Arturo Puente
Periodista
JOPUNTUA

Los decepcionados

La decepción es un sentimiento complicado. Es primario, consustancial al ser humano, y a la vez compuesto, pues implica varios sentimientos más. Primero un deseo, luego una expectativa, finalmente una carencia y, todo eso ocurre entre dos lugares, el del decepcionado que mira y aquel donde ocurre lo decepcionante. Los niños, expertos en fingir cuando abren regalos, saben que solo hay una cara más difícil de impostar que la de la ilusión: la de la decepción. Tú ya sabías que la bicicleta no estaba en ese paquete con forma de libro, así que nadie creerá tu berrinche.

Esta semana hemos vuelto a ver una colección de decepcionados de postín, con esas caras largas que han puesto siempre en la última década. Son los que consideran que no vale con expresar que el dolor es imborrable, los que no se conforman con decir que la noticia es buena aunque quisieran que fuera mejor. Estos no, estos optan por representar una decepción falsa para poder ser ellos los que exigen y los otros los exigidos. Pero eso no solo se nota, sino que deja al descubierto otros intereses.

Toda la sociedad vasca, desde el primer hasta el último ciudadano, tiene derecho a reclamar cuentas a la izquierda abertzale por su pasado y su presente. De eso va, en parte, la política. De fiscalización. Delante de una institución, organización o actor político, todos ciudadanos tienen por derecho propio la posición de deudores. Derecho a esperar lo máximo, a exigirlo y a sentirnos decepcionados si no ocurre.

Pero eso no solo pasa con la izquierda abertzale sino con todos los actores políticos. Todos están sujetos a explicar qué han hecho y qué no. El fin de la violencia de ETA y la disolución de la organización ha sido un proceso eminentemente unilateral, producido en su mayor parte desde dentro del movimiento abertzale. Así se ha llegado a donde se ha llegado. Cualquiera de nosotros puede considerar, con buenas razones, que no ha sido suficientemente rápido o no ha ido suficientemente lejos. Pero, para los partidos, fingir una decepción no va a librarles de la obligación de explicar qué han hecho ellos para lograr que ocurriera.