Fermín TORRANO
CONFLICTO ENTRE UCRANIA Y DONETSK

INCERTIDUMBRE Y POBREZA EN EL FRENTE DE GUERRA UCRANIANO

LA ESCALADA DEL CONFLICTO EN EL ESTE DE UCRANIA NO PREOCUPA, TODAVÍA, A MUCHOS DE LOS HABITANTES DE LA PRIMERA LÍNEA. LAS BAJAS PENSIONES Y LA FALTA DE OPORTUNIDADES SE HAN CONVERTIDO EN EL PRINCIPAL PROBLEMA DE UNA POBLACIÓN QUE PREFIERE NO PENSAR EN LA GUERRA.

Con una sonrisa y un gesto con la mano, un soldado del Ejército ucraniano termina una videollamada antes de que el tren nocturno que conecta Kiev con la región del Donbás arranque en la capital. Atrás quedaron las cartas y las largas esperas tan bien explotadas en las películas. Ahora, en un vagón oscuro y lleno de uniformes militares, las caras se iluminan con pantallas que permiten a cualquiera poder despedirse de cualquiera a miles de kilómetros.

Doce horas después y con la luz de la mañana, los petates y las botas suben a camiones que acercan a jóvenes sin barba a los pueblos fronterizos de la línea del frente ucraniano. En el séptimo aniversario del inicio de la guerra, Occidente mira con desconfianza los movimientos de tropas y blindados que Rusia despliega por la frontera.

Sin embargo, no es el ambiente que se respira en la mayoría de las pequeñas ciudades y pueblos de la línea. Aquí, hace tiempo que el ruido de las explosiones y la posibilidad de tener que abandonar corriendo los hogares se ha convertido en anécdota, pese a las advertencias que se filtran de familiares y conocidos en la autoproclamada República Popular de Donetsk.

Los datos también confirman, al menos en parte, la escalada de violencia. Ucrania ha confirmado la muerte de 26 integrantes de sus Fuerzas Armadas en 2021, frente a 5 en los anteriores cinco meses, cuando se firmó el último alto al fuego.

En Svitlodarsk, una ciudad industrial en el lado controlado por el Gobierno ucraniano, y tan solo separada de la línea enemiga por un lago, la población vive en calma. Cada mañana, centenares de trabajadores se levantan para acudir a su puesto de trabajo en la fábrica de energía térmica que alimenta a la ciudad. En este enclave de 8.000 habitantes, las únicas distracciones disponibles son las tiendas de alimentos, los colegios, la oficina de correos y un hospital.

«Necesitamos paz»

Por eso, Valentina, una mujer que roza los 80 años y no pasa del metro cincuenta, hace lo que todas las demás. Camina cada día desde su casa hasta el supermercado con una bolsa y una mascarilla reutilizada sin fin. Dos veces por semana, también acude con su amiga Katerina a un pequeño centro protestante para leer la Biblia. Nacida en Kazajistán y sola tras la muerte de su hijo, la compañera confiesa que su primer acercamiento a Dios fue cinco años atrás, para poder llevarse una hogaza de pan a la boca.

«Necesitamos paz, necesitamos paz», exclama esta mujer, como si cualquier extranjero pudiera poner fin de una vez a una guerra que ha dejado cerca de 14.000 muertos y 30.000 heridos y que parece reactivarse.

La semana pasada, la Casa Blanca denunció que, desde 2014, nunca ha habido tantas tropas rusas en la frontera. El Gobierno de Putin, por su parte, continúa alertando que la integración de Ucrania en la OTAN tan solo servirá para aumentar la tensión en el Donbás.

De momento, nadie tiene claro qué puede ocurrir, ni si la estrategia rusa busca testar a Biden o responder a las últimas políticas del Ejecutivo ucraniano frente a Crimea. Alejados de las discusiones geopolíticas, en la región de Donetsk el día a día se asemeja más a una posguerra gris, que a un conflicto sangriento. La depresión económica y la pandemia no impiden a los jóvenes comprar botellas enteras de ron y vodka por menos de tres euros. Las ambulancias llenan de pacientes Covid un hospital al que antes nadie quería acudir en caso de urgencia. Los obreros continúan madrugando para pagar el alquiler. En este punto del este ucraniano, el verdadero conflicto es llegar a fin de mes. Por eso nadie, más allá de diferencias identitarias, quiere problemas que añadir a la lista de la compra.