José Luis García
Doctor en Psicología, especialista en Sexología y autor de diversas publicaciones entre ellas del programa educativo «Tus hijos ven porno»

¿El porno es ficción o realidad? (I) La milonga de las películas sexuales

No hay imagen neutra: detrás de estas representaciones hay intenciones precisas. Un costoso anuncio de veinte segundos no puede desperdiciar ni un ápice en la utilización taxativa de la imagen y el sonido para persuadir al espectador, objetivo prioritario de un amplio equipo de profesionales que los diseñan y pulen minuciosamente hasta en sus más mínimos detalles.

La controversia, interesada y un poco artificial, entre la ficción versus realidad de las imágenes audiovisuales adquiere en los contenidos de las películas sexuales «pornoviolentas» su máxima expresión (este término, junto al de películas sexuales eróticas, sustituye al de pornografía. Se trata de una propuesta que hago con el fin de comenzar a clarificar la maraña de implicaciones que tiene ese concepto que inducen a error ). No hay conferencia que imparta, ni grupo de trabajo que realice, por supuesto a diario en las RRSS, sin que haya alguien que me arroje, a veces de malos modos, este argumentario para mostrar “las bondades” de la pornografía y la ausencia de efectos negativos para la salud porque, dicen, es ficción, acompañado a menudo de una descalificación de nuestra perspectiva. ¡Qué es ficción, tío! me espetan, como queriendo convencerme de que es mentira y por tanto inocuo. Y suelen apostillar: Yo he visto muchas películas de Superman y no me tiro desde los tejados.

Dada la generalización de estos argumentos, vamos a dedicarle dos breves artículos, si bien en nuestro programa de educacion sexual "Tus hijos ven porno", lo hemos analizado con mayor amplitud y detenimiento.

El poder de la imagen. Soy un convencido del poder de persuasión de la imagen, de su influencia en las actitudes y en las conductas y de su efecto en las emociones, particularmente en una sociedad donde la imagen es omnipresente. Aprendemos, en mayor o menor medida, a través de las iconografías que se nos ofrecen en las diferentes pantallas que están en nuestras vidas las 24 horas del día.

Con toda probabilidad en los centros de enseñanza y en muchas empresas con el teletrabajo, por poner dos ejemplos, se acabarán imponiendo los modelos de aprendizaje en los que el protagonista es el lenguaje visual, a los que la pandemia del coronavirus ha elevado a la categoría de imprescindible. En la vida cotidiana estamos pegados a las pantallas por medio de los diferentes dispositivos digitales, particularmente el smartphone, accesorio adherido a nuestra mano, como si fuera un dedo más.

Pues bien, a través de ese entorno digital se nos muestra la realidad y dada su reiteración y calidad, podríamos acabar creyéndonos que es así. O por lo menos la llegamos a considerar un ejemplo fidedigno de la misma. Claro que, en verdad, se trata de una parte a tenor de que muestra, con no poca frecuencia, unos estereotipos que podríamos considerar como realidad. La única realidad.

Y tal cosa entrañaría ciertos riesgos como la despersonalización, la ausencia de crítica o incluso la pérdida de libertad, en la medida en que, por el carácter adictivo de las pantallas y de su contenido, podría acabar abduciéndonos. Todas las plataformas en alguna medida así lo pretenden: crear adictos que naveguen permanentemente por sus webs, porque ahí radica su negocio, en el tiempo y la atención que prestamos a tal menester. De hecho, así ocurre en los casos de adicción a los vídeos de contenido sexual que ya hemos comentado en otros articulos.

En una entrevista que se le hacía a Alfred Hitchcock, este insigne director de cine ponía un ejemplo, que más o menos venía a ser este: imaginemos un primer plano de un hombre sonriendo. Siguiente plano, una mujer jugando con su hijo en la hierba. Lectura: el hombre piensa «¡qué bonito ver una madre jugando con su hijo!». Sin embargo, si en lugar de la madre y su hijo, ponemos a una chica joven en bikini tumbada en la hierba, la lectura de la cara sonriente del hombre inicial podría ser bien distinta: «¡qué depravado: cómo mira a la chica!». Seguramente no se ajusta textualmente a lo que él decía, pero la idea, en mi opinión, era visibilizar esa característica de la imagen en influir en las emociones del espectador. En este caso, el impacto y la significación de una simple mirada.

En consecuencia y, desde mi modesto entender, las imágenes tienen un poder característico. No hay duda, además, que cada vez tienen más relevancia y presencia en la vida cotidiana. Se prefieren al texto porque es más fácil su procesamiento cognitivo, son más atractivas y suponen menor esfuerzo mental. Los vídeo clips y los podcasts están de moda porque, probablemente, son más cortos y requieren menor desgaste energético en su procesamiento. Todo ello hace que, tal vez, acaben desbancando al discurso escrito, si no lo han hecho ya. Parece que necesitamos que nos resuman todo, porque hay demasiada informacion que es imposible gestionar.

Pero además hay otra razón: dado que la producción de imágenes es ilimitada, excesiva desde todo punto de vista y, por tanto, imposibles de procesar adecuadamente, quizá hagamos una selección más emocional que otra cosa, porque es a este espacio emocional a donde se dirigen en buena parte esos discursos. Y es en este espacio donde yo quiero poner el foco.

Claro que la cuestión es mucho más compleja. De hecho, ya hablamos en otros dos artículos del poder del deseo y del poder de internet, para explicar el éxito, sin paragón alguno, de las películas sexuales y su normalización en la sociedad y por tanto remitimos al lector a su consulta.

Imágenes y emociones. Por consiguiente, las imágenes tratan de persuadir y provocar emociones. Transmiten valores que tienen que ver con los diferentes grados de igualdad, justicia, relaciones, salud y en general de muchas actitudes y comportamientos humanos. Y eso nos confrontaría con la libertad de creación que, a mi entender, debería contemplar el daño que pueden producir en determinadas personas.

Los directores de cine, de los programas de TV o de los anuncios publicitarios que se emiten, fundamentan su quehacer en ese poder de la imagen, en captar la atención e influir, ora sea ser fiel al programa de televisión, ora sea comprando el producto. O acudir al cine para ver la obra del director de moda. Se presupone que el espectador/a se identifica con lo que le dicen esas imágenes, se emociona con ellas, las hace suyas en alguna medida y las almacena en su memoria, perdurando en el tiempo si son significativas para el individuo.

De lo dicho se podría desprender que no hay imagen neutra: detrás de estas representaciones hay intenciones precisas. Un costoso anuncio de veinte segundos no puede desperdiciar ni un ápice en la utilización taxativa de la imagen y el sonido para persuadir al espectador, objetivo prioritario de un amplio equipo de profesionales que los diseñan y pulen minuciosamente hasta en sus más mínimos detalles.

Muchos programas de TV, especialmente esos realitys tan exitosos o aquellos del cotilleo y la telebasura, tienen como propósito provocar emociones en los personajes que entrevistan: que lloren, que exploten, que pierdan los papeles…a veces tan burdamente que acaban no siendo creíbles, a pesar de que enfoquen un primer plano de su cara, de los ojos llorosos y la voz entrecortada. Y luego rebobinarlo en programas posteriores. Esto vale para los presentadores y coach diversos que pululan por ese medio, a los que utilizan como mediadores emocionales de esas lágrimas anheladas que esperan provocar igualmente en los y las telespectadoras.. Eso engancha.

Desde este planteamiento, tengo muy claro que, por ejemplo, fomentar la violencia, especialmente la gratuita, tiene un coste. Y esto incluye los videojuegos, las películas o los vídeos pornográficos. No es baladí apostar por uno u otro enfoque. Lo mismo que el hecho de facilitar el uso o la construcción de armas de fuego no es de balde, sino que está asociado a un precio en vidas destrozadas que comporta el uso de esas armas. El ejemplo de EEUU es bien elocuente, estado en donde mueren más de cien personas a diario tiroteadas por individuos aparentemente «normales». La violencia siempre llama a la violencia.

Por otra parte, nunca hemos visto anunciando un perfume costoso a personas mayores en chándal. Muy al contrario, este producto es sugerido (o impuesto según se mire) por personas jóvenes, atractivas, con cuerpos sexys, seductores y provocativos, cuya intención es asociar el objeto a vender, a ese erotismo que lo envuelve como un papel de celofán, utilizándolo sin miramientos. Particularmente mujeres, cuerpos de mujeres socialmente considerados perfectos y, a menudo, asociados al éxito (coches y casas de lujo, joyas...). Pero, ¿cuántas mujeres hay así? ¿Se trata de generar frustración al no alcanzar ese listón o pensar que si adquieres ese producto a lo mejor eres una persona más exitosa?

Con todo se han hecho avances. La sociedad está más sensible a esa burda manipulación de los estereotipos sexistas que han sido utilizados hasta decir basta y los critica abiertamente. Algunas campañas han sido bloqueadas por las presiones sociales, cierto, sin embargo, determinados spots son cada vez más sofisticados y burlan esos controles o al menos tratan de rozar esa línea roja.

Por consiguiente, dos conclusiones: primera, la imagen influye en nuestras actitudes y aprendizajes. Segunda, tendemos a dejarnos llevar y ser más permeables hacia aquellas que nos generan respuestas emocionales, más que por las racionales.

En el próximo vídeo, digo artículo, continuaremos nuestra reflexión.

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