Jon Odriozola
Periodista
JO PUNTUA

Kennedy no existió

Entonces hablaríamos de un Kennedy real. El muerto es ficción, cosa de aniversarios y especulaciones para entretener

Me veo a mí mismo, con ocho años, jugando en el suelo de la cocina con figuras de goma de indios y vaqueros, y veo, también, a mi madre, haciendo punto, escuchando la radio (no había tele) cuando, sobresaltada, se le mudó el rostro. ¿Qué pasa, mamá?, pregunté. Nada, han matado a una persona muy importante, contestó. Era Kennedy, en 1963. Le dije a mi madre: «ha sido la ETA esa». Y mi madre: «calla, tarado, y sigue jugando, qué cruz».

Esta semibroma -la primera parte es cierta- pasaría por verosímil en los colegios estadounidenses donde se sigue enseñando a los niños que Lee Harvey Oswald fue el único asesino del presidente Kennedy. Es decir, no hubo un plan (conspiranoico), sino una acción aislada de un «lobo solitario»: Oswald. Así concluyó la Comisión Warren (CW), un año después, para zanjar el asunto de cara a la opinión pública, incluida la delirante «bala mágica».

Ha habido mucha brasa estos días sobre la muerte de Kennedy, pero no he visto lo que decía el fiscal Jim Garrison cuando reabrió el caso a mediados de los sesenta nada convencido de las conclusiones de la CW. Garrison, en 1969, a preguntas del periodista Thomas G.Buchanan, después de sortear vigilancias y pinchazos a Garrison, en cuyo libro se basó Oliver Stone para realizar su film -en clave de trhiller- -JFK-, decía estas cosas, muy resumidas por razones de espacio.

¿Quién mató al presidente Kennedy?, le pregunta a bocajarro Buchanan.Contesta Garrison: «el presidente Kennedy fue víctima de un golpe de Estado. La CIA fue la encargada de los preparativos del asesinato y de su camuflaje culpándose a un joven demente (sic) de quien se dijo que había actuado aisladamente en aquella acción. El objetivo era -continúa- el de derribar a un hombre que estaba tratando de terminar con la guerra fría y que había reducido con ello el poder económico y político de la industria del armamento en los EEUU: el complejo militar-industrial, ya anunciado por Eisenhower. Por otra parte, a partir del desastre de Bahía de Cochinos, en Cuba, Kennedy se mostró -dice Garrison- cada vez más y más desilusionado con los militares. Las diferencias crecieron aún más con motivo de la crisis de los misiles soviéticos en Cuba en 1962. Kennedy se negó a hacer caso a los «halcones» que querían bombardear Cuba inmediatamente. También quería retirar tropas del Vietnam, el colmo, debieron pensar los partidarios del «big stick» (nota mía). Fue por esto que lo eliminaron -concluye Garrison- en una emboscada en la Dealy Plaza de Dallas. La CIA convirtió a Oswald en un chivo expiatorio. Oswald no mató a nadie aquel día».

Me pregunto -contrafactualmente- qué hubiera pasado aque día en Dallas si se pone a llover y hubiera habido que bajar el toldo de la, entonces, descapotable limusina de Kennedy sin permitir la visión a los dos killers que hubo escondidos en un seto. Entonces hablaríamos de un Kennedy real. El muerto es ficción, cosa de aniversarios y especulaciones para entretener.