MIKEL INSAUSTI
CRíTICA: «Dog Pound»

Brutalidad sistemática en un correccional de menores

Allí donde no llega la distribución cinematográfica, el visionado on line está más que justificado para no perderse pequeñas películas muy recomendables. Kim Chapiron ganó en el Festival de Tribeca el Premio al Mejor Director Novel por «Dog Pound», que es su segundo largometraje. Antes había realizado «Sheitan», título que le inscribió dentro de la hornada de jóvenes realizadores del mercado francófono especializados en cine de terror. El cambio le ha venido bien, porque la violencia visual resulta más pertinente dentro del cerrado y opresivo ámbito penitenciario.

«Dog Pound» es un sobrecogedor drama carcelario que se mueve entre el documentalismo y la serie B de género, un segundo aspecto éste en el que recuerda a las producciones de Roger Corman, si bien la inspiración argumental proviene directamente del clásico inglés de finales de los 70 «Scum», obra de Alan Clarke.

Chapiron no ha necesitado inventar nada nuevo para resultar más impactante que cualquiera de los colegas que le precedieron a la hora de reflejar la brutalidad en un correccional de menores. Y lo consigue gracias a un trabajo de casting impresionante, que le ha llevado a descubrir unos intérpretes adolescentes con unos rostros durísimos, cuyo aspecto intimidatorio se extiende a los figurantes, pues los internos del penal de Montana donde rodaron se ofrecieron voluntarios para salir en la película.

El protagónico Adam Butcher es el que mejor expresa la rabia de sentirse como un animal enjaulado, peleando a muerte por sobrevivir en un entorno inhumano que sólo promueve el castigo, y en ningún caso la redención de penas. Este chico tan peligroso para los demás y para sí mismo apenas tiene 17 años, mientras que sus dos compañeros más cercanos 15 y 16.

Las escenas brutales se suceden a un ritmo constante que va a más, sin conceder tregua al espectador, hasta culminar con una auténtica batalla campal. A una huelga de hambre le sucede un motín, abortado sin compasión por los antidisturbios. Pero el plano final de la puerta que se cierra es lo que más duele.