Aritz INTXUSTA
IRUÑEA
Interview
PABLO SAROBE
PROFESOR DE INMUNOLOGÍA E INVESTIGADOR DEL CIMA

«La inmunidad que genera una vacuna es más limpia que en un contagio natural»

Además de su labor como profesor de Inmunología en la Universidad de Navarra, Sarobe mantiene vías de investigación sobre cáncer, vacunación terapéutica, células dendítricas e inmunoterapia. Como buena parte de la élite científica, Sarobe aparcó proyectos para ayudar en la batalla frente al coronavirus.

Sarobe trabaja en el desarrollo de una futura vacuna frente al covid basada en la inoculación directa de las regiones más inmunogénicas de la proteína S del coronavirus. En su proyecto no hay vectores recombinantes ni ARN mensajero. De las vacunas que van en cabeza a nivel mundial, la vía por la que apuesta el CIMA sería más parecida a la de Novavax, compañía con la que la UE está cerrando un acuerdo actualmente. En esta entrevista, sin embargo, vamos a apelar a su alma de profesor de Inmunología en la Universidad de Navarra para plantar cara con rigor al escepticismo de barra de bar que ha surgido en torno a la seguridad de las vacunas que están a punto de aprobarse.

Se ha asentado cierto recelo en la sociedad sobre la seguridad de las vacunas que van a llegar contra el covid. Son muchos los que afirman que una vacuna tarda cinco o siete años en desarrollarse y que, como estas han tardado menos de uno, necesariamente se han eliminado controles de seguridad. ¿Hasta qué punto es cierto?

Pienso que esto nace de la falta de información y de no conocer el proceso de desarrollo de una vacuna, qué implica esto, y de que no se les ha explicado la diferencia entre las vacunas que vamos a llamar tradicionales y lo que ocurre con estas.

Hablemos, entonces, de cómo ha sido el proceso de desarrollo de estas vacunas.

Han influido varios factores. El principal es el interés general y la urgencia que existía, que ha hecho que se hayan puesto a la tarea todos los medios humanos y materiales. Esto no ha ocurrido jamás. En segundo lugar, las tecnologías que se están utilizando son tecnologías para las que existía previamente una base preclínica muy sólida y una fase clínica, no con antígenos de coronavirus, pero sí con otro tipo de antígenos que se usaban en la lucha contra el cáncer y otras enfermedades virales.

El ejemplo más claro es lo ocurrido con los últimos coronavirus que tuvimos: el SARS-CoV-1 y el MERS. Se empezó a trabajar en vacunas, se completó una fase preclínica, comenzaron los ensayos y se llegó a la fase 1 con dos o tres prototipos en cada uno de estos virus. Sin embargo, para cuando terminó la fase 1, la presencia de estos virus había prácticamente desaparecido en todo el planeta. Toda la investigación se detuvo ahí, porque no hubo interés. No había necesidad ya de estas vacunas.

Pero todo ese conocimiento se reaprovechó.

Esta información resultó muy valiosa. Ahora, en algunos casos, la preclínica se la han ahorrado.

Por apuntarlo, más que nada. ¿La fase preclínica llega hasta los ensayos en animales y la clínica ya supone pruebas en humanos?

Sí, exacto. La fase preclínica se puede realizar en modelos simples de ratón o en modelos más avanzados de primates no humanos. Solo la fase preclínica puede durar más un año, porque preparar la vacuna lleva bastante tiempo. Después, el reclutamiento de voluntarios costaba bastante tiempo. Y eran tiempos muertos. Piensa que al acabar un ensayo hay que analizar los datos. Esos resultados se mandan a los reguladores para que los analicen, pero no solo a esas agencias, también a la compañía que debía decidir si le interesaba seguir con el ensayo desde un punto de vista económico. Porque, desde el inicio, nadie tiene el dinero suficiente para desarrollar una vacuna.

¿Hasta qué punto el dinero resulta clave?

El desarrollo de vacunas es un tema de inversiones de empresas que, según como vaya la investigación, apuestan o no por la siguiente fase. Esto es un embudo que se va abriendo y cada vez hay que poner más dinero.

Pero esta vez ha sido diferente.

Aquí desde el principio el dinero estaba, no hubo que esperar fondos. Acababan fase 1 y, aun sin acabarla siquiera, ya se estaban haciendo los reclutamientos para la fase 2. La fase 2 como tal no puede empezar hasta que no se tienen los resultados de seguridad, pero sí que se pudo avanzar toda la logística, separar los grupos, etc. Y cuando tienes fase 1, que es seguridad, y la fase 2, donde se mira la eficacia inmunológica, puedes empezar la fase 3 y medir la eficacia clínica. Todo eso se ha conseguido hacer sin parones. Además, las propias agencias reguladoras estaban esperando a que les cayeran los datos y sus comités de evaluación seguían al día los informes para poder dar cuanto antes el siguiente paso. Y luego están los programas de producción de la vacuna y lo que ha supuesto el programa Warp Speed en EEUU.

¿Tan importante ha sido esta estrategia Warp Speed?

Entre los requisitos para formar parte del programa de financiación Warp Speed estaba que tu tecnología fuera capaz de entrar en una fase 3 en la segunda mitad de este año y, además, fueras capaz de producir decenas de millones de vacunas este 2020 y tener preparadas para el año que viene entre 200 y 300 millones de dosis. Las vacunas que nos vayan a poner el año que viene, probablemente, ya están en algún congelador. Gracias a la ayuda, las empresas han apostado por ir produciendo a riesgo, con antelación a la aprobación de los reguladores. Ahí se ganaron muchos meses, pero lo que las fases tardan en realizarse en sí y los requisitos necesarios que impone la Agencia Europea del Medicamento o la FDA americana no se han rebajado ni un peldaño.

