Fede de los Ríos
JO PUNTUA

La identidad «nabarro-vallisoletana»

Si los navarros queremos construir nuestra realidad, a partir de ahora deberemos acudir a las procesiones de Valladolid para empaparnos de identidad.

La lehendakari de los navarros, Yolanda Barcina, el pasado viernes realizó un llamamiento a la protección y conservación de «todo aquello que nos une» que identificó con las «raíces de un pueblo» como la Procesión General de Valladolid. Lo hizo en compañía de Francisco Javier León de la Riva (hay quien le apoda «de la Riba España»), alcalde de la muy noble, leal, heroica, laureada Valladolid, anterior capital del Imperio español. Un hombre, el alcalde, al que «los morritos» de Leire Pajín le ponían verraco. El durante años ginecólogo de Ana Botella calla, sin embargo, en lo referente a la visión del parrús de la que fuera primera dama española, señora de José María Aznar, héroe de las Azores y reconquistador de Perejil.

O sea, que al concepto identitario de pueblo, la acepción maríaostizana (otra que tal baila) de un pueblo es un pueblo, es abrir una ventana en la mañana y respirar... se queda un poquito coja sin la asunción de la procesión de Valladolid. No debe andar desencaminada Yolanda y sirva la experiencia de un humilde servidor de ustedes, lectores y lectoras con criterio, pues no son pocas las procesiones que este navarro pecador ha presenciado y, si bien unas le asombraron más que otras, hasta ahora en todas ellas se sintió extraño.

En la bella ciudad de Granada acudí durante tres días al festejo de pasear los «pasos» por sus calles. El primer día el paseo del paso corrió a cargo de policías nacionales, el segundo fueron guardiaciviles los porteadores y la apoteosis del tercer día la dieron los marciales legionarios dirigidos por una cabra. A pesar de poner todo el interés antropológico que pude me sentí un tanto ajeno de los vítores hacia los porteadores. No cabe duda de que todos eran sobremanera varoniles, en especial los hijos de Millán-Astray, mentón erguido, arremangada y abierta camisa mostrando tatuajes y poblado pelo en pecho. Pero a mí aquello lejos de erizarme el vello, me producía una rara mezcla entre repelús y risa.

La procesión de Zamora (tan cercana a Valladolid) absolutamente silente, sin negar un posible morbo ante tanta figura azotada y vilipendiada para los que gustan del sado, me produjo inquietud en un principio y aburrimiento al final.

La de Las Cortes de Bilbo, a la que asistí con ciertas expectativas almodovarianas, no las satisfizo lo esperado. Lo de las putas cantando saetas tuvo un pase, pero la peluca de pelo natural del Cristo le daba un aspecto de animal disecado que daba al traste con el posible éxtasis de la visión del religioso puterío.

Y la de Iruñea. Que ya desde pequeño, asomado al balcón de casa para contemplar la procesión, la visión de aquellos romanos con falda corta y sandalias con calcetines (incluso alguno con gafas) que acompañaban a alguno de los pasos, producían en mí tal desazón que, aún a día de hoy, me resulta imposible atribuirlos a razones de carácter místico-religioso o patriótico-identitario.

Así pues, si los navarros queremos construir nuestra identidad, a partir de ahora deberemos acudir a las procesiones de Valladolid para empaparnos de identidad.