TXENTE REKONDO
ANALISTA INTERNACIONAL
ANÁLISIS | CRISIS EN UCRANIA

Los ucranianos, entre la UE y Rusia y en manos de los oligarcas

El autor analiza la situación de Ucrania, inmersa en una nueva crisis política agudizada tras la decisión del Gobierno de Viktor Yanukovich, que ayer se reunió con Vladimir Putin en Sochi para negociar su alianza estratégica, de no firmar un acuerdo de asociación con la UE.

El acuerdo ofrecido por la UE no es el camino de rosas que algunos medios occidentales quieren hacernos creer, más bien es el resultado de una oferta que prima los intereses económicos y geopolíticos de los miembros del «club europeo», y si no que se lo pregunten a, entre otros, los dirigentes polacos, deseosos de hacerse con el mercado ucraniano.

Con un discurso envuelto en declaraciones sobre derechos humanos y democracia, los dirigentes de la UE buscan incorporar a los oligarcas ucranianos a su ámbito de influencia, y al mismo tiempo debilitar las actuales relaciones de Kiev con Moscú, siguiendo el axioma de que «cualquier pérdida para Rusia es algo deseable para nuestros intereses».

Se intenta además hacer una lectura interesada de los deseos de la población ucraniana (vía encuestas, claro, no a través de las urnas), y se nos dice que la mayoría de la población quiere integrarse en la UE. Aunque es cierto que las encuestas, que no las urnas, señalaban en octubre una ventaja de diez puntos de los partidarios de esa fórmula, los últimos sondeos apuntan a un empate técnico.

Finalmente, está la trampa dialéctica: la UE no está ofreciendo una integración a Ucrania, lo que le oferta es una tratado de asociación y libre comer- cio (como ha ofrecido a países como Chile, Sudáfrica o Egipto, que difícilmente ingresarán en la UE), lo que obligaría al país a cumplir medidas destinadas a llenar las arcas de Bruselas, y vista la situación que a día de hoy exhiben muchos estados de la UE, es inegnuo pensar en que esta aportaría una política económica que beneficiase a la población local.

Rusia ha logrado una victoria parcial. Desde Moscú no se ha ocultado la preocupación por el citado tratado citado. Ya en agosto, los dirigentes rusos impusieron severas medidas fronterizas que perjudicaron seriamente a la economía de Ucra- nia. Siguiendo la máxima de «o con nosotros o con ellos», Moscú no duda en cambiar sus condiciones económicas (precio del petróleo o el gas, flexibilidad fronetriza...) al tiempo que reafirma su postura de que un acuerdo aduanero con Rusia es la mejor opción para ambos estados (no hay que olvidar que el mercado ruso sigue siendo el destinatario de buena parte de los productos ucranianos), y asegura creer que si logra mejorar la economía ucraniana pueden decrecer los sentimientos que en su contra siguen presentes en amplios sectores del país.

Hay al menos otros dos factores a tener en cuenta a la hora de interpretar la política rusa. Por un lado, el temor a que la OTAN y sus aliados en la UE continúen con su política de estrangulamiento geográfico hacia Rusia, en un momento en el que el país está recuperando su posición en la esfera internacional. Por otro, no hay que olvidar que en ambos países hay mucha gente que sigue pensando que los dos pueblos son parte de una misma nación o como afirman otros, «dos naciones hermanas».

Ucrania mientras tanto, sigue presa de de una oligarquía que tampoco duda en anteponer sus propios intereses. Una clase política y económica que desde su reciente independencia ha antepuesto sus beneficios a cualquier otra cuestión y ha ido alternando en el Gobierno candi- datos «proeuropeístas» (como si Ucrania no estuviera en Europa) y «prorrusos». Pero más allá de esas diferencias, que también se plasman en la sociedad ucraniana de manera geográfica o generacional, lo cierto es que unos y otros son capaces de maniobrar y buscar alianzas que para muchos serían impensables.

La corrupción, el oscurantismo, y el camaleonismo político son algunas de las características de unos y de otros. Hay quien señala que «la situación se asemeja a la etapa de Yeltsin en Rusia, un régimen que con el apoyo occidental dejo todo en manos de los oligarcas al tiempo que se desmontaba el Estado ruso», y añade irónicamente que «la diferencia es que por desgracia en nuestro país no hemos encontrado una figura como Putin».

A día de hoy no se vislumbra en el horizonte ucraniano una figura capaz de anteponer los intereses del país a los de la UE, Rusia o la oligarquía local. Obviamente, de surgir esa persona, podría poner fin al mandato oligarca actual, a las pretensiones neocoloniales de Bruselas y sus aliados, y afrontar con Rusia unas relaciones beneficiosas para el pueblo ucraniano, bien en una futura Unión Euroasiática o en otra fórmula.

El Gobierno ucraniano ha dejado claro que de momento, y tal vez a la espera de una mejor oferta, lo que desea es dinero, no discursos sobre derechos humanos o democracia, y si la UE no está dispuesta a aportar esas cantidades, buscará otros socios, vía Moscú o vía Beijing.

La oposición, por su parte, se encuentra dividida, con importantes sectores de extrema derecha condicionando las protestas, y huérfana de líderes ajenos a la oligarquía local. Al mismo tiempo, cada vez es más evidente que la dependencia de muchos sectores opositores hacia los fondos y ayudas occidentales condiciona su credibilidad.

Un ejemplo lo tenemos en las informaciones que acusaban a supuestos provocadores del Gobierno (los llamados titushki) de incitar a los enfrentamientos con la Policía, cuando observadores de todas las tendencias han apuntado a la presencia organizada de los citados grupos de extrema derecha. O cuando algunos resaltan la figura de Yulia Tymoshenko (encarcelada por corrupción, entre otros cargos) como la esperanza de Occidente. Un personaje «simpático» para esos medios, que pertenece a la oligarquía local, y que, como señalaba un joven blogero ucraniano, podía ser la Berlusconi local.

El cambio de opinión de última hora del presidente Yanukovich ha supuesto una victoria relativa para su Gobierno y para Rusia, aunque todavía es pronto para anticipar un escenario sobre el que planean muchas dudas. En primer lugar, la capacidad de la oposición de mantener el pulso o de lograr finalmente el cambio de Gobierno o de régimen que persigue. En segundo lugar, el propio presidente puede cambiar nuevamente de opinión, ya que no hay que olvidar los intereses que mueven a esas clases oligarcas. En tercer lugar, habrá que observar la reacción de Occidente, que seguramente seguirá con su apoyo mediático y económico a los diferentes sectores de la oposición para lograr instalar en el país un régimen acorde a sus intereses. Y, finalmente, cabe la posibilidad de que la situación degenere en enfrentamientos violentos cuyo desenlace es muy difícil de predecir, pero que tiene antecedentes muy peligrosos en otros estados del antiguo espacio soviético.

Lo que está claro es que si no se pone fin al dominio oligárquico, difícilmente el pueblo ucraniano podrá aspirar a una situación en la que sus condiciones mejoren sustancialmente o a un futuro mejor. Y tampoco se pueden esperar grandes oportunidades de cambio de la oposición, que a pesar de alzar las banderas de «la revolución» o del «acceso a la UE», ni pretende una transformación revolucionaria ni puede lograr el acceso al «club europeo de Bruselas», tal y como este ha reconocido.