Iñaki Vigor

Menga, la «cueva» sagrada de la prehistoria que preserva sus secretos

El dolmen de Menga impresiona. Considerado el más grande de Europa, y probablemente del mundo, provoca una sensación sobrecogera en quien se interna en él, bajo una losa de más de 150 toneladas; es decir, el equivalente al peso de 1.500 hombres de 100 kilos cada uno.

Entrada al dólmen. (GETTY IMAGES)
Entrada al dólmen. (GETTY IMAGES)

La famosa pirámide de Guiza se levantó hace unos 4.500 años, y la piedra más pesada que se utilizó en su construcción alcanza las 30 toneladas. El dolmen de Menga fue construido 2.000 años antes y, además de esa losa de 150 toneladas, posee otras 32 piedras de dimensiones descomunales. Se encuentra en el sur de la Península Ibérica, en un lugar de la provincia de Málaga que los romanos denominaron Anticaria y los árabes transformaron en Antaquira, hasta derivar a su actual denominación de Antequera.

Las preguntas se suceden una tras otra al contemplar esta ciclópea construcción. ¿Cómo la hicieron? ¿Quiénes? ¿Para qué? Los arqueólogos que trabajan en esta zona han intentado dar respuesta a la primera pregunta mediante un documental de trece minutos en el que explican cómo se levantó semejante dolmen, pero no resulta muy convincente. En la recreación que hacen en el vídeo muestran cómo estas enormes losas fueron «cortadas» introduciendo cuñas de madera en la roca y echando sobre ellas agua hirviendo. ¿Es posible hacer así un corte de metro y medio de grosor y conseguir una losa de siete metros de largo y seis de ancho? ¿Cómo la separaban del lecho rocoso en la que estaba asentada?

Una mole de 150.000 kilos sobre troncos

Los arqueólogos creen que la cantera de donde obtuvieron el material para la construcción de Menga está situada a unos 500 metros del dolmen, y en el vídeo simulan cómo trasladaron las gigantescas piedras mediante troncos y cuerdas de las que tiraban todos los miembros de la tribu. Pero no explican cómo pudieron alzar una mole de 150.000 kilos sobre esos troncos, ni cómo consiguieron hacer unas cuerdas tan largas y resistentes como para poder arrastrar semejante peso.

Ese vídeo también explica cómo fueron colocando las 25 losas verticales del dolmen (ortostatos), los tres grandes pilares situados en el centro de la construcción y las cinco enormes losas coberteras (cobijas) que cierran todo el conjunto a modo de techo. Y aquí vuelve a surgir otra pregunta de difícil respuesta: ¿Cómo era posible encajar todas estas losas con una precisión milimétrica, teniendo en cuenta que entre todas ellas pueden alcanzar un peso de al menos millón y medio de kilos?

Estamos hablando de una construcción de 27 metros de largo, con una altura de 2,70 metros en la puerta de entrada que va creciendo de forma progresiva hasta alcanzar los 3,50 metros de altura en el otro extremo, donde la anchura del dolmen es de seis metros. Todo el conjunto está cubierto con un túmulo de 50 metros de diámetro, disimulándolo en el terreno y dándole un aspecto de cueva artificial. De hecho, los vecinos de Antequera le siguen llamando La cueva, porque durante mucho tiempo han creído que se trataba de una cavidad natural. Además, ha venido siendo utilizada como refugio de pastores y ganado a lo largo de los siglos y, de hecho, las hendiduras que hay en sus pilares intermedios fueron realizadas por esos pastores para colocar troncos entre ellos y colgar allí sus pieles y aperos.

Sea cierta o no la forma en que se describe la construcción de Menga, parece increíble que hace 6.000 años pudieran levantar un dolmen de estas dimensiones, cuya estructura se ha mantenido casi inalterada hasta la actualidad. Esta fue una de las primeras construcciones arquitectónicas de Europa, proyectada y realizada mediante el uso de megalitos por los seres humanos que habitaron estas tierras en aquella época prehistórica.

¿Quiénes eran aquellos seres?

En lengua celta ‘Menga’ significa ‘Piedra sagrada’, pero este grandioso dolmen ya estaba allí cuando los celtas llegaron a la Península Ibérica. «Fue construido por el Homo sapiens, por personas de la misma especie que la nuestra», comenta una arqueóloga de Antequera. Una respuesta tan genérica significa que no se sabe quiénes hicieron esta obra, a qué raza o grupo étnico pertenecían, de dónde procedían, en qué lengua se comunicaban para organizar a todos los miembros del clan en un trabajo tan complejo… Lo que sí se sabe es que aquellos constructores le dieron una importancia total a la ubicación del dolmen y a su orientación.

De hecho, cuando miramos desde su interior hacia la entrada, vemos a lo lejos una montaña cuyo perfil recuerda a una cabeza humana tumbada, como si surgiera de la tierra o estuviese dormida. Los lugareños la conocen como Peña de los Enamorados, en alusión a la leyenda que cuenta la historia de dos jóvenes, un cristiano y una princesa musulmana, que prefirieron arrojarse desde lo alto de este peñón calizo de 870 metros de altitud y morir juntos antes que ser capturados por los soldados que había enviado el padre de la joven.

Orientación intencionada

La zona de la peña a donde apunta el eje de simetría de Menga estuvo habitada en el período neolítico. Allí, en el abrigo denominado Matacabras, se han encontrado pinturas rupestres de estilo esquemático, de donde los arqueólogos han deducido que era consideraba una montaña sagrada por los seres que vivieron allí hace 6.000 años. Esos mismos Homo sapiens habrían decidido levantar el dolmen de Menga orientado hacia esa silueta de forma humana, conectando visualmente la ‘piedra sagrada’ con la ‘montaña sagrada’.

Esta orientación intencionada fue corroborada en el año 2002 por Michel Hoskin, arqueoastrónomo de la Universidad de Cambridge que dedicó una década a estudiar unos 2.000 dólmenes del sur de Europa y del norte de África. Este catedrático de Historia de la Ciencia constató la excepcionalidad del dolmen de Menga, ya que no está orientado hacia la salida del sol, como la inmensa mayoría de los dólmenes, sino hacia la referencia terrestre más llamativa de toda la comarca: la Peña de los Enamorados.

A casi cuatro kilómetros de Menga, y alineado con esa «montaña sagrada», se encuentra el dolmen de El Romeral. Hoskin hizo aquí otro descubrimiento asombroso, y es que esta construcción megalítica tampoco está orientada hacia la salida del astro rey sino hacia otro elemento paisajístico: su eje apunta exactamente hacia la mayor elevación de la sierra de El Torcal, otra montaña emblemática en la región de Antequera por sus espectaculares formaciones kársticas y porque alberga el importante yacimiento prehistórico de la Cueva del Toro.

El Romeral fue levantado en época más reciente que Menga, ya que se le atribuye una antigüedad de 5.200 años, y presenta técnicas constructivas muy diferentes. Su puerta da acceso a un corredor de paredes de mampostería que conduce hasta una cámara circular de falsa bóveda, levantada también con pequeñas piedras y rematada por una gran losa circular de cinco metros de diámetro a modo de techo, cuyo peso ayuda a sujetar las piedras de la cámara. Al lado de esta existe otra más pequeña pero de similar morfología y técnica constructiva.

Las dimensiones de El Romeral también son descomunales. Tiene una longitud de 26 metros, una anchura media de metro y medio y una altura en la bóveda de 3,75 metros, estando cubierto todo el conjunto por un túmulo de 85 metros de diámetro. Aunque también se denomina dolmen, su fisonomía poco tiene que ver con el de Menga. De hecho, su interior recuerda más al gurrutxo de Balgorra, en Tafalla, una rústica cabaña de piedra que hasta hace pocas décadas servía de refugio a los agricultores de la zona, quienes incluso solían dormir en su interior. Curiosamente, al dolmen de El Romeral también se le sigue denominando «cueva». ¿Pudo tener también una función de refugio?

Patrimonio Mundial de la Unesco

Los estudios del profesor Hoskin fueron decisivos para que el Conjunto Arqueológico Dólmenes de Antequera fuese declarado Patrimonio Mundial de la Unesco en julio de 2016. El Ayuntamiento de la localidad agradeció su labor dedicándole un busto que está situado en la Alcazaba y que mira precisamente hacia la Peña de los Enamorados, y también se construyó el Centro Solar Michael Hoskin junto a los dólmenes de Menga y Viera.

En este conjunto arqueológico se incluye un tercer dolmen que también tiene características sorprendentes. Se estima que fue construido hace unos 5.500 años, pero permaneció oculto hasta 1903 a pesar de que se encuentra a solo medio centenar de metros de la ‘Cueva de Menga’. En febrero de ese año fue descubierto por los hermanos José y Antonio Viera, quienes lo denominaron ‘Cueva chica’ para diferenciarlo de la otra, pero más tarde quedó bautizado oficialmente con el apellido de sus descubridores.

Al dolmen de Viera se accede por una puerta perforada en una gran losa de piedra. Tiene un recorrido de 22 metros y consta básicamente de un pasillo de metro y medio de anchura formado por dos paredes de 15 ortostatos cada una, sobre las que se apoyan, a modo de techo, cinco grandes cobijas. Todo el conjunto está cubierto por un túmulo de 50 metros de diámetro; es decir, exactamente igual que el de Menga. Además, ambos tienen la misma altitud sobre el nivel del mar (501 metros), al igual que el cercano cerro natural de Marimacho, donde existía un poblado prehistórico.

El pasillo del dolmen de Viera queda cerrado por una única losa, también de gran tamaño. Esa piedra permanece en la oscuridad la mayor parte del año, pero existen dos momentos mágicos en que los rayos solares llegan hasta ella. Este fenómeno ocurre en los equinocios de primavera y de otoño, lo que denota que el dolmen de Viera fue construido siguiendo los cánones clásicos de estas construcciones megalíticas, es decir, tomando como referencia el Sol.

Otro aspecto enigmático

Pero hay algo que nos resulta tan enigmático como la capacidad constructiva que poseían los seres que habitaron allí hace seis milenios. ¿Para qué hacían semejantes obras? ¿Por qué se tomaban un trabajo tan descomunal? ¿Es cierto que lo hacían para enterrar a los muertos? Se lo preguntamos al arqueólogo Ángel Fernández, quien suele realizar visitas guiadas, y nos da una respuesta que no aparece en los folletos explicativos de los dólmenes de Antequera: en Viera solo se hallaron los restos de una veintena de personas, y en Menga, ni uno. «Sí aparecieron algunos huesos, pero no correspondían a la prehistoria sino a la época medieval, porque Menga estuvo habitado en época histórica. Estamos convencidos de que no fue construido con fines funerarios», explica.

Entonces, ¿para qué lo hicieron? «En esas montañas –señala con el dedo en dirección hacia la sierra que se encuentra tras la Alcazaba de Antequera– se han encontrado restos de poblados en los que vivían cazadores antes de la época neolítica. Cuando la agricultura y la domesticación de animales llegaron a esta comarca, esos cazadores se habrían hecho sedentarios y se habrían establecido aquí, al lado de esta gran llanura. Menga habría sido un recinto sagrado, un lugar donde se realizaban rituales de carácter simbólico y ceremonial, y en el que también guardarían alimentos y animales».

Un descubrimiento fascinante

Efectivamente, el dolmen de Menga controla una amplísima y fértil llanura, una vega donde crecen todo tipo de cultivos mediterráneos. Se trata de un auténtico vergel regado por el Guadalhorce, el río más importante de toda la provincia de Málaga. Pero existen otros cauces de agua que no se ven. Desde las montañas próximas a Antequera corren arroyos subterráneos de agua dulce que, al entrar en contacto con determinadas rocas del valle, se transforma en salada.

Y esto nos remite a otra de las grandes sorpresas de la Cueva de Menga. En el año 1847, el arquitecto malagueño Rafael Mitjana descubrió un «hueco» en el fondo del dolmen, justo bajo la gran losa de 150 toneladas de peso, y así lo dejó reflejado en un libro. Aquel agujero quedó tapado y olvidado con el paso del tiempo, pero el libro apareció siglo y medio después en una vieja librería de México y despertó la curiosidad de un grupo de arqueólogos que, en el año 2005, excavaron el extraño «hueco» y se encontraron con un pozo de metro y medio de ancho y 20 metros de profundidad.

Este descubrimiento fascinó a la comunidad internacional de expertos en megalitismo, ya que no existía nada semejante en ningún dolmen del planeta.

Ese pozo se encuentra en la actualidad tapado por una reja metálica, pero permite ver el agua que hay en el fondo. Se trata del agua dulce del arroyo subterráneo que discurre bajo el dolmen antes de convertirse en salada al contacto con las rocas que se encuentran en cotas inferiores. Esto significa que los pobladores de estos enclaves hace 6.000 años conocían con total exactitud el punto donde tenían que excavar para extraer agua potable de la tierra, porque, evidentemente, no hubieran practicado un pozo de 20 metros de profundidad si no hubieran estado seguros de ello.

Los arqueólogo, sin respuesta

¿Cómo obtenían ese conocimiento? Los arqueólogos no han encontrado todavía una respuesta, pero fue precisamente sobre ese pozo donde colocaron la gigantesca losa de 150 toneladas, la más grande de La cueva sagrada de Menga. Algunos expertos estiman que su peso podría alcanzar incluso las 180 toneladas. Sin duda, el agua subterránea que se extraía desde el interior del dolmen habría sido clave para la supervivencia de aquellos Homo sapiens, porque los estudios científicos han constatado que había largas temporadas de sequía en aquella época prehistórica.

Aunque la palabra ‘dolmen’ se asocia automáticamente a «enterramiento», es evidente que el de Menga no fue construido para enterrar a los muertos, sino para asegurar la existencia de los vivos, de unos seres que ya habían dejado de ser nómadas y se habían establecido en esa fértil vega de Antequera de forma permanente. Es posible que los dólmenes de Viera y El Romeral tampoco hubieran sido construidos como sepulturas, y que su carácter funerario estuviese vinculado más con ritos que con enterramientos propiamente dichos.

En cualquier caso, el recorrido por los dólmenes de Antequera evidencia que este tipo de construcciones megalíticas eran muy diferentes entre sí y que no tenían por qué tener la misma función, algo que ya habíamos observado en Euskal Herria tras visitar unos 300 de los 565 dólmenes catalogados en Nafarroa.