Desde mi desconocimiento, relajar los parámetros de seguridad sería entendible si hubiera una única vacuna candidata a parar la pandemia. Pero, en este caso, cuando hay competencia de tecnologías, no parece coherente pensar que se ha reducido el nivel de seguridad. Ahora mismo, si una vacuna cae por tener efectos secundarios, hay sustitutas.

Efectivamente, en eso también se pensó a la hora de idear Warp Speed. Se diseñaron cuatro plataformas diferentes y, en cada plataforma, dos compañías distintas. Así se obtuvo un colchón de seguridad, porque eso te da un margen muy grande.

Hablando de seguridad y vacunas. Los antivacunas siempre se han agarrado al tema del autismo...

Un médico inglés hizo un ensayo con datos manipulados. Fabricó unos datos y aquello fue una bomba. Enseguida, la comunidad científica se dio cuenta de que aquello podía no tener mucho sentido. Hubo una investigación que comprobó que estaban fabricados los datos y que esta persona tenía intereses comerciales con compañías que podían favorecerse de estos resultados. Sin embargo, esta ha sido una de las grandes cargas de profundidad que ha habido contra las vacunas. Se ha gastado casi más dinero en desmentir este resultado falso que en cualquier otro proceso de generación de vacunas. La ciencia ha perdido mucho dinero y muchos recursos en demostrar que esto no era verdad, cuando todo debería haberse aclarado desde que se supo que los resultados no eran ciertos. Y, aun así, continuamos con recelos y con un movimiento negacionista que se agarra a un clavo ardiendo. Por eso tenemos que volver una y otra vez a insistir en que todo era mentira.

Los antivacunas son una minoría, pero sí que aquella vieja polémica parece haber revestido de cierto misticismo a las vacunas. Gente por lo demás razonable cree que las vacunas pueden generar a los meses o a los años no sé qué efectos secundarios. ¿Hasta qué punto las vacunas son unos fármacos corrientes?

Las vacunas son incluso más seguras que los fármacos corrientes. Hay que tener en cuenta que los fármacos habituales se dan a personas que están enfermas. Y cuando alguien está enfermo, los ensayos se hacen con unos requerimientos que no son tan estrictos. Es mucho más problemático que una persona completamente sana enferme que lo haga una persona que ya tiene una enfermedad. Enfermar a alguien sano es menos asumible, por eso los requisitos de las vacunas son mucho más estrictos.

Aparquemos la seguridad. ¿Hasta qué punto es mejor o peor la inmunidad que genera una vacuna con la que puede desarrollarse de forma natural a través de un contagio?

Cuando se prepara una vacuna se hace una selección previa entre lo que puede ser patogénico del microbio y lo que puede conferirnos inmunidad. Se trata de separar las dos cosas para, evidentemente, quedarnos con lo que induce inmunidad y quitar lo que nos genera la enfermedad. Lógicamente, la posibilidad de que uno se inmunice infectándose con el virus existe, pero no está claro que esto funcione igual que cuando se recibe el estímulo sin la parte patógena, porque la propia enfermedad puede provocar cambios o generar situaciones en el organismo que son más complejas. En primer lugar, puede que ese organismo enfermo no pueda acabar con el virus. Y si no acabas con el virus, no acabas con la enfermedad. En segundo lugar, en este tipo de situaciones, el cuerpo genera mecanismos de control para evitar reacciones exageradas y esos mecanismos de control frenan de algún modo la inmunidad natural. Esto no tiene por qué ocurrir cuando se prepara una vacuna porque, como te he dicho, se separan bien los dos componentes. Desde ese punto, te diría que es más limpia la inmunidad que se genera con una vacuna y, por supuesto, muchísimo menos arriesgado.

En las vacunas, por lo general, son dos dosis en un lapso de tiempo determinado.

Claro, y esto también influye porque la respuesta se multiplica. Además de esto, las vacunas, para conferir inmunidad, a parte de las propias moléculas que tenga el virus y que son las que favorecen la inmunogenicidad en condiciones naturales, suelen llevar otro tipo de moléculas adicionales para potenciar el efecto. Esto hace que la vacuna resulte muy inmunogénica, aunque los virus, por lo general, ya lo son. De hecho, la mayoría de vacunas que hemos recibido desde niños se basan en virus que han sido atenuados o inactivados, o sea, que se les ha quitado el componente patogénico. AstraZeneca o Janssen emplean un adenovirus, un virus del catarro, al que se han quitado partes para que no sea infeccioso y fuera más seguro. Y era un simple catarro, una enfermedad muy benigna.

¿Qué nivel de eficacia han de tener las vacunas?

A día de hoy no sabemos qué eficacia hace falta para alcanzar la inmunidad de grupo. Cada virus, por su tasa de infectividad, su capacidad de pasar de un individuo a otro, necesita un nivel de eficacia u otro. El virus del sarampión necesita una inmunidad de grupo muy alta, por encima del 80% o el 90%. Para este virus aún no lo sabemos. Algunos trabajos de hace meses en poblaciones de Brasil hipotetizaron que con un 60% o 70% podría conseguirse la inmunidad de grupo. Además, depende de cuántos nos vacunemos. En particular pienso que será necesario seguir manteniendo ciertas medidas de distanciamiento hasta que no se vea en la práctica qué efecto tienen las vacunas.

Explíquese.

Temo que la sociedad tenderá a relajarse en el momento en el que estemos vacunados. Eso es así. Cuando nos bajan las normas de convivencia nos relajamos. Imagínate si consideramos que estamos inmunes por la vacuna. Yo creo que habría que mantener unas medidas un tiempo más, aunque sean laxas.