Mirari ISASI

Crucial cita electoral en Bolivia sin la presencia de un Evo Morales vetado

Bolivia celebra hoy sus segundas elecciones generales en menos de un año, una crucial cita sin la participación de Evo Morales, por primera vez en las últimas tres décadas, después de que un golpe de Estado lo apartara del poder y obligara a exiliarse y de su inhabilitación por las autoridades de facto. Su ausencia no ha impedido que el MAS, al que han intentado dejar fuera de la carrera electoral, se mantenga como primera fuerza política.

Bolivia tiene hoy una crucial cita con las urnas, de la que las autoridades electorales designadas por el Gobierno golpista han excluido al presidente legítimo, Evo Morales, quien por primera vez desde 1989 –cuando se presentó, sin éxito, a diputado– estará ausente. El veto a Morales y los infructuosos intentos de inhabilitar al candidato presidencial del Movimiento Al Socialismo (MAS), Luis Arce, y a la propia formación izquierdista no han impedido que esta, que conserva el apoyo de los sectores populares e indígenas, se mantenga como primera fuerza política.

No han cesado los llamamientos al «voto útil» que impida la victoria de Arce en primera vuelta y el control parlamentario del MAS, que tiene mayoría en el Congreso saliente, y en un país claramente polarizado, a medida que se acerca la jornada electoral, todo parece apuntar a que habrá que esperar a la segunda vuelta, el 29 de noviembre, para conocer quién tomará las riendas del país.

Para evitar un balotaje (segunda vuelta) sería necesario que un candidato consiga el 50% de los votos o que obtenga un 40% de apoyos con una diferencia de al menos 10 puntos sobre el segundo más votado.

Como en las elecciones del 20 de octubre de 2019, el rival a batir es el MAS, pero por primera vez desde 2005 su cabeza de lista a las presidenciales no será Morales y por primera vez desde hace 31 años no figurará tampoco entre los candidatos al Congreso.

«Si gana el MAS, gana Morales», es uno de los argumentos más recurrentes de sus detractores, que no quieren que el líder aymara regrese al país. Morales, exiliado actualmente en Argentina, ha insistido en que volverá «al día siguiente» de la victoria de su partido, aunque ha dejado claro que no será para gobernar en la sombra sino para formar a futuros líderes.

La fuerza del MAS se explica por una gestión de casi 14 años en la que ha tenido logros especialmente en el ámbito económico, además de un proceso de inclusión social que le ha asegurado la fidelidad de sectores populares, principalmente en el campo y en las periferias urbanas. El MAS sigue siendo el partido de los pobres, de los trabajadores y de los indígenas, aun sin Morales como candidato, ya que, como señala Sebastián Miches, uno de sus portavoces, cuida sus principales reivindicaciones, como son el salario, la estabilidad laboral y aspectos referidos a la identidad y la no discriminación.

Si algo le hizo perder apoyos en una parte del electorado fue el fallo del Tribunal Constitucional que le permitía a Morales su postulación para un cuarto mandato consecutivo a pesar de que el referéndum de 2016 le había cerrado esa posibilidad.

Desde su exilio, Evo Morales –a quien el Ejecutivo de facto ha denunciado por «terrorismo», sedición y numerosos supuestos delitos más– intentó concurrir a estas elecciones de como candidato a senador, pero primero el órgano electoral designado por las autoridades golpistas y luego una corte constitucional le inhabilitaron por incumplir el requisito de residencia en Bolivia.

Informe, «sugerencia» y exilio

El presidente legítimo se exilió el 11 de noviembre de 2019, después de un golpe de Estado que le forzó a dejar el poder, al que llegó en 2006.

Morales presentó su renuncia días después de las elecciones del 20 de octubre, en las que resultó reelegido en primera vuelta tras un polémico recuento interrumpido durante varias horas y que registró un cambio de tendencia. Desde la misma noche electoral, la oposición llevó a cabo manifestaciones para pedir su salida del poder.

Días después, la Organización de Estados Americanos (OEA) publicó un informe preliminar que constataba graves irregularidades en los comicios –su secretario general, Luis Almagro, habló de «fraude», sumándose a la denuncia de Carlos Mesa–. También la Unión Europea dijo tener dudas sobre los comicios.

El presidente Morales convocó primero nuevas elecciones, pero después de que la Policía le retirara su apoyo y de que el Ejército le «sugiriera» dejar el poder anunció su renuncia.

Sin embargo, estudios posteriores argumentaron estadísticamente que Morales había ganado lícitamente en las urnas, varios fueron publicados en EEUU por medios como “The New York Times” y “The Washington Post”, y desde el ámbito político grupos como el de Pueblo cuestionaron a la OEA para recalcar que lo que hubo fue un golpe de Estado.

Un año después, Bolivia sigue todavía investigando el supuesto fraude al que apuntaban los informes de la OEA y la UE y que desembocaron en una grave crisis política y social que provocó al menos 37 muertos y más de 800 heridos en la brutal represión de las protestas por el golpe de Estado, conocidas como las masacres de Sacaba (Cochabamba) y Senkata (El Alto).

Confianza en los indecisos

Esta vez, el candidato del MAS será el que ocupara durante años la cartera de Economía en los Gobiernos de Morales, Luis Arce, a quien le han llovido varias denuncias por parte del Gobierno golpista desde su designación presidencial buscando su inhabilitación; la última, por supuestos delitos de beneficio en razón del cargo, uso indebido de influencias y enriquecimiento ilícito durante su etapa como ministro.

Frente a él, igual que hace un año, el candidato con más opciones es el expresidente Carlos Mesa, que concurre por Comunidad Ciudadana (CC).

Los últimos sondeos auguraban una segunda vuelta entre Arce y Mesa, ya que el tercer candidato mejor situado, el ultraconservador Luis Fernando Camacho (Creemos) figuraba más rezagado. Sin embargo, un elemento clave que podría inclinar la balanza es el número de indecisos, que ronda el 20%.

Este elevado porcentaje de indecisos ha llevado a Arce a sostener que hay un «voto oculto», incluidos empresarios y clase media, que hoy optará por el MAS, aunque no lo reconoce públicamente, porque el regreso del partido de Morales al poder permitirá consolidar los avances económicos registrados en el país en los últimos 14 años, de los que precisamente él fue uno de los principales artífices.

Control del Parlamento

En estas elecciones los bolivianos eligen también la composición de la Asamblea Legislativa Plurinacional, donde durante tres legislaturas el MAS ha sido hegemónico con dos tercios de los escaños. También ha mantenido el control del Senado.

En ambas Cámaras, según los sondeos, la CC podría convertirse en la principal fuerza pero necesitaría el respaldo de Creemos –tercera fuerza–, para garantizar la gobernabilidad. Y Mesa sabe de lo que se trata ya que llegó a la Presidencia en 2003 tras una revuelta social que dejó decenas de muertos y obligó a renunciar a Gonzalo Sánchez de Lozada, elegido un año antes, y la falta de apoyo parlamentario, con nuevos conflictos o presiones, le obligó a él a tomar el mismo camino dos años después.

Así las cosas, una victoria del MAS permitiría a Bolivia recuperar el proceso interrumpido por el golpe de Estado y evitar que se consolide un sistema de gobierno conservador y neoliberal, y también hacer frente al retroceso económico, a la corrupción que en estos meses ha salpicado a las autoridades de facto y a altos cargos de empresas que habían sido nacionalizadas y a la crisis sanitaria derivada de la pandemia.

El MAS duda del proceso de recuento

La palabra «fraude» ha vuelto a resurgir y los temores planean sobre estas elecciones. Luis Arce ha dicho que reconocería su derrota, pero cree impensable que Mesa le gane en primera vuelta a la vista de los sondeos salvo que haya «fraude electoral» y, tras alertar de «los riesgos», ha pedido «apoyo y observación activa» durante la jornada de hoy. Duda, además, de la transparencia del proceso al denunciar la «cercanía» con su rival Carlos Mesa del Tribunal Supremo Electoral (TSE) designado por las autoridades de facto. El órgano electoral ha insistido durante días en que ha renovado el sistema informático para el cómputo de votos y la cadena de custodia de las actas de votación para garantizar la fiabilidad e los resultados, pero el MAS ha señalado la ausencia de transparencia el sistema de conteo rápido de votos, el retorno de los observadores de la OEA, que fueron pieza clave en el golpe contra Evo Morales, y la custodia de las actas por parte de militares y policías, los mismos que propiciaron la salida del presidente del poder. Morales, por su parte, ha advertido contra un segundo golpe a la democracia en Bolivia para evitar la victoria del MAS.M.I.

El Alto y La Paz, símbolos de la polarización

Las ciudades vecinas de El Alto y La Paz son el reflejo de una Bolivia polarizada de cara a los comicios de hoy. Una se inclina por Luis Arce y la otra, por Carlos Mesa. Ambas albergan a casi una quinta parte de los 11 millones de bolivianos.

A la par que ambas retomaban sus actividades comerciales gracias a la flexibilización de la cuarentena, el trajín político era evidente: militantes recorrían las calles a pie o en bicicleta en busca de votos para los dos candidatos mayoritarios.

En las fachadas de algunas casas de El Alto hay mensajes pintados. Uno dice «El Alto con Evo». Es un remanente de los comicios de 2019, pero también una señal de quién manda ahí. Morales lo conquistó desde su primera incursión en contiendas presidenciales en 2002 y desde entonces la domina. Hay un vínculo entre el MAS, los indígenas y la ciudad de más de 922.000 habitantes, principalmente migrantes aymaras. También hay sectores contrarios al expresidente izquierdista. Pero Alex Cocarico, estudiante de 27 años, advierte de que El Alto no aceptará un presidente que no responda las necesidades de la gente; en ese caso habría «una insatisfacción de la población y es posible que la población en El Alto tenga que movilizarse nuevamente», agrega.

El golpe de Estado contra Morales movilizó, los vecinos de El Alto salieron a las calles. La represión de la protesta por el Ejército y la Policía dejó diez civiles muertos en Senkata. Una segunda masacre causó una veintena de muertos en Sacaba.

La Paz, con casi 800.000 habitantes, es la otra cara de la moneda, con una considerable clase media, pero también barrios pobres que apoyan al MAS. Allí hubo protestas para pedir la renuncia de Morales tras las elecciones de octubre de 2019, en las que el MAS perdió en las cuatro circunscripciones para la Cámara de Diputados. En El Alto, el partido del expresidente ganó en otras cuatro.

En la capital se palpa el apoyo a Mesa. «Lo único que nosotros pedimos es que no vuelva el MAS», dice Guillermo Burnett, farmacéutico de 27 años. «Somos un grupo de reacción, no vamos a la acción. Si en algún momento nuestro país nuevamente se ve vulnerable, nosotros volvemos a salir» a las calles.

Como El Alto y La Paz, el resto de Bolivia muestra un comportamiento similar: una división política fuerte que apunta a un recuento de infarto.GARA