Txisko FERNÁNDEZ
Donostia

La alarma sigue sonando pese a la desescalada

La Organización Mundial de la Salud (OMS) no deja de hacer sonar la alarma: la epidemia de covid-19 «continúa acelerándose» en el mundo con «el último millón de casos registrado en solo ocho días», como subrayó ayer su director general, Tedros Adhanom Ghebreyesus.

«Sabemos que la pandemia es mucho más que una crisis sanitaria, también es una crisis económica, social y, en muchos países, política», añadió al valorar las estrategias de desconfinamiento que se han puesto en marcha en muchos lugares para reactivar sus economías.

Hasta el momento, en los Estados de la UE la desescalada no ha venido acompañada de bruscos aumentos de nuevos casos diarios, aunque todavía es muy pronto, epidemiológicamente hablando, para echar las campanas al vuelo y habrá que ver si los focos que están apareciendo en los últimos días pueden ser controlados a nivel local sin decretar confinamientos generalizados o cierre de fronteras.

Lo que ha quedado constatado es que las medidas personales –mayor higiene y distanciamiento– que han acompañado a la restricción de movilidad y la suspensión de actividades durante un confinamiento como el vivido en Euskal Herria logran mitigar la epidemia.

¿Corta inmunidad?

Un efecto positivo que tiene como consecuencia que la inmunidad de grupo no se pueda alcanzar de forma natural, porque apenas un 5% de la población, como media, estaría ya inmunizada, cuando los expertos consideran que es necesario alcanzar entre un 60% y un 70%.

Desde el ámbito científico se echó ayer otro jarro de agua fría sobre la esperanza de que esta sea la vía más rápida para pasar la página del covid-19, al menos en sus capítulos más dramáticos. Un estudio de la Universidad de Medicina de Chongqing (China) señala que el nivel de anticuerpos de la gran mayoría del grupo de contagiados analizado disminuyó significativamente dos o tres meses después de la infección, lo que podría afectar también a las posibilidades de aplicación de las vacunas en desarrollo.

El estudio, publicado en la revista “Nature”, comparó los resultados de la detección de anticuerpos en sangre de pacientes asintomáticos y de casos con síntomas confirmados.

Comprobó también que la mayoría de los infectados produjeron anticuerpos de coronavirus, concretamente la IgG y la IgM. Esta última es la que habitualmente aparece primero y de duración más corta, ya que es el primer anticuerpo que fabrica el organismo para combatir una nueva infección. En cambio, la IgG aparece más tarde y dura más, es el anticuerpo que más abunda en el cuerpo y brinda protección contra las infecciones bacterianas y víricas.

El estudio encontró que, entre tres y cuatro semanas después de la infección, el grupo de asintomáticos tenía una tasa del 62,2% de IgM y del 81,1% de IgG. Pero el nivel de anticuerpos de la gran mayoría muestra una disminución significativa dos o tres meses después. En el 93,3% de los casos del grupo asintomático y en el 96,8% del sintomático los niveles de IgG comenzaron a disminuir temprano en el período de rehabilitación, ocho semanas después del alta.

Otro problema para la vacuna

Al hilo de este estudio, Danny Altmann, profesor de Inmunología en el Imperial College de Londres, comentó que, aunque la muestra es pequeña, es consistente con las preocupaciones anteriores: «La inmunidad del nuevo coronavirus producida naturalmente por la población puede ser muy corta».

Akiko Iwasaki, inmunólogo de la Universidad de Yale (EEUU), resaltó que, si se confirma que los anticuerpos son débiles y a corto plazo, la vacuna puede necesitar ser «más fuerte» que el virus, lo que causaría dificultades en su desarrollo.

La OMS ya publicó un informe científico el 24 de abril en el que indicaba que no había «ninguna evidencia» de que los anticuerpos producidos tras la infección por coronavirus puedan proteger al cuerpo de una segunda infección.

Si estas conclusiones se confirman, a falta de vacunas habrá que repasar otros resultados, como el de un modelo desarrollado por ISGlobal (Barcelona), que muestra que mantener la distancia entre personas, el uso de mascarillas y la higiene de manos «podría eliminar la necesidad de futuros confinamientos» en caso de una segunda ola.