Aritz INTXUSTA
ENCUENTRO DE VÍCTIMAS ORGANIZADO POR EL FORO SOCIAL

CUATRO VIDAS ROTAS PIDEN EL FIN DEL ODIO

EL PARLAMENTO NAVARRO ACOGIÓ AYER EL TESTIMONIO DE DOS VÍCTIMAS DE ETA Y OTRAS DOS DEL ESTADO. CONVOCADAS POR EL FORO SOCIAL PERMANENTE, CUATRO MUJERES OFRECIERON UN MENSAJE EN FAVOR DE PONER FIN AL ODIO DE CARA A UN FUTURO QUE RECONOZCA QUE LOS DERECHOS HUMANOS ESTÁN POR ENCIMA DE LOS PROYECTOS POLÍTICOS.

«Yo estaba de vacaciones, tenía 15 años. Él tenía que ir a la sede del PP. Yo me ofrecí a comprar el pan para que llegara antes. Se empeñó en que no. Y como él fue a comprar el pan, una moto con varios kilos de amonal explotó. Cuando escuché el ruido, supe qué había pasado», narró ayer Naiara, hija de Manuel Zamarreño, concejal de Errenteria por el PP.

En 1998, Zamarreño llevaba apenas un mes como edil. Pero el trayecto previo al atentado fue más largo. Hubo seis meses de amenazas, donde una adolescente veía su apellido con dianas por las paredes. Naiara, tras el atentado, odió.

Su familia acabó destrozada, sus hermanos y su madre se fueron, pero ella se quedó en Errenteria, aunque escondida dentro del propio pueblo. No daba su apellido sin que fuera estrictamente necesario por miedo al rechazo y durante años no habló una sola palabra en euskara. «Nadie sabía hasta 2013, cuando di mi testimonio en un encuentro con otras víctimas, que yo seguía viviendo allí», relató.

Contarlo por primera vez

«Al que asesinó la Guardia Civil era mi tío. Era como mi hermano mayor», arrancó Belén, sobrina de Josu Zabala. Ella también revivió en el hemiciclo del Parlamento navarro aquellas fiestas de Hondarribia de 1976 cuando la Guardia Civil entró con todo. «Fue mala suerte, hubieran podido matar a cualquiera». Belén confesó que ayer fue la primera vez dio el paso de abrirse a hablar de esto ante tanta gente.

Apuntó que también le ha tocado vivir la dispersión en visitas a familiares, así como el dolor por la falta de reconocimiento y la impunidad. También ella odió, pero no quiere que las nuevas generaciones sigan en ese odio. «Te han quitado a un ser querido de forma violenta de tu vida. Da igual cómo haya sido. Tenemos que juntarnos para que esto no vuelva a ocurrir. Los rencores y el odio no llevan a una sociedad bonita», sentenció.

Rabia e impotencia

María Jauregi no quiso irse de Legorreta a vivir a ese recinto cerrado y vigilado de Donostia, adonde se trasladó su padre, el gobernador civil Juan María Jauregi. «Me parecía una cárcel, no quería dejar a mis amigas». El día en que ETA mató a su padre, ella estaba de acampada en el monte. En cuanto vio a sus tíos llegar, supo que su padre ya no estaba.

«Sientes mucha rabia, mucha impotencia. No lo entiendes», rememoró. A pesar de ello, María sostuvo que fue la educación en los derechos humanos que recibió en casa lo que la ayudó a desprenderse del odio. Y también quiso agradecer el apoyo de unas amigas que nunca le fallaron.

«Como gobernador civil actuó contra ETA, pero también ayudó a esclarecer los casos de tortura y el GAL. Declaró contra Galindo y lo que nos dijo en casa después es que no sabía quién lo iba a matar, si ETA o Galindo», explicó María sobre su padre.

«Yo no sentí odio, nunca tuve un deseo de venganza. El odio no nos lleva a ningún lado, salvo a más dolor y sufrimiento», aseguró.

30 años sin llorar

Olatz Etxabe tenía diez años el día en que la hicieron huérfana. De los hermanos, es la que mejor recuerda aquel día de hace 45 años. Ese 5 de octubre, ETA había matado a tres guardias civiles en Arantzazu. Su familia tenía un bar en Arrasate y su padre, dos hermanos en el exilio.

Olatz oyó un ruido fuerte a las 11 de la noche. Ella y su madre se levantaron de la cama y, al bajar, se encontraron a Iñaki acribillado en el suelo. Fue una represalia, una venganza.

Aunque han pasado más de cuatro décadas, Olatz tiene a su padre muy presente. Ella trabaja en la residencia y le siguen contando historias de su padre ancianos que lo conocieron. Era un hombre muy grande y, por su carácter y llevar un bar, también muy conocido.

La vecina de Arrasate estuvo 30 años sin derramar una lágrima, porque cuando sucedió todo «no había sicólogos ni historias». Como en el caso de Jauregi, aseguró que la ayuda para quitarse de encima el odio la tuvo en casa, de la mano de su abuela.

Olatz subrayó que para superarlo el dolor tiene que llegarles el reconocimiento, tiene que llegar la verdad, la justicia y la reparación. Además, pidió justicia también para Germán Irasuegi, un taxista que apareció muerto a los pocos días. Posiblemente, fue el único testigo de lo que ocurrió.

Necesidad de reencuentro

Para la hija del edil del PP que ETA mató en Errenteria, la superación del trauma llegó a través de una experiencia vital. Fue un encuentro con víctimas de diferentes orígenes. «Era una tertulia con una persona que había sido torturada. La escuché. ¡Cómo no me va a calar esa información! Si eres un poco humano, un relato así te tiene que llegar a lo más profundo». De este modo, entender a la otra parte y aportar para que lo ocurrido no vuelva a suceder ha sido la vía de escape para no tener que vivir escondida en su propio pueblo.

Tras narrar sus experiencias, el debate giró sobre el reconocimiento y las cuatro emplazaron a los políticos a dejarse de tabúes. Si ellas son capaces de hablar entre sí, los políticos deberían serlo también.

El encuentro de víctimas organizado por el Foro Social es la cuarta vez que se hace. El año pasado reunieron a una de las hermanas de Mikel Zabalza con una víctima de Hipercor. Al igual que en las ocasiones precedentes, no acudió nadie de UPN o PP. Desde el Foro, se les ha vuelto a tender la mano para próximos eventos.

Las cuatro coincidieron en que la sociedad siempre va por delante de la política. Prueba de ello es que Belén y Naiara viajaron juntas hasta Iruñea. Belén estaba nerviosa por contar en público cómo la Guardia Civil mató a su tío. Naiara, que ya ha vivido otras veces la experiencia, hizo lo que pudo por tranquilizarla.