Raimundo Fitero
DE REOJO

Huidas

Cuando se establece un debate para intentar centrar el concepto entre prófugo o exiliado, debemos agarrarnos a la música secreta de los cuerpos celestes como placebo. O proclamar que todas las huidas son expresiones sagradas de la libertad. Huir del caos es una de las misiones imposibles que atrapan a la humanidad entera entre decretos, considerandos, proclamas con fecha de caducidad cumplida, estadísticas asimétricas y contratos opacos que dejan en manos de los planes contables de las farmacéuticas el ritmo de vacunación en parte del primer mundo, lo que nos debe dejar helados los pelos de la conciencia ya que imaginarse lo que está sucediendo en los países del tercer mundo o asimilados, provoca vómitos de acidez insoportable.

Según la sombra que provocan estos rayos de sol invernales, el icono que se expande por la pared blanca de una nada existencia puede definirse de huido, prófugo, exiliado de uno mismo, como un satélite que ha perdido todas las órbitas, que lanza mensajes en todos los sub-lenguajes desconocidos por si acaso una casualidad le devuelve a una confianza en cualquier brújula que le indique un camino que no pase por la insolvente tendencia de explicar la insuficiencia con insuficientes argumentos insufribles por su falta de arraigo con alguna veracidad coherente identificable. Así que la gran noticia sociológica de que entre dentro de la lista de los vacunados prevaricadores un obispo, nos confirma que estamos ante un episodio que nos ayuda a realizar la cartografía del fracaso político, ético y estético de una sociedad podrida.

No quedan muchas opciones. Si se sigue el ritmo informativo poli tóxico, se acaba frente al muro de la sospecha total. Lo mejor es atender y combatir al batallón B117, la variante británica que se contagia de manera abrumadora. Aunque sea con tirachinas.