Gaza expone las desavenencias de una UE con cada vez menos peso geopolítico... y peor imagen
Irlanda, Bélgica, Eslovenia e incluso el Estado español han roto la inercia europea con medidas concretas contra Israel, pero son la excepción en una Unión Europea que parece atrapada en su propia parálisis, como reflejan las votaciones en Bruselas y la postura de la Comisión.
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El genocidio en Gaza ha vuelto a poner frente al espejo a la UE, y lo que devuelve el reflejo es una imagen de división y pérdida de peso geopolítico. Mientras la catástrofe humanitaria se agrava en el enclave, algunos Estados miembros han optado por actuar en solitario, evidenciando la incapacidad de Bruselas para ofrecer una respuesta conjunta, tal y como admitió este martes la máxima representante diplomática de la Unión, Kaja Kallas: «No podemos actuar como Unión hasta que los Estados miembros compartan la misma opinión sobre qué hacer».
Entre los pocos líderes europeos que han decidido tomar medidas está Pedro Sánchez. El presidente del Gobierno español anunció este lunes un decreto con una batería de iniciativas que formaliza el embargo de armas a Israel y, por primera vez, calificó de «genocidio» la ofensiva contra el pueblo palestino.
Pero las decisiones de Sánchez llegan con letra pequeña y no están exentas de cálculo electoral en uno de los Estados con posiciones más claras respecto a Palestina-Israel. Entre febrero y mayo de este año, el Estado español fue el país de la UE que más armas y municiones importó desde Israel, según reveló ‘eldiario.es’. Y pese al veto anunciado a vuelos y buques con material militar con destino a Tel Aviv, EEUU seguirá utilizando las bases de Rota y Morón para abastecer a su aliado, como confirmó la ‘Cadena SER’.
Aunque las medidas de Sánchez no han escapado a la ironía en redes –con memes que ridiculizan sus decisiones a medias bajo el lema de ‘has sido PSOEizado’ o ‘you have been PSOEd’–, el decreto de Moncloa busca transmitir que, esta vez, la respuesta no se quedará en simples declaraciones. Quizá por ello la réplica de Israel no se hizo esperar: prohibió la entrada al país de la vicepresidenta Yolanda Díaz y de la ministra Sira Rego. Este martes, el Ejecutivo español devolvió el golpe vetando a dos ministros israelíes.
Con todo, el intento de Sánchez por marcar perfil propio ha puesto de relieve la ausencia de una estrategia común en Bruselas. Y mientras tanto, en las multitudinarias manifestaciones que recorren las calles del continente, la pregunta se repite una y otra vez: ¿a qué espera Europa?
Kallas, un halcón en el jardín europeo
Eso mismo debatieron este martes en el Parlamento Europeo: ¿es posible suspender el tratado de comercio? ¿y el embargo de armas? La Comisión Europea asegura estar dispuesta a lo primero –e incluso a limitar la cooperación científica con Israel–, pero Kallas insiste en la falta de unidad.
«Nuestras opciones para tomar más medidas son claras y siguen sobre la mesa, pero los Estados miembros no se ponen de acuerdo sobre cómo conseguir que el Gobierno israelí cambie de rumbo», declaró una comedida Kallas en Estrasburgo.
La estonia, empeñada en desligarse de la herencia soviética de su país, se ha erigido en un halcón de la UE por su retórica furibunda contra Rusia, lo que le ha jugado alguna mala pasada incluso entre sus colegas comunitarios. Varios diplomáticos critican su enfoque excesivamente centrado en Ucrania y con poco tacto hacia otros conflictos, como el de Oriente Medio, lo que ha mermado la capacidad de Bruselas de actuar como un bloque creíble.
La comisaria Hadja Lahbib llegó a responsabilizar a Kallas por no lograr consensos en el seno de la Unión, lo que ha impedido adoptar medidas más contundentes frente a Israel. La Comisión, de hecho, se resiste incluso a calificar la ofensiva como genocidio, pese a que la vicepresidenta Teresa Ribera utilizó ese término de forma explícita.
Antes de que Kallas asumiera el timón diplomático, Josep Borrell ejerció como contrapeso frente a la inclinación proisraelí de Ursula von der Leyen. Criticó abiertamente su visita a Tel Aviv, señalando que aquella gira «tuvo un alto coste geopolítico para Europa». Denunció además que Europa se lava la conciencia con ayuda humanitaria mientras «la mitad de las bombas que caen sobre Gaza están fabricadas en Europa».
Este lunes, en un artículo publicado en ‘Politico’, Borrell se mostró más descarnado todavía. Si en su etapa como alto representante describió a Europa como un «jardín» rodeado de una «jungla» hostil, ahora advierte que ese jardín corre el riesgo de marchitarse y convertirse en un simple patio trasero de Washington.
Una advertencia tardía, pues para muchos ese vasallaje ya es un hecho consumado –visible en episodios como la imposibilidad de bloquear las bases de Rota y Morón para el tránsito de armas hacia Israel–. Sus palabras retratan, en realidad, una constatación amarga: Europa ya ha cedido su papel de actor autónomo en Oriente Próximo.
Más allá de la batalla semántica
A pesar de la inoperancia de la Comisión, lo cierto es que Kallas no se equivoca al señalar la falta de unidad europea. El debate de este martes en Estrasburgo, que culminará este jueves con una votación, ilustró hasta qué punto el consenso está roto. Los socialdemócratas reclaman que la resolución incluya términos como ‘genocidio’ o ‘crímenes de guerra’, mientras que el Partido Popular Europeo defiende una respuesta «serena y responsable», fórmula que en la práctica diluye cualquier señal de firmeza.
En ese laberinto institucional que es Bruselas, el poder real sigue en manos de los Estados. Y ahí el mapa se dibuja en dos colores. En un extremo están quienes han decidido mover ficha: Irlanda, que ha llevado a Israel ante la Corte Internacional de Justicia por genocidio y tramita una ley para prohibir los productos de los asentamientos; Bélgica, que se atrevió a reconocer al Estado palestino en la ONU y amenaza con una docena de sanciones; y Eslovenia, primera en decretar un embargo total de armas a Israel.
Son pocos, pero marcan la diferencia en un continente adicto a los comunicados solemnes y a las decisiones aplazadas. Tanto, que en Twitter existe incluso una cuenta satírica, ‘Is EU Concerned?’, que responde con un lacónico ‘Deeply’ cada vez que Bruselas vuelve a atragantarse con otro comunicado vacío.
En el otro extremo están los guardianes del inmovilismo. Alemania, firme aliado histórico de Tel Aviv, juega al equilibrista: suspende algunas exportaciones de armas para la galería, pero se aferra al acuerdo de asociación y bloquea sanciones de fondo. Austria acompaña en el papel de espectador conservador. Y Hungría se ha convertido directamente en el ariete de Netanyahu dentro de la UE: veta sanciones, torpedea resoluciones y se erige como portavoz de Israel en las reuniones de ministros.
Ni el Estado francés ni Italia han querido romper esa inercia. Emmanuel Macron anunció que reconocerá el Estado palestino, pero insiste en una «diplomacia equilibrada» que en la práctica lo coloca del lado de la inacción, mientras Giorgia Meloni evita cualquier confrontación con Tel Aviv para no incomodar a Washington.
La tragedia en Gaza ha destapado la paradoja europea: un bloque que proclama la defensa de valores universales, pero que no logra ponerse de acuerdo ni en nombrar el horror. Bruselas se hunde en la retórica y confirma que juega un papel secundario en el tablero global.