Iker bizkarguenaga

Políticos en festivales y festivales políticos

No es frecuente ver a políticos sobre el escenario de festivales de música; no es infrecuente que festivales de música estén ligados a cuestiones políticas y sociales. El orden de los factores sí altera el producto, pero se otean cambios en el horizonte.

Jon Maia, en Anoeta tras la liberación de Arnaldo Otegi. (Aritz LOIOLA/ARGAZKI PRESS)
Jon Maia, en Anoeta tras la liberación de Arnaldo Otegi. (Aritz LOIOLA/ARGAZKI PRESS)

Miles de personas cantaban «Oh, Jeremy Corbyn!», adoptando para la empresa la conocida melodía de “Seven Nation Army”, de The White Stripes. Los míticos Radiohead, en el escenario, pararon la función para dejar que la multitud se explayara. Ocurrió el pasado junio en Glastonbury, decano de los festivales musicales, y las imágenes encontraron rápido eco en las redes sociales. Se hicieron virales, que se dice ahora. Lo mismo ocurrió con la intervención del propio Corbyn en esa misma plaza. El líder laborista, micrófono en mano y ejerciendo de telonero de los raperos estadounidenses Run the Jewels, lanzó un speech de quince minutos, para alborozo de los presentes, muchos de ellos con carteles y pancartas.

Lo cierto es que la tonadilla llevaba más de un mes siendo coreada en todo tipo de actos, desde que Corbyn intervino en Birkenhead en los prolegómenos de un partido –el tono es muy futbolero– en el estadio Prenton Park, pero lo de Glastonbury ha sido un bombazo, por su dimensión y porque llama la atención tanto fervor por un político sexagenario y con un discurso poco contemplativo en un evento más dado al hedonismo juvenil y donde cada asistente ha pagado del orden de 300 euros por su entrada.

Lo que está por ver es si el veterano laborista, vencedor moral de las elecciones del 8J, ha abierto una senda y si hay algún político más que se anime a saltar a la arena. Se admiten apuestas.

Sin embargo, aunque se haga rara la presencia de políticos en acontecimientos de este tipo, lo cierto es que los festivales de música y la política o el compromiso social no tienen por qué ser elementos extraños entre sí y, de hecho, muchas veces han ido de la mano. En Euskal Herria sabemos bastante de eso; Hatortxu Rock, donde sin ir más lejos Nega, cantante de Los Chicos del Maíz y Riot Propaganda, entrevistará a Arnaldo Otegi hoy sábado en la carpa de NAIZ, es claro ejemplo de ello. Durante mucho tiempo aquí la mayoría de los macrofestivales se organizaban en torno a una reivindicación o una demanda de carácter político, con la situación de los presos y presas como elemento predominante, la antigua Feria de Muestras de Bilbo o el Velódromo de Anoeta son testigos. Hoy siguen manteniéndose iniciativas de este tipo, como Hatortxu, Kalerarock, 40 minuturock, llegan nuevas como AskeRock…, pero ya no tienen la exclusiva y los festivales comerciales han proliferado en nuestras campas.

Obviamente, la relación entre música y compromiso trasciende nuestras fronteras y, aquí al lado, en los Països Catalans y Galiza podemos encontrar varios ejemplos. En la nación mediterránea, la juventud independentista, organizada ahora en torno a Arran, celebra desde hace varios años el Rebrot en Marxa –se ha llevado a cabo hace sólo unos días–, que «es mucho más que un festival de música» pero donde los conciertos tienen un tirón innegable y congregan a multitud de jóvenes. Con un componente más cultural, el Festivern se celebra en el País Valencià desde hace trece años en Nochevieja –Obrint Pas, La Gossa Sorda y Pirat's Sound Sistem dieron la campanada en esa primera edición– y el Aplec dels Ports lleva casi cuatro décadas promoviendo la lengua y la cultura en esa comarca del noroeste del País Valencià. En Galiza, Galiza Nova, organismo juvenil vinculado al BNG, celebra el Festigal en torno al 25 de julio, festividad nacional en ese país. Por su parte, el Festival da Poesía no Condado tiene un enfoque más cultural y centrado en la poesía pero sin dejar de lado el tono reivindicativo. Son unos botones de muestra en el rico espectro sociocultural de ambas naciones.

Otra nación hermanada con la vasca es la irlandesa, y en este caso el Féile an Phobail de Belfast se ha erigido en referente, siendo hoy por hoy el evento cultural popular más importante de la isla. Desde que diera sus primeros pasos en 1988 ha logrado que grupos de renombre internacional hayan tocado en los escenarios de West Belfast, enclave donde el movimiento republicano es mayoritario, pero la oferta del Féile va mucho más allá del ámbito musical, abarcando otros espacios como el teatro, el cine, las artes plásticas y el deporte, siempre con el objetivo declarado de promover la cultura irlandesa y al mismo tiempo dar aire a un barrio machacado por décadas de conflicto. El festival tiene un lógico componente lúdico, pero también político, especialmente visible en el apartado que dedican al debate y la reflexión. Por allí han pasado las principales voces del republicanismo, pero también portavoces del unionismo, y buen número de representantes internacionales. Sin ir más lejos, en la edición de este verano (del 1 al 13 de agosto) está programada la intervención del eurodiputado de EH Bildu, Josu Juaristi, en una conferencia sobre los retos del proceso político en Euskal Herria, junto a la representante de Sinn Féin Martina Anderson, el día 9.

Con un enfoque marcadamente político y de izquierda, el Festival des Politischen Liedes (Festival de la Canción Política) de Berlín, quizá recordado por los lectores y lectoras más veteranas, mantuvo durante casi dos décadas, entre 1970 y 1989, un programa de actuaciones en el que participaron cantautores tan conocidos como Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Vicente Feliú, Daniel Viglietti, Quilapayún… Posteriormente, el Festival de Música y Política, con sedes en los barrios Kreuzberg y Prenzlauerberg de la capital germana, ha querido mantener aquel legado, adaptando el registro de los artistas invitados a la lógica implacable de los tiempos y dando protagonismo a estilos tan variados como el folk y el rap.

Existen, asimismo, festivales que pretenden nadar simultáneamente en las aguas del rédito comercial y el compromiso social. El festival de Roskilde (Dinamarca), es el más importante del Norte de Europa, congrega a decenas de miles de personas y mueve por tanto muchísimo dinero, pero tras ser puesto en marcha por dos estudiantes en 1971 es organizado desde 1972 por la Fundación Roskilde, sin ánimo de lucro y que tiene como objeto promover la música, la cultura y el humanismo. Desde 2014 esa fundación deja en manos de los participantes del festival decidir a qué organismo u organización destinar los fondos recaudados. Hay también citas como el Festival Cantar Opinando que como su propio nombre indica promueve «la música que opina», y que además tiene un efecto vitalizador de su entorno, en este caso el de Godoy Cruz, en Mendoza, Argentina.

Estos son sólo unos pocos ejemplos tomados a botepronto, sin vocación de ser una recopilación seria, para constatar que no es raro que la música se entrevere con la política. La cuestión es si ejemplos como el de Corbyn van a marcar tendencia y si alguna vez veremos, quién sabe, a un político vasco aclamado en las campas de Kobetamendi o Mendizorrotza.