Imanol  Intziarte
Redactor de actualidad, con experiencia en información deportiva y especializado en rugby

Advertencias

Tienes la casa como la habitación acolchada en la que encerraron a Sarah Connor, con protectores en cada esquina y cierres que impiden que abran los cajones.

Ser padre es hacer advertencias. Desde que empiezan a gatear y su máxima obsesión es meter sus deditos en el enchufe. Que tienes la casa como la habitación acolchada en la que encerraron a Sarah Connor, con protectores en cada esquina y cierres que impiden que abran los cajones.

Más tarde, cuando empiezan a caminar, es la hora de los semáforos. Hay que ver con qué alegría se dirigen hacia el asfalto, ignorantes del color rojo y coche que se acerca a toda velocidad. Y una vez que lo aprenden hay que ver cómo señalan, acusadores como fiscales, al que no cumple la norma.

El parque también es territorio comanche. Cualquier altura nos parece un acantilado desde el que nuestros retoños podrían despeñarse. Y de hecho lo hacen, aunque se suele decir que son de goma y todo queda, habitualmente, en algún chichón o un arañazo superficial, nada que no se solucione con un poco de agua oxigenada, mercromina y una tirita. Así se ganó servidor en su día unos cuantos puntos de sutura en la coronilla.

Luego crece, y empieza a salir con sus amigas y amigos. Y si es una niña, como es mi caso, le adviertes que no vuelva sola a casa, sobre todo cuando ha oscurecido. Casi te da igual la hora a la que regrese, mientras lo haga acompañada.

La última advertencia llegó hace poco. Mi hija juega a fútbol, y le ofrecieron, como a otras, pitar partidos de deporte escolar. De ese modo colaboran con su club y se levantan unos euritos. Su primer «sueldo».

Y le avisé sobre esos padres y madres que van a los campos de fútbol a ver el partido de sus pequeños retoños y critican e incluso hacen comentarios hirientes a los niños y niñas que cogen el silbato y tratan de dirigir aquello con más voluntad que conocimiento.

Sé que esto es menos peligroso que meter los dedos en el enchufe, ser atropellada por el autobús, caerse de lo más alto del tobogán o sufrir la agresión de cualquier manada de malnacidos. Y sin embargo no dejo de darle vueltas, y de sentirme cabreado por tener que hacer esta advertencia. No sé por qué, pero me molesta especialmente. Quizás alguien tenga una respuesta.