Agustin GOIKOETXEA
Análisis | Relevo en la diócesis de Gasteiz

La mayoría de la Iglesia vasca juega sus bazas en Roma

El futuro de la Iglesia vasca se va a perfilar en Roma, donde la mayoría de quienes la conforman juegan sus bazas ilusionados por los cambios introducidos por el Papa. Bergoglio quiere que los obispos se acerquen a la realidad que les rodea y eso, precisamente, no es lo que sucede en las diócesis vascas.

El neoconservadurismo que creció con Karol Wojtila y Joseph Ratzinger situó en Iruñea, Bilbo y Donostia a Francisco Pérez, Mario Iceta y José Ignacio Munilla, pero los tiempos han cambiado y la renuncia canónica de Miguel Asurmendi hoy, al cumplir 75 años, abre la puerta a nuevos cambios, no solo en Gasteiz. No es temerario decir que, en el medio plazo, puede que el relevo del salesiano navarro venga acompañado de otra decisión de transcendencia por parte de Roma, conseguir acabar con la situación caótica que vive la Iglesia guipuzcoana desde hace un lustro y que resulta difícil de soportar por mucho más tiempo.

No lograron que sus opiniones se oyeran hace siete años en la Santa Sede y los criterios de Rouco Varela se impusieron en los nombramientos de Iceta y Munilla. Ahora, es un secreto a voces que la mayoría de la Iglesia vasca, alejada cada vez más de sus prelados restauracionistas, busca el gesto de Roma, cuyos peones en el Estado son los arzobispos de Valladolid y Madrid, Ricardo Blázquez y Carlos Osoro, que ocupan presidencia y vicepresidencia de la Conferencia Episcopal Española (CEE), y un valor en alza como es el prelado de Logroño, Juan José Omella, al que su amigo Jorge Mario Bergoglio nombró miembro de la Congregación para los Obispos, la institución de la Curia vaticana donde se selecciona a los nuevos prelados antes de la aprobación papal. Omella también suena en muchos mentideros como el futuro arzobispo de Barcelona, sucediendo al cardenal Lluís Maria Martínez i Sistach.

Asurmendi pedirá hoy formalmente el relevo después de dos décadas en Gasteiz. «Su mandato dentro de la diócesis se ha guiado por un marco autoritario, conservador y continuista, con una pastoral de mantenimiento de lo heredado, sin innovaciones creativas para una realidad cambiante, sin afrontar el fondo de los problemas pastorales dentro de una limitada visión condicionada por el entorno directivo de la diócesis», valora el teólogo Félix Placer, quien añora el «desarrollo participativo» de la Iglesia por el que abogó el Concilio Vaticano II.

«Su forma de actuar, aunque aparentemente campechana y cercana en sus visitas pastorales, se ha guiado por un planteamiento donde eran sus puntos de vista los que contaban, con poco diálogo y falta de apertura a otras opiniones propuestas, sobre todo si provenían de grupos no encuadrados en el staff diocesano», explica el sacerdote, quien estima que la diócesis «no ha evolucionado al ritmo de los tiempos y sus demandas». Placer incide en que el prelado saliente ha obviado «asuntos de alta gravedad ética y pastoral como la denuncia de torturas, de las que se le presentaron amplios dossieres; la dispersión de presos, ante la que, a su entender, hay que seguir -subraya el integrante de la Coordinadora de Curas de Euskal Herria- la ley y exigir la petición de perdón; el problema político y necesidad de diálogo y negociación, el derecho de autodeterminación».

Un proyecto de Asurmendi que no ha cuajado es el del seminario y promover las vocaciones religiosas en una diócesis avejentada en sus sacerdotes, cuya media de edad ronda los 70 años. El fracaso ha sido evidente y hoy solo queda un seminarista. Otro significativo revés fue la frustrada Asamblea del Clero, promovida por sus miembros, que planteó con profundidad y largo trabajo los problemas diocesanos tanto entre sacerdotes y con el obispo, como en el campo pastoral, pero por presiones y obstáculos no se pudo celebrar tras una dilatada preparación, de 2004 a 2007, lo que dejó un poso de frustración, desaliento y desánimo.

Miguel Asurmendi congenió con José María Setién y Juan María Uriarte, suscribiendo los planteamientos expuestos en pastorales conjuntas respecto al conflicto político y sus consecuencias. Al llegar Pérez, Iceta y Munilla, se alejó de aquella línea comprometida, algo que se le ha achacado. Los prelados vascos han dejado de ser referentes en un momento clave, el del nuevo tiempo político abierto tras la decisión histórica de ETA, siendo los obispos eméritos y la comunidad diocesana quienes han recogido el testigo. En el caso de Donostia, su postura ha sido más próxima a la de un capellán castrense, una responsabilidad en la que no desentonaría José Ignacio Munilla. Su episcopado es difícil de mantener en el tiempo y en Roma lo saben. Hace pocos meses Omella visitó tierra vasca y conoció de primera mano la situación, al margen de las noticias que llegan desde Euskal Herria al Vaticano. «No se trata de un grupo de curas o fieles descontentos», precisan quienes relatan el panorama.

El sorprendente abandono en 2013 de Joseba González Zugadi como vicario general marcó un hito en la diócesis. El prelado sigue situando a personas de su confianza mientras la mayoría de quienes conforman la Iglesia guipuzcoana siguen atónitos ante la deriva y confían en que sea la Santa Sede quien fuerce un viraje, designando a Munilla para otras tareas más adecuadas a su perfil. En el último Consejo Pastoral, que tuvo lugar el 22 de febrero, el obispo en vez de recabar la opinión y sugerencias de los reunidos se empleó en ensalzar la vida consagrada, algo muy alejado de las preocupaciones de la sociedad y de quienes componen la comunidad diocesana. Lo cierto es que el peso de Munilla en el seno del episcopado español no es importante, menor que el de su homólogo de Bilbo, a quien se considera «bien situado».

El talante más pragmático del gernikarra le ha llevado a convivir con aquellos que no ocultaron su desazón por su llegada en 2008. Se rodea de sus fieles pero necesita a sus críticos. Iceta ha realizado concesiones a los sectores más conservadores pero al tiempo ha mantenido a personas de gran valía para la diócesis. Además mantiene una distancia con Munilla después de que, en enero de 2012, desvelase una conversación privada acerca de un proyecto para redactar una carta pastoral conjunta de los obispos sobre ETA.

El mismo día que Munilla se esforzaba en defender su doctrina tradicionalista, Iceta presidía en Gernika un encuentro diocesano en el que se escucharon distintos relatos de víctimas de la violencia. La pluralidad de los testimonios que se oyeron -de la viuda de un edil del PP muerto en atentado a la del hermano de una presa, o de un miembro de las FSE a quien sufrió abusos policiales en comisaría- muestra la línea que se sigue en Bizkaia. La comunidad preparó la jornada y el obispo se limitó a supervisar ese arduo trabajo y a efectuar alguna corrección. No faltó tampoco a la cita en la iglesia de Andra Mari. Pieza clave de ello es el vicario general, Ángel Mari Unzueta, a quien siempre se ha considerado una persona capaz de asumir mayores responsabilidades que las que ocupa desde 2006. El durangarra conoce en profundidad la realidad de la Iglesia vasca y puede estar llamado a jugar un papel destacado en el nuevo tiempo abierto bajo el papado de Bergoglio, aunque bien es cierto que no es ninguna novedad.

Su nombre se ha escuchado como relevo para la capital alavesa como antes sucedió en Bilbo, aunque hay quien le propone para otros cometidos. Sin duda, Unzueta vuelve a ser uno de los nombres que ha escuchado Omella en sus prolongadas charlas en su última visita.

Llevan meses oyéndose nombres de candidatos a cubrir la vacante que hoy deja Miguel Asurmendi en Araba y de muy distinto perfil. Se menciona al auxiliar de Iruñea, Juan Antonio Aznárez; al burgalés Raúl Berzosa, que fue profesor de la Facultad de Teología de Gasteiz y actual obispo de Ciudad Rodrigo; y también el actual vicario general, Fernando Gonzalo, quien ha administrado la diócesis con varios prelados. Otros nombres que están ahí son los de Joseba Kamiruaga, superior provincial de los Claretianos; o el rector del seminario, Luis Mari Goikoetxea.

Lo que es obvio es que Asurmendi tendrá que esperar a que le llegue el relevo, aunque puede que llegue acompañado de cambios en otras diócesis vecinas . A la Santa Sede le preocupa el ambiente electoral que se vive y se apunta a la posibilidad de que dilate la decisión.

«No sabemos los criterios del Vaticano hoy. Si sigue la línea de Francisco, aunque el peso conservador de la Curia romana tiene aún mucha influencia, habría aquí sacerdotes ade- cuados», defiende Félix Placer, quien añora «a alguien con prestigio suficientemente claro, como en su tiempo fueron Setién y Uriarte, para responder a los deseos mayoritarios que, por otra parte, tampoco son definidos en un clero más bien conservador y habituado a ser conducido dentro de moldes auto- ritarios y directivos».

Entre los retos que fija para el sucesor de Asurmendi está el de edificar un modelo de Iglesia «servidora de nuestro pueblo y preferentemente de los más marginados económica, social y culturalmente, promoviendo la justicia en los sectores más desfavorecidos». Tampoco falta en la reflexión de Placer, la vieja reivindicación de la creación de una provincia eclesiástica vasca que acaba con la actual división entre Burgos e Iruñea.