Amparo LASHERAS
Periodista
AZKEN PUNTUA

Durango, el color de la desobediencia

Si un hombre sólo puede obedecer y no desobedecer, es un esclavo». Lo escribió Erich From, sicólogo social y filósofo del siglo XX, en un ensayo sobre la desobediencia. Un acto, el de desobedecer, que, según From, hace libre al ser humano, «aprendiendo a decir no al poder» y a «las autoridades que tratan de amordazar los pensamientos nuevos». «La libertad y la capacidad de desobediencia son inseparables», afirma en otra parte del ensayo, incluido en el libro, «Sobre la Desobediencia». Curiosamente, y a riesgo de que suene frívolo después de recordar a From, quisiera destacar que la edición publicada en 2011 es de color naranja; el color de la determinación, el entusiasmo y la creatividad, el mismo que mañana se paseará por la Azoka de Durango, en una acción de solidaridad con la campaña de desobediencia de los cuarenta jóvenes que están siendo juzgados en la Audiencia Nacional. Camiseta y antifaz naranja, un atuendo que nos convertirá a todos en desobedientes activos mientras paseamos, compramos libros o comemos un talo. Dice From que el acto de desobedecer necesita del «coraje» individual para decir no, pero también recuerda que para que la desobediencia alcance una «significación social» es necesario que la idea se «encarne en un grupo». Pasando de la teoría a la práctica, diremos que el «coraje» corresponde a los cuatro jóvenes que decidieron no acudir al juicio y a sus treinta y seis compañeros que lo utilizaron para denunciar las torturas sufridas. Lograr la «significación social» de esa acción depende de la participación y la complicidad desobediente que mañana se acerque hasta las carpas de Durango para dejar claro, a quien corresponda, que zuek garelako, zuek gu zaretelako.