Pablo Cabeza

Esperando en el billar

A mi derecha una columna de 30 años en compactos, más unos cuantos vinilos sobre la alfombra, las pruebas más evidentes de un tiempo y una vida. Entre tecla y tecla pienso que es una fea manera de ver la intensa vida del grupo: unas cajas que ni sonríen ni se angustian, que no huelen. Si acaso, me inspiran más ternura los vinilos que de reojo veo a mis pies. Repaso portadas mientras suena Barricada.

Veo grandes títulos, álbumes significativos, sus cambios de discográfica, el disco de la censura, el doble en directo, los recientes... Qué nivel, qué categoría la de estos «críos» de Txantrea, qué manera de aprender. Tiro atrás treinta años y me veo joven, ellos aún más. Vuelvo al presente y todo es un segundo. De no ser por las pruebas, los discos, diría que no hay historia, solo un sueño. Me pregunto en oscura soledad cuál es el mejor disco, el que me conquistó. Me pregunto asimismo, entre pasaje y pasaje, por el disco donde más crecieron, el más esforzado, el del aprendizaje...

Manoseo de nuevo recuerdos entre carátulas, parece que estoy barajando un puñado de simples fichas. Poco a poco me va venciendo el sentimiento quizá influido porque en un momento suena «Lentejuelas». En realidad, intuía desde el inicio donde iba a parar, y ya no lucho más contra mi evidencia: las emociones pegadas a los primeros años pueden más que cualquier otra valoración, incluida la técnica. Barricada ha mejorado año tras año hasta convertirse en una banda sorprendente por la calidad instrumental, las composiciones, las guitarras, las letras, empaste vocal... y pegada rítmica. Pero de joven todo anida con más fuerza a la piel y el corazón, es cuando la vida se bebe a tragos y cuando las noches no acaban si no amanece.

Para mi generación los Barri de pantalón estrecho eran unos jevis que se colaban en los festis rockeros, punkis y skas; pero con razón, pues muchas letras eran cañeras y otras del día a día, aunque con cierto sonido viejuno en aquellos días de punk. No eran los mejores Barricada, como músicos y compositores habrían de prosperar, quedaban por llegar muchos himnos y acabados más perfectos y profesionales. No obstante, «Noche de rock & roll» y «Barrio conflictivo», incluso «No hay tregua» o «No sé qué hacer contigo» son definitivamente las cartas con las que me quedo.

¡Qué evidente!, me digo, ¡qué simple y qué injusto con la clase y sabiduría de tanto y tanto disco reciente!. Es cierto, pero escuchar «Barrio conflictivo» me puede: «que se vayan, no los queremos ver. No nos vamos a dejar. Este estado policial se tiene que acabar...» y el ritmo se empolva como ocurría en sus conciertos, con todos dando patadas. El Drogas ríe, recita: «por qué esperar una señal, por qué llorar en silencio o vivir de rodillas, encerrados como ratas, trabajando entre rendijas, solo oyes palabras duras: un, dos tres va...» y comienza el ñaca ñaca que tanto influyó a futuros grupos. Parecían pies negros desterrados, pero joder, qué ritmo y qué letras sobre la dignidad humana, sobre el sistema, sobre el amor...

Estoy en la silla eléctrica mientras escribo y en ella me achicharro sin perdón. Con dolor, por lo simplista del juicio, llego a la conclusión de que no hubo un Barricada más emocional que el de sus primeros discos, así que me quedo por siempre esperandoles en el billar mientras suena «Esta es una noche de rock&roll». Enrique (tu estuviste el sábado), Boni, Alfredo, con disculpas para los no mencionados, a vuestros pies queda el corazón propio y el de miles de seguidores, muchos de ellos crecidos con estas o sus páginas hermanas. Sois Historia.