Koldo LANDALUZE
CRÍTICA «Blanco en  blanco»

El ojo perverso

El eco de la película de Louis Malle “La pequeña” nos acompaña a lo largo de este viaje al corazón de las tinieblas que nos propone el director Théo Court en este su segundo largometraje. Escenificada cuando el siglo XIX agonizaba y arrancaba el XX, la trama nos invita a ser partícipes del encargo que recibe un fotógrafo que deberá trasladarse a la inhóspita Tierra de Fuego para legar para la posteridad el testimonio de un horror, inmortalizar en una fotografía una niña obligada a casarse con un poderoso terrateniente. Extraña e hipnótica, “Blanco en  blanco” se revela perversa en su engranaje, un maquiavélico teatro de guiñol humano en el que mujeres e indígenas son movidos cual títeres desde una tramoya inquietante, porque quien mueve esos hilos, siempre desde las sombras y nunca presente, es el terrateniente a quien todos llaman Mr. Porter. A modo de letanía, su nombre es constantemente pronunciado por un microcosmo humano obligado a sobrevivir en un territorio marcado a sangre y fuego y en el que son condenados a vagar en un territorio que fue violado y torturado. La magnífica fotografía no solo otorga sentido a la época descrita, sino que transforma la escenografía natural en un enigmático lugar enclavado allí donde los sueños dan paso a las pesadillas. Además de la presencia siempre intuida del temido potentado, es el propio paisaje que da sentido a las acciones de sus castigados habitantes quien asume un rol protagonista dentro de la obra, tal y como se descubre en la escena que protagoniza un indígena emplumado de blanco. Cual espíritu errante de las tribus originales que un día habitaron estas tierras, cruza la frontera del fin del mundo. De todo ello es testigo el fotógrafo encarnado por el actor chileno Alfredo Castro quien, a lo largo de su ruta, será pasto de una obsesión enfermiza por captar la imagen perfecta de la niña que lo fascinó-condenó para siempre.