Antonio Álvarez-Solís
Periodista
AZKEN PUNTUA

¡Oh, Fátima!

La ministra de Empleo del Gobierno de Madrid, Fátima Báñez, ha anunciado una imaginativa reforma de las pensiones a fin de hacerlas sostenibles. La cuantía mensual de las pensiones ya no dependerá del IPC, sino de la esperanza de vida del pensionista, que unos expertos establecerán cada cinco años. Es decir, serán unas pensiones más bajas que las presentes porque la existencia del pensionista será mucho más larga. Algo así como si al canario se le rebajara el alpiste para que el pájaro siga cantando durante una existencia más dilatada.

En términos de cálculo hacendístico, la medida parece perfecta, pero es innegable que nace con un déficit democrático muy importante: no se ha consultado a los pensionistas si quieren vivir más comiendo poco o prefieren morir antes, pero mejor alimentados. Yo soy partidario de la segunda alternativa.

Creo que esta debilidad democrática de la nueva norma ha sido percibida por la ministra, ya que se ha apresurado a decir que al fin los jubilados recibirán la misma cantidad total que recibían hasta ahora si se suma todo lo que les entregarán durante una existencia más amplia. Es decir, que si el pensionista tiene menos dinero para comer hoy, comerá lo mismo al sumar todo lo que engulla durante los años de más que va a vivir.

Esta situación me ha recordado la frase de un amigo de mi abuelo Luis Close que le dijo a su cocinera, apenada porque su marido había emigrado a Argentina y regresó al cabo de un año con un solo duro en el bolsillo. «Pues mira, Angustias -le dijo el amigo de mi abuelo-, el problema es que a tu hombre le faltó paciencia, porque si llega a aguantar en Argentina diez mil años hubiera vuelto con diez mil duros».