Mikel ZUBIMENDI BRUSELAS

TTIP: cuando está en juego quién decide, qué comemos o cómo vivimos

Organizada por el grupo Izquierda Unitaria Europea-Izquierda Verde Nórdica (GUE-NGL) del Parlamento Europeo, una jornada contra el TTIP reunió en Bruselas a economistas, parlamentarios y activistas sociales de diferentes continentes, edades y pueblos, con o sin estado. Gentes de Sinn Féin, Podemos, Syriza o EH Bildu. En este artículo se detallan algunas reflexiones y argumentos allí expuestos sobre un tema que marcará la agenda política y la vida de todos.

El TTIP, siglas en inglés del Acuerdo Trasatlántico de Comercio e Inversión, no debe entenderse como un simple acuerdo entre dos socios comerciales competidores. Aunque es cierto que durante el año 2015 los negociadores estadounidenses y europeos pretenden concluir sus negociaciones para, según sus propias palabras, «crear un mercado de 800 millones de consumidores con mercados abiertos y sin barreras reguladoras». Otra cosa bien distinta es afirmar que unas negociaciones tan controvertidas y complejas, donde el secreto y la retórica del fraude se imponen, puedan terminar el próximo año. Se negocia deprisa y corriendo, en «fast tracks» -por vía rápida- y «on one tank of gas» -con un solo depósito de combustible-, pero sería temerario afirmar que todo está hecho, que no hay nada que hacer y que solo falta que el TTIP sea servido en el menú.

Tampoco puede considerarse el TTIP, de ninguna manera, como una cuestión que enfrenta a yankees contra europeos. Muy al contrario, se trata de un asalto a las sociedades europeas y estadounidenses por parte las corporaciones transnacionales que va a condicionar multitud de cuestiones diarias en la vida de todos, en los dos continentes y, por tanto, en todo el mundo.

Dicho en otras palabras, el TTIP va a determinar en buena medida qué vamos a comer, cómo vamos a vivir, quién va a tomar decisiones en nuestro nombre o qué tipo de sociedad queremos dejar a las generaciones futuras. También será clave para la política, y se verá si esta pertenece a la gente, a la calle, a los parlamentos o, definitivamente, se ha traspasado a los consejos de administración y a los tribunales de arbitraje.

Para dirimir todas estas cuestiones en un sentido u otro, será necesario hablar claro a la gente, cambiar el paso a ese baile de informes, datos y acrónimos para emitir una sintonía a escala humana, cotidiana. Como afirmó en el encuentro europeo de Bruselas Susan George, filósofa y analista política de prestigio y presidenta del comité de planificación del Transnational Institute, será necesario ensayar la «estrategia del vampiro» contra el TTIP. Obligándolo a salir de las negociaciones opacas a la luz del escrutinio público, explicando lo que supone en la vida diaria de la gente, para que como le ocurre al vampiro al exponerse a la luz, lo que se esconde detrás de ese acuerdo «tan peligroso» pueda ser «derrotado».

Una cuestión de principios

En un informe de setiembre de 2013, la Comisión Europea declaraba que el TTIP no supone ninguna amenaza para las normativas referentes a la sanidad, la alimentación o el medio ambiente «porque las negociaciones serán transparentes». Nada más lejos de la realidad.

El secreto y la ceremonia de la confusión reinan sobre unas negociaciones que llevan ya varias rondas y de las que lo poco que se sabe ha sido debido a las filtraciones. Pero es evidente que hay principios fundamentales que están en juego. Quizá uno de los más críticos sea el del principio de prudencia.

En la Unión Europea se aplica el principio de precaución; mientras no se pruebe que una sustancia no es nociva para la salud, no se autoriza. Además, la carga de la prueba corresponde a la empresa productora. Por el contrario, se puede decir que en EEUU se aplica el principio opuesto, el principio de riesgo: mientras no se pruebe científicamente y fuera de toda duda que algo es nocivo, no se puede prohibir. En este caso, la responsabilidad no compete a las empresas. Este no es un debate teórico y académico entre princi- pios. Sus implicaciones prácticas son evidentes y actuales.

Y, por ejemplo, van desde la alimentación, desde qué tipo de carne se come hasta qué tipo de semillas se plantan. Por qué tipo de energía se apuesta y cómo se tratan los residuos. Con el TTIP, el fracking, las arenas bituminosas o las incineradoras tendrán una avenida abierta para transitar sin apenas obstáculos.

¿El final de la democracia?

Seguramente la amenaza más grande que se deriva del TTIP es la concesión a las corporaciones transnacionales del poder de demandar directamente a países concretos por pérdidas en sus negocios como resultado de decisiones de política pública. Esta disposición para la resolución de disputas entre inversores y estados (ISDS, por sus siglas en inglés) equipara de facto y de iure la condición jurídica del capital transnacional y la de los países. Por escandaloso que parez- ca, las corporaciones podrán cuestionar decisiones democráticas de países soberanos si ven sus beneficios afectados.

Se permitirá a los inversores saltarse a los tribunales de los países y presentar sus demandas a los tribunales de arbitraje internacionales, unos tribunales que no dejan de ser irregulares. Los árbitros no son jueces titulados por ninguna autoridad pública, sino abogados corporativistas nombrados según las necesidades y con intereses personales para fallar a favor de las empresas. Con tribunales secretos, normalmente con base en el Banco Mundial, con árbitros «comprados» y toda la credibilidad perdida, con esa potestad reconocida de imponerse sobre las decisiones de países y su soberanía popular, ¿cómo puede hablarse de democracia?

Una alerta desde Canadá

El acuerdo sobre libre comercio con Canadá (CETA, de sus siglas en inglés) está siendo negociado desde 2009 y ha sido, en buena medida, completado -aunque no publicado-. Seguramente porque la Comisión Europea teme que de conocerse los detalles del acuerdo se produciría tal indignación popular que podría poner en peligro las negociaciones del TTIP.

El CETA, sin embargo, no es simplemente el modelo que puede esperarse del TTIP. No es solo un entremés, un anticipo. Es mucho peor. El Instituto de Estudio de Políticas Macroeconómicas de Alemania (IMK) ha señalado recientemente que el TTIP no es ni siquiera necesario en caso de que el CETA sea ratificado. Dado que Canadá y EEUU son miembros de la misma zona de libre comercio (NAFTA), un acuerdo con una de sus partes sería suficiente para aplicar las diferentes cláusulas.

Como advirtió en la Jornada anti-TTIP de Bruselas Scott Harris, miembro del «The Council of Canadians acting for Social Justice», «los europeos tienen serios motivos para la preocupación. Conocemos el NAFTA y nada habla en favor de los acuer- dos de libre comercio. Sea con Canadá o con EEUU, los riesgos para vosotros son enormes y los beneficios, mínimos».

Negociación como confusión

Desde el Tratado de Lisboa de 2009 se han «constitucionalizado» estos procedimientos secretos de negociación. Negocia la Comisión Europea y solo necesita la ratificación del Parlamento. Los europarlamentarios no pueden hacer ninguna enmienda. Solo pueden aceptar o rechazar el acuerdo bilateral, lo toman o lo dejan, votarán sí o no a la totalidad del Tratado.

Pero como denunció Keneth Harr, director del Observatorio Europeo de las Corporaciones, se sabe que las transnacionales y las Cámaras de Comercio están presentes en la mesa de negociación y, de hecho, redactan los borradores de acuerdo. La opacidad permite facilitar procedimientos donde los lobbies imponen su influencia sin supervisión alguna.

Tampoco está claro cómo se aprobará y se ratificará el Tratado. Parece probable, que no seguro, un procedimiento mixto, en el que participen el Parlamento Europeo y los parlamentos estatales. Por contra, los legisladores de los Länders alemanes, de las regiones o autonomías diferentes no parece que vayan a tener una intervención decisiva.

En esta ceremonia de la confusión, conviene acertar en los argumentos contra el TTIP.

El verdadero peligro

Cierto es que el pollo clorado, la carne hormonada o los alimentos genéticamente modificados atraen la atención pública, pero también tienen un efecto boomerang. Por ejemplo, bastaría con una cláusula de prohibición escrita del pollo clorado para acallar las voces críticas. Mientras tanto nada cerraría el camino al verdadero peligro del TTIP: a saber, el establecimiento de mecanismo antidemocráticos que dan todo el poder a las corporaciones.

Tampoco hay que obviar que mucho de lo que se recoge en el TTIP ya se está aplicando aquí y ahora. Un pequeño «euskal TTIP», sin ir más lejos, es lo que se quiere hacer en la escuela pública vasca con «Heziberri 2020». Que a un director de colegio lo llamen y lo conviertan en gerente es ejemplo de cómo desaparecen los estándares públicos decentes. Oficialmente sin TTIP, poco a poco, pero sin pausa.