Jaime IGLESIAS MADRID
Interview
Marco Bellocchio
Cineasta

«Cualquier película es una manifestación política»

Autor de títulos emblemáticos como «Las manos en los bolsillos» (1965), «Nel nome del padre» (1972), «El diablo en el cuerpo» (1986), «Vincere» (2009) o «Bella addormentata» (2012) -aún inédita entre nosotros-, Marco Bellocchio (Bobbio, 1939) acudió al Festival de Cine Italiano que se celebra estos días en Madrid para recoger el premio a toda una carrera.

Representante eximio de aquello que, en los años 70, se dio en llamar «cine político», en las distancias cortas, Bellocchio impone. Su fama de huraño le precede y si bien estos días se le ve de buen humor, no se priva de juzgar la pertinencia, o no, de las preguntas que se le plantean con ese punto de arrogancia característico de quienes se empeñan por hacer visible que están de vuelta de todo. Aun así no se oculta y responde prolijamente: cincuenta años de carrera le convierten en voz autorizada para analizar las transformaciones experimentadas por el cine italiano y sus íntimas conexiones con el devenir de una sociedad cambiante.

Sobre usted siempre ha pesado la condición de ser un cineasta eminentemente político ¿comparte esta denominación o le parece reduccionista?

En apenas unas horas no sé la de veces que me han hecho esta pregunta, podrían ponerse de acuerdo todos los periodistas y someterme a una entrevista conjunta, para mí sería bastante más sencillo (risas). ¡Vamos a ver, lo primero que tendríamos que definir es lo que se entiende como cine político! Durante la segunda mitad de los 60 e inicios de los 70, la palabra «política» estaba estrechamente vinculada a la idea de transformación social. Desde una óptica marxista, existía la convicción de que una nueva clase dirigente podía hacerse con los resortes del poder político aplicando conceptos de teoría revolucionaria. Muchos de quienes hacíamos cine en aquellos años compartíamos esa visión del mundo, de ahí que nuestras películas fueran concebidas, en cierto modo, como herramientas de apoyo en la consecución de dichos objetivos. Hoy ya no queda nada de eso, la palabra «política» aparece, en muchos casos, vacía de significado y por lo tanto ahora mismo no tiene sentido abogar por la existencia de un cine político. Es cierto que muchos jóvenes realizadores exponen en sus películas preocupaciones de índole social vinculadas a determinadas temáticas como, por ejemplo, la inmigración, pero los modos de representación son muy distintos, en la mayoría de los casos se conforman simplemente con mostrar esa realidad.

Costa-Gavras, que a menudo ha tenido que soportar esa misma etiqueta, se defiende diciendo que para él todo cine es político, empezando por los mainstreams hollywoodienses ¿comparte esta opinión?

Sí, claro. El otro día estaba revisando «¡Qué bello es vivir!» (1946) de Capra y no pude por menos de pensar en que la idea de sociedad y de progreso humano que atesora este magnífico film no dejan de ser profundamente reaccionarias, al menos para un espectador europeo con una sensibilidad, llamémosle, de izquierdas. Cualquier película es una manifestación política, en unos casos quedando al servicio del poder dominante y en otros plantando cara al mismo.

Entonces, según usted, lo que ha cambiado en el cine italiano respecto a cuándo comenzó a dirigir ¿son las servidumbres respecto al poder?

Sí, por eso te decía que hablar de «cine político» hoy en día no tiene mucho sentido, pero eso no es algo que afecte únicamente a Italia sino que tiene un alcance global. Lo que ocurre que el cine italiano de los años 60 y 70 estaba muy influido por el debate político incluso en sus formas de representación más populares. Pensemos por ejemplo en lo que se dio en llamar Commedia all'italiana, se trataba de películas críticas con el poder, que entonces detentaba la democracia cristiana. En los filmes de Risi, Germi o Monicelli había un empeño por reflejar la realidad social del momento, la sátira tenía un sentido propio, estaba sostenida por un punto de vista... Poco a poco el humor se fue vaciando de discurso y las comedias se volvieron «amables» potenciando un humorismo de corto alcance, basado en el chiste y en la gracia inmediata, pero sin recorrido ni profundidad.

Hablando un poco de esas derivas del cine italiano como reflejo del devenir social del país, Mario Monicelli, a quien usted acaba de citar, comentó en una ocasión que el punto de inflexión que marcó el fin de la inocencia para muchos fue la muerte de Aldo Moro por las Brigadas Rojas ¿lo cree usted también así?

No sé. No creo estar autorizado para responderte. Es una pregunta que mejor que yo te la podría contestar un historiador o un sociólogo, yo soy un simple cineasta...

Pero usted hizo una película sobre aquél suceso, «Buenos días, noche» (2003) y me imagino que la haría motivado por una inquietud, un interés...

Bueno, qué duda cabe que aquél hecho marcó el inicio de la decadencia del modelo político del que Italia se había dotado desde la II Guerra Mundial. Los dos grandes partidos del momento, tanto la Democracia Cristiana como el PCI, quedaron muy tocados y, efectivamente, visto hoy, aquel suceso puede que marcase un punto de inflexión no solo en la Historia política italiana sino en el propio devenir social. Pero, en todo caso, mi película «Buenos días, noche» omite cualquier juicio a posteriori, me interesaba la intimidad, las razones de esos personajes, no la trascendencia del hecho en sí.

Hablemos entonces de la evolución del cine italiano no de acuerdo a su alcance sociológico sino desde el punto de vista de la producción... Porque parece un hecho que la industria cinematográfica de su país, desde aquellos años en los que usted empezó a dirigir, ha perdido presencia, influencia, proyección internacional...

Sí, pero es que la televisión cambió las reglas del juego. Antes el cine era una industria capaz de sobrevivir por sí misma, de ahí que el número de películas producido fuera tan elevado, había un recorrido natural: producción, distribución y exhibición, pensado para la explotación del producto en las salas. Desde finales de los 70, la televisión comienza a adquirir películas para su emisión y con el paso de los años incluso a participar en su producción. Comienza así a hacerse un tipo de cine de consumo interno pensado para una audiencia generalista. Supongo que este factor también cuenta a la hora de explicar cómo hemos avanzado hacia un cine frágil en discurso, tal y como comentábamos antes. En cualquier caso, hablar de estas cosas me supera. Por ejemplo te admito que el nivel de penetración del cine italiano en el mercado internacional es menor que en aquellos años, pero no manejo cifras concretas ni estadísticas para reflexionar sobre esa pérdida de influencia a la que aludes.

Antes hemos hablado del prestigio alcanzado por el cine italiano en géneros como la comedia o el cine político pero es que en aquellos años se hacía de todo: giallo, westerns, péplums, cine de autor...

Cierto, pero con los condicionantes económicos que encuentras hoy a nivel de producción ¿quién se aventura a levantar un western o un péplum? Actualmente no hay medios para embarcarse en este tipo de películas, sin contar con que los públicos también han cambiado tanto en formación, como en edad, cultura, etc... y no solo los públicos, también los formatos, la mecánica de rodaje... En definitiva: no se puede comparar el cine de hoy en día con el que se hacía en los años 60 y 70.

Serán épocas incomparables, pero no deja de ser curioso que ahora mismo haya toda una corriente que reclama la necesidad de avanzar hacia un cine de guerrilla, autofinanciado y directo, un régimen de producción similar al que posibilitó el rodaje de su ópera prima «Las manos en los bolsillos» (1965).

Sí pero lo que entonces era una excepción hoy es norma. En aquél momento levantar una película como aquella, en régimen de autofinanciación, constituía por sí mismo una anomalía puesto que hacer cine era muy caro y lanzarse a hacerlo en esas condiciones tenía algo de kamikaze, pocos se aventuraban, de hecho la prueba está en que películas como «Las manos en los bolsillos» hay muy pocas. Hoy se han abaratado los costes de producción gracias, en parte, a las nuevas tecnologías y eso posibilita que cualquiera pueda arriesgarse a hacer una película con bastante menos dinero.