Antonio Alvarez-Solís
Periodista
GAURKOA

Las frases deshabitadas

«La comunidad internacional rechaza el referéndum de Crimea», otra frase deshabitada de toda moral y únicamente concebida para una menospreciante exhibición de poder, utilizada por el PP para proyectar la imagen de «toda Europa en auxilio de España» al indicar que esa comunidad internacional garantiza su unidad e integridad. Frases que funcionan como la «zambomba», que omiten interesadamente cuestiones básicas como puede ser la diferenciación entre nación y estado.

Ruido, son puro ruido. Son frases que entorpecen la reflexión de quien las recibe abocándole a una aceptación por obra de la sorpresa o por deslumbramiento ante quien las pronuncia. Son frases reversibles que, sin modificar ni uno sólo de sus términos, pueden usarse a favor o en contra de lo que se expone. Suelen ser frases pronunciadas por un necio para atraer a un idiota. Por ejemplo: «La comunidad internacional rechaza el referéndum en Crimea». La capacidad de análisis de cualquier simple queda deslumbrada por el peso que tiene la mención de la «comunidad internacional». Referirse a la «comunidad internacional» es como aludir y comprometer a todo el mundo y no solo a la Unión Europea -con sus variantes posicionales- y a Estados Unidos con sus anillados seguidores. La comunidad internacional es ciertamente mucho más amplia que la compuesta por los adversarios de la política rusa en la península crimea (el gentilicio es espantoso, pero al parecer no hay otro).

Es decir, estamos en otra audaz y menospreciante exhibición de poder por parte de Washington, que es donde brotó en esta ocasión la frase que analizamos. Fue el presidente Obama quien puso sobre la mesa la afirmación de referencia, manifestando con ello el fondo inmoderado de su política exterior, con la que, sea dicho de paso, trata de recuperar una adhesión popular que ha perdido con su política interior ¿Porque qué élites van a respaldar a un presidente que no sabe embaucar a las masas?

Estamos, pues, ante otra frase deshabitada de toda moral y únicamente concebida para envolver en una ética de regalo la nueva intemperancia occidental. Ya el mismo presidente Obama se había escurrido por el árido cesarismo americano cuando, a propósito de la guerra civil de Siria, dijo muy rotundamente que la intervención de Washington en dicho aberrante conflicto se debía a que Norteamérica era «una nación indispensable» para restaurar el orden en cualquier país asolado por la sangre, a lo que cabe añadir que se trata de países habitual y previamente desordenados por los servicios secretos norteamericanos.

Vivir en un mundo en el que un dirigente puede decir estas cosas resulta trágico, esta vez sí, para la comunidad internacional. Ellos son indispensables. Nosotros somos prescindibles. O adjetivos. O circunstanciales. Es decir, la comunidad internacional es una corte de ángeles caídos que se mueven en brazos de un dios providente. Desde que eligieron al Sr. Obama, me vengo preguntando por lo que acabarían haciendo con él sus compatriotas si no aceptaba pronto un alma blanca y puritana, un alma «indispensable».

Los políticos occidentales se han entregado a la decoración de su entorno con materiales low cost. Su retórica es la escayola con que revisten un escenario del que se ha eliminado el fondo. Las frases sin otra trascendencia que producir un ruido colosal se multiplican en un ámbito político en que todo está decidido por reglas de una simplicidad destructora de la inteligencia. Ahora mismo la gran productora de frases de serial, la Sra. Cospedal, ha vuelto a abrir su maletín de juguetes verbales ante los encandilados manchegos. Ha dicho que «mientras gobierne el Partido Popular están garantizadas la unidad y la integridad de España». Que yo sepa nadie amenaza esa unidad y esa integridad. Ni los vascos ni los catalanes. Los vascos y los catalanes únicamente aspiran a que se respeten su unidad y su integridad nacional. No se inmiscuyen en el interior de España. Pues bien, usando más discretamente la fuerza que entraña citar a la «comunidad internacional» como protección de Ucrania frente a Rusia -no olvidemos que el discurso era en la Mancha-, la Sra. Cospedal ha reducido modestamente su afirmación al apoyo que proporcionará la «comunidad europea» a una España unida y en orden. Si votamos al PP para el Parlamento europeo, ha venido a decir la Sra. Cospedal, el PP garantiza una Europa «fuerte, integradora y cohesionada» y, por consiguiente, esa Europa fuerte, integradora y cohesionada «garantizará la unidad e integridad de España». O sea, toda Europa en auxilio de toda España. El periodista que redactó la crónica escribe que los manchegos asistentes a la reunión aplaudieron con intensidad a la Sra. Cospedal, que decidió lanzarse a las frases que funcionan como la zambomba, a fuerza de agitar el palo calentado con saliva en el vacío interior del curioso y tradicional instrumento.

O sea, que Ucrania es una porque así lo reconoce la «comunidad internacional» y España es una porque lo exige la «comunidad europea». Ante ese panorama, ni los rusos de Crimea pueden decidir su propia vida política ni los catalanes y vascos pueden sentirse como tales. En este último caso, la Sra. Cospedal construye otra frase de zambomba: «No vamos a consentir que a ningún catalán le quite nadie el derecho de ser español». Esto último ya es más complicado, ya que presupone que el Sr. Mas va a impedir que un catalán hispánico viva en Catalunya, lo que no es, ni mucho menos, cierto.

E l problema en ambos casos, Ucrania y España, es que con todo este enredo verbal Kiev y Madrid siguen esquivando la cuestión de diferenciar nación y estado, cuando la nación es un ente de valor superior a lo jurídico por tratarse de una profunda expresión cultural que ha producido la evolución e identificación de un pueblo y el Estado es una convención jurídica sin más objetivo que facilitar la gobernación de un espacio social que aparece y puede desaparecer también en la historia como consecuencia de relaciones de poder. Quizá para expresar con rigor académico lo que digo sea bueno leer este párrafo de dos grandes evolucionistas, Esther y William Menaker: «La cultura es la expresión del proceso adaptativo en relación a tres distintos aspectos del medio ambiente, el físico, el social y el psicológico... Pero tiene una especial importancia notar que los aspectos psicológicos de una cultura están influidos por esa cultura y, a su vez, influyen en el desenvolvimiento de la misma. Así pues, hay una continua oscilación entre el medio ambiente, que constituye la forma cultural externa, y el medio ambiente psicológico interno, el cual es análogo a los procesos adaptativos que operan en el mundo orgánico entre el organismo vivo y su medio-ambiente externo». Es decir, que con estas afirmaciones en la mano parece fácil entender por qué catalanes y vascos -añadiendo idioma y otros factores de peso- no pueden considerarse españoles. Supongo que el debate posible en torno a lo que reproduzco de Esther y William Menaker no lo cohibirá la Sra. Cospedal con cuatro simplezas añadidas, eso sí, al envío de la Guardia Civil y otros medios resolutivos. Se trata simplemente de aplicar la herramienta intelectual a fin de evitar la multiplicación de frases que tienen el mismo efecto devastador para el funcionamiento cerebral que pueden tener los tambores de Calanda.

Es curioso comprobar cómo las grandes frases hueras pueden servir para enfrentar problemas aparecidos en lugares geográfica y socialmente alejados entre sí. Dicen los matemáticos que cuando un problema invita a varias soluciones, siempre se ha de trabajar sobre la más sencilla. Supongo que la más sencilla para resolver este problema entre estado y nación consiste en reconocer el rico hecho cultural que mueve el día a día de cada pueblo. Yo no soy vasco, pero me parece que lo más simple es que pueda convivir con su libertad. En cuanto a Catalunya, tengo allí plantado un árbol que posee ya pródigas ramas. Salutem pluriman.