Jesus Valencia
Educador social
JO PUNTUA

De tumbo en tumbo

Quienes auparon al PSOE creyeron que los obreros llevarían el timón de la recién instaurada democracia; siguieron estos en la sala de calderas y en la cabina de mando continuó el capital

El 25 de mayo, día de las elecciones al Parlamento Europeo, el PSOE se desplomó. Tras la polvareda provocada por el derrumbe, aparecían las carcomidas estructuras que habían sustentado el edificio. Tras el descomunal estruendo, comenzaron a escucharse las voces de los capitostes (¿anunciaban que se iban o era una de sus habituales artimañas?). También se escucharon otras voces bastante más claras y contundentes: las bases exigían a los jerifaltes que se largaran tras haber rendido cuentas de su desastrosa gestión. Enfado comprensible.

En estos tiempos indignados por la corrupción política, pocas derivas tan clamorosas como la del PSOE. En 1982, una mayoría del electorado le confirió el poder y depositó en él expectativas acumuladas durante años. Era la irrupción entusiasta de una España que aspiraba a ser nueva. Enterrado al Dictador, procedía sepultar la dictadura; eran gentes fascinadas por unos dirigentes que ya habían iniciado su errática deriva. Tras abandonar sus convicciones socialistas, se recubrieron con una engañosa pátina de progresía; a partir de ahí, los desencantos se sucedieron en cascada. Quienes auparon al PSOE creyeron que los obreros llevarían el timón de la recién instaurada democracia; siguieron estos en la sala de calderas y en la cabina de mando continuó el capital. Los dirigentes serían compañeros, pero actúan como «barones» (curiosa terminología que evidencia la degradación ideológica del partido). Sacarían a España de la OTAN y nos uncieron a ella con vínculos indisolubles. Restaurarían la memoria de los acuneteados y rara vez acuden a homenajearlos. Pedirían cuentas a los matones de 1936 y ha tenido que venir una jueza argentina a remover la losa del encubrimiento que también el PSOE contribuyó a fraguar. Republicanos de pacotilla, sostienen la monarquía que dicen repudiar y que instauró el Dictador. Sanearían las corruptelas de un régimen sucursalista y se enfangaron en niveles de corrupción difícilmente superables. Consolidarían el estado de derecho y se dedicaron a construir imputaciones contra sus adversarios políticos. Humanizarían las cárceles y las convirtieron en mazmorras donde se practica la dispersión vengativa.

¿Y ante el conflicto de las nacionalidades? Apoyarían el derecho a decidir y llevan 35 años defendiendo una Constitución concebida como cárcel de los pueblos. Continuó con ellos la tortura y promocionaron a los tortruradores. Iban a recorrer el camino de los Derechos Humanos y se adentraron en las cloacas de Lisboa o de Marsella en busca de mercenarios. Levantan sus manos señalando a otros la ruta de la ética y las tienen pringadas en cal viva; quienes crearon el GAL se presentan como defensores de la vida y de la ley.

Los resultados del 25 de mayo han sacudido los cimientos del partido. Gentes honradas que siguen creyendo en la validez del proyecto exigen la recuperación de las esencias y la desaparición de quienes las han traicionado. Que tengan suerte en la improba tarea que tienen delante. Solo una terapia de choque puede sanear a un partido afectado por pandemias tan mortíferas como el felipismo o la rubalcabiosis.