que «no es fácil saltar ahora a los medios, y desnudar nuestras vidas íntimas», pero confían en que ese paso ayudará a que la sociedad entienda, porque «lo que pedimos –insisten al unísono en la despedida– no responde a un capricho o una pulsión egoísta, sino que tiene que ver con el derecho a vivir y amar en libertad, y por eso confiamos en que, entre todos, haremos realidad esta demanda humana, esta petición europea, por la reapertura inmediata de las fronteras».