Anjel Ordoñez
Periodista
JOPUNTUA

Asco de sensaciones

Habría que ponerle un nombre concreto a esa desagradable sensación que con bastante frecuencia nos provocan las declaraciones de algunos políticos. No es estupor, porque nos tienen demasiado acostumbrados y, aunque parece que se esfuerzan, ya apenas sorprenden. No es risa, porque la situación que afronta nuestra sociedad desde hace más de un año está más cercana a la tragedia que a cualquier otro género dramático conocido. Y tampoco es cabreo –aunque es lo que más se le parece–, porque si nos enfadásemos de verdad cada vez que ciertos personajes abren la boca, viviríamos en un estado de permanente indignación que, créanme, ni es beneficiosa para la salud mental ni permite avanzar en la definición de nuestros objetivos individuales y colectivos. Puede que sea, en realidad, una mezcla de estas tres sensaciones, una suerte de cóctel que no huele bien, sabe peor y te deja un retrogusto de espanto en el paladar de la conciencia.

Ha dicho Urkullu, en relación a un hipotético final del estado de alarma en mayo, que Pedro Sánchez toma decisiones sin consultar con los demás. No como él. Y no quiero hurgar en la herida ni entrar en el fondo de la cuestión. Es solo un ejemplo. Debo reconocer, todos deberíamos hacerlo, que la pandemia llegó sin libro de instrucciones. Y que, no solo los políticos, sino todos y cada uno de los estamentos implicados en la búsqueda de una solución se enfrentan a una situación compleja por desconocida, y lo que es peor, mutante por naturaleza. Y eso, a la vez que otorga un considerable margen de tolerancia al error a quienes tienen las responsabilidad de decidir, también les exige un nivel de transparencia, sinceridad y autocrítica del mismo calibre.

Pues no. Justo lo contrario. Toman decisiones –legítimas, porque es su obligación gestionar– que afectan a miles de personas, que comprometen el futuro económico de sectores enteros y que someten a la sociedad a un estrés hasta ahora desconocido. Pero cuando no aciertan, la responsabilidad es siempre de otro. Y lo que me saca de mis casillas: a menudo, la culpa es nuestra, de los ciudadanos de a pie. Parece que no estamos a la altura.

Asco. La palabra era asco.