David Lazkanoiturburu

Visiones apocalípticas y críticas de la China actual

Visto desde el prisma occidental mayoritario, el devenir de China resulta incomprensible. Los mismos que sostienen un día que el país abrazó hace tres décadas el capitalismo más salvaje critican al siguiente la timidez de las reformas económicas de un sistema al que acusan de mantener la primacía de las grandes empresas estatales y/o del Partido Comunista chino.

No acaba ahí la incongruencia. Mientras urgen a que China entierre de una vez por todas el maoísmo, no dudan en criticar el incremento de las desigualdades sociales auspiciado precisamente por esa «apertura» económica.

Ocurre lo mismo con cuestiones complejas como la política del hijo único o la asignación de los campesinos a su aldea (hukou). Es innegable que estas políticas han tenido y tienen efectos negativos evidentes (el feminicidio y la existencia de cientos de millones de emigrantes rurales sin derechos sociales en las ciudades son dos extremos).

Otra cosa es zanjar de un plumazo las implicaciones de la superpoblación en un país con 1.300 millones de habitantes y obviar que las políticas chinas en el campo permitieron alimentar a toda su población y evitar, en cierta medida, un éxodo masivo a la ciudad.

No todo es amarillo en China. Tampoco todo es rojo, como pretenden los que, cegados acaso por la retórica comunista y el odio a Occidente, pasan siempre de puntillas sobre los igualmente inmensos déficits del régimen en materia de derechos humanos, individuales y colectivos (Tíbet, Xinjiang...).

El modelo chino es criticable. Y el hecho de que el PCCh siga reformándolo, como ha anunciado estos días, es una prueba de ello. Otra cosa es que las críticas o su ausencia partan de una visión a priori de la «China de los sueños» de unos y otros. La China rota y colonizada por Occidente o Japón hasta 1949, o la China roja de los 50 y 60. Deberían saber todos ellos que China es China desde hace 4.000 años. Y seguirá siéndolo.