Antonio Alvarez-Solís
GAURKOA

Entre Wall Street y el Pentágono

Una frase de Barack Obama, en la que aseguraba que su país «estará junto a la comunidad internacional» para que una intervención militar en Ucrania tenga un precio, es el punto de partida del artículo del veterano periodista, que pone en evidencia el artificio lingüístico de quien en realidad dice, «imperativamente», que la comunidad internacional estará junto a Estados Unidos para materializar sus intenciones.

Me ha durado poco la escasa esperanza que puse en él. El marido de Michelle Obama ha ido dejando sus escasos pelos liberales en la gatera militarizada que son los Estados Unidos de América. De su mandato quedarán sólo unas intenciones agónicas y dos perros antiasmáticos. Es triste, pero esto demuestra que la guerra de secesión solamente liberó a los negros para poblar la infantería.

Hace unos días el presidente Obama pronunció una ambigua frase únicamente útil para el compás confuso de los embajadores: «Estados Unidos estará junto a la comunidad internacional para asegurarse de que cualquier intervención militar en Ucrania tenga un precio». La frase constituye un pobre intento de ocultación de la impresentable prepotencia: «Estados Unidos estará junto a la comunidad internacional...». Es decir, la comunidad internacional es la protagonista de la dura advertencia y el Sr. Obama no hace otra cosa que obedecer democráticamente a la comunidad internacional. El embrollo resulta caso infantil. Una adecuada ordenación de las palabras para comunicar la citada amenaza a Moscú daría este resultado: «La comunidad internacional estará junto a Estados Unidos...». Imperativamente. Hay, sí, una cierta voluntad de inútil elegancia en el modo con que el Sr. Obama trata de ocultar, mediante estos pequeños artificios del lenguaje, las verdaderas intenciones que le obligan a protagonizar los poderes de su país o que le mueven personalmente como fruto de su verdadera personalidad. Pero, sea como sea, se trata de artificios para comunicarse con una sociedad abatida, mas no para confundir en su intimidad a los viejos europeos. La anciana Europa, que ha vendido su primogenitura por un plato de lentejas, sabe perfectamente lo que se oculta en el añadido: «La intervención militar en Ucrania (tiene) un precio». El Sr. Obama dice exactamente que el precio de la respuesta será elevado. E implica en su tantas veces humillada posición a la fatigada comunidad internacional, fatigadamente uncida al carro del vencedor.

El Sr. Obama sabe perfectamente que la orden para que la comunidad internacional se alinee con Estados Unidos, es decir, los seis o siete grandes países que la forman, no tiene otro desarrollo que el de la obediencia. En primera línea de la movilización ante la llamada del Sr. Obama están los estamentos financieros y esos estamentos están estabulados en la granja de Wall Street sea cual sea su radicación geográfica Se podría decir más bien que el presidente de los EEUU está siempre a disposición de esos poderes que laten con un corazón judío. En segunda línea para movilizarse ante el formalismo de la llamada presidencial figura el poder militar del resabiado a la par que sometido Occidente, comandado directamente por el Pentágono, que navega en aguas más profundas del sistema que el poder emérito de la Casa Blanca. Como prueba de mi afirmación, figura el añadido del Pentágono a la frase del presidente cuando avisó a Moscú para que «no se pasase de la raya». El Pentágono corrigió al presidente con un rotundo y descarado «ya lo han hecho».

En esta ocasión, y porque el asunto es de mucha mayor importancia, el Sr. Obama envuelve su lenguaje en paños calientes. El presidente americano sabe que Moscú no transigirá tan fácilmente en el caso de Ucrania como lo hizo ante la agresión de Washington a los países árabes, donde la comunidad internacional acudió también al pesebre en que dejó restos sabrosos el imperio tras quedarse con lo mejor de la caza. En la presente ocasión, Rusia sabe que Estados Unidos tratará de avanzar su vanguardia de control hasta el mismo solar ruso. Por otra parte, Washington procura acercarse cada vez más, mediante una Ucrania destinada a la finca europea, a las antiguas repúblicas del sur soviético a fin de encadenarlas directamente. Ante este panorama, Moscú muestra las uñas porque sabe que está en juego su supervivencia, ya que necesita tiempo para culminar su rearme a fin de restaurar su aparato militar como gran potencia.

Se está llegando a un límite peligroso de presión por parte de Washington? La cuestión más importante está en averiguar hasta dónde Rusia podrá soportar el acoso norteamericano, con un presidente en pérdida de potencia política. Es más, ¿qué hará China, la gran nación a abatir seguidamente mediante las armas, ya que la asfixia económica no parece practicable sobre Pekín por la comunidad internacional, como miente el Sr. Obama? China tiene en sus manos nada menos que la supervivencia del dólar, es decir la caja fuerte de Occidente. Con China es Washington el que juega en desventaja.

Y en todo este juego, ¿qué medios de acción le quedan en las manos al Sr. Obama, un presidente al que ya no respetan ni Wall Street ni el Pentágono, el poderoso estado sin número de Norteamérica? En el lenguaje de mi querido e inolvidable amigo José Luis Sampedro, el presidente estadounidense ha caído de pleno en el río que nos lleva.

Esta es una hora para grandes y fuertes políticos, pero esos políticos no existen. Es más, las cabezas de la inmensa mayoría de los políticos han sido jibarizadas en el horno que está cociendo al mismo Occidente que ha aceptado su propio suicidio. Las masas que, como tales, podían haber recuperado el alma occidental han sido prostituidas mediante una cultura de sonajas y cristales de colores. Como escribe Antonio Gramsci, «en el sentido común -que era el sentido de las masas- predominan los elementos `realistas', materialistas, es decir, el producto inmediato de las sensaciones elementales». Se necesita un verdadero liderazgo popular a cargo de vanguardias que piensen en el día después. No se ha de negar que las protestas crecen en volumen e intensidad, pero hay que agavillar todas esas espigas. Mientras no se haga así, permaneceremos entre Wall Street y el Pentágono, como el Sr. Obama, que llegó sin teoría al poder y se irá de él evanescente y vencido.

Creo, además, acerca de la cuestión planteada, que el Sr. Obama cabalga arriesgadamente sobre un tigre de papel, como dice un antiguo proverbio chino. Los dirigentes de la globalización dudan que su mundo aguante otra guerra mundial en un planeta en el que tras las líneas del frente operan fuerzas enemigas. La guerra se puede diseñar hoy como un múltiple en que las figuras se abrazan de forma tumultuosa. Las alianzas ya no entrañan tan clara ventaja como antes. Los aliados se han vuelto poco fiables y operan muy inestablemente. Muchos de los llamados aliados tascan un bocado que reprime sus verdaderos intereses o hiere sus sentimientos nacionales y sociales. Por otra parte, las potentísimas armas con que unos y otros cuentan no son decisivas en un conflicto caracterizado muchas veces por la atomización de las fuerzas combatientes. Son armas masivas, pero no selectivas. Esto lo sabe perfectamente el Pentágono, pero el gran centro bélico del imperio está dedicado al cuidado de riquezas muy concretas. Unas riquezas sobre las que la Casa Blanca ha perdido todo dominio.

Siempre pensé que los negros incrustados en el Gobierno estadounidense son negros que tienen el alma blanca. Y es complicado que el color del alma y el color de la piel no coincidan en el mismo ser. En el poder americano no ha habido jamás una silla para seres como Martin Luther King. Wall Street está construido con una piel blanca y el mundo de hoy es ya complicadamente mestizo interior y exteriormente.