Fede de los Ríos
JO PUNTUA

El triunfo del idiota moral

Angel Carromero recientemente ha sido nombrado secretario general de Nuevas Generaciones (NNGG) de la capital de España. El nuevo secretario de NNGG cumple una condena de cuatro años de prisión por la muerte de los cubanos Oswaldo Payá y Harold Cepero en un accidente de tráfico ocurrido en julio pasado en la isla caribeña. Trasladado a España para cumplir su condena, a los catorce días la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias, con una celeridad sin precedentes, le concede el tercer grado sin que tenga siquiera que regresar a dormir a la cárcel. Como el tercer grado va unido a un trabajo a desarrollar por el reo se le procuró el de consejero técnico del Ayuntamiento de Madrid con un sueldo de 50.474 euros de dinero público.

Si bien la conducta temeraria al volante, con el agravante de haber sido previamente desposeído del permiso de conducir por actos contra el código de circulación, fue la causante directa de la muerte de dos personas, cuatro años de privación de libertad parecen excesivos. En un individuo normal, la sola carga sobre los hombros de saberse el responsable de sus muertes es suficiente castigo de por vida.

En este caso no fue necesario el arrepentimiento para conseguir la libertad vigilada telemáticamente pues el nuevo secretario de NNGG lejos de asumir la autoría por los hechos que le condenaron, se desdice de todas sus anteriores declaraciones y relata una rocambolesca historia acusando a los servicios secretos cubanos de ser responsables de las muertes y solicitando el indulto. El nuevo relato de los hechos es de tal incongruencia argumental que no convence ni a la Audiencia Nacional ni al Gobierno y a este servidor de ustedes le evoca la historia del gran Bartolín, un muchacho jienense también miembro de Nuevas Generaciones y concejal del PP en La Carolina. ¿No se acuerdan?

Quince años atrás, el 29 de Mayo de 1998, una llamada en nombre de ETA anunciaba que habían secuestrado a Bartolomé Rubia Muñoz -Bartolín-. Y comenzó el coro condenatorio para ver quien condenaba más y mejor. Mayor Oreja era el director de orquesta. Poco duró la tensión. Al día siguiente «Bartolín» aparece en Irun y relata su cautiverio en manos de los terroristas. Los secuestradores fueron un hombre y una mujer que lo trasladaron desde La Carolina a Linares donde le obligaron a beberse una coca-cola que contenía una sustancia somnolienta que le hizo dormirse, tras lo cual lo introdujeron en un tren con dirección Irun. Una vez allí lo montaron en un coche. Durante el trayecto, en un descuido de los secuestradores, abrió una de las puertas y sin dudarlo se arrojó en marcha cayendo por un terraplén, consiguiendo así escapar. No admite comparación un secuestro en tren con narcótico incluido y posterior épica huída con un vulgar choque en carretera secundaria. Pero Bartolín resultó ser un adelantado a su tiempo. A buen seguro hoy abriría las portadas de diarios y revistas amén de un continuo peregrinar por tertulias de radio y televisión. Lo que hace unos años producía mofa hoy es argumento